martes, 18 de febrero de 2025

Compromiso Fingido: Capítulo 35

 —Tu madre sí que ha podido completar su legislatura. Y la verdad es que lo ha hecho muy bien. La vida acaba siempre por encontrar un lado bueno a las cosas y podemos aprender hasta de las cosas negativas. Es sólo cuestión de tiempo.


—Tienes razón.


Sabía que tenía que recordar eso y concentrarse en las razones que tenía él para conseguir ser senador sin pensar que lo hacía para otra persona. Le llamó la atención que Paula le hubiera ayudado a recordarlo con sus palabras. Lo que no entendía era por qué estaba contándole todo aquello en vez de aprovechar un paseo bajo las estrellas en compañía de una bella mujer. Paula tenía tanto talento para concentrar la atención en otras personas que se imaginó que muchas perdían la oportunidad de descubrir lo fascinante que era ella. Se acercó y le levantó con un dedo la barbilla.


—¿Y tú?


—¿Y yo qué?


—¿De qué te disfrazabas tú en Halloween?


No pudo evitar sonreír al imaginársela de niña. Seguro que había sido delgada, pequeña, con una melena que pesaba más que ella y con un corazón que no le cabía en el pecho.


—¿De qué te gustaba vestirte? Y quiero que me lo cuentes todo.


—De pirata, de cebra, de vagabunda, de ninja, de Cleopatra… —enumeró Paula mientras contaba con los dedos—. De médico… ¡Se me olvidaba! Un año me disfracé de bolsa de patatas fritas. Florencia iba de perrito caliente y Romina decía que iba de quiche. Pero nosotras nos burlábamos de ella diciéndole que no era más que una tortilla con trozos de panceta cosidos.


—¡Vaya! ¿Tu madre de acogida organizaba eso para todas sus niñas?


Se preguntó si Paula era consciente de que se había acercado a él. Su suave brazo no dejaba de rozar el suyo. Se preguntó si estaría intentando seducirlo.


—La tía Silvia tenía un enorme baúl lleno de viejos disfraces y ropa. Se pasaba todo el año metiendo allí lo que iba encontrando en mercadillos —le dijo Paula mirándolo con sus bellos ojos castaños—. La verdad es que no esperábamos a Halloween. Nos disfrazábamos casi cada día.


—Me encantaría ver fotos de todo eso.


Vió cómo su sonrisa se apagaba.


—Si no se han quemado en el fuego…


Rodeó sus hombros y la atrajo hacia él. Paula no protestó.


—Cuéntame más sobre esas fiestas de disfraces. 


—Todas éramos muy teatrales. Lo pasábamos muy bien inventándonos personajes. Podíamos ser cualquier cosa con nuestros disfraces puestos e inventarnos otros mundos. Ahora que lo pienso, creo que tía Silvia usaba esos juegos como una especie de terapia para ayudar a unas niñas que llegábamos algo heridas a su hogar.


—Debió de ser una mujer increíble.


—Lo fue. La echo mucho de menos —repuso Paula mirándolo de nuevo con intensidad—. Supongo que tanto como tú a tu padre.


Intentó aclararse la garganta, pero tenía un nudo que no le dejaba hablar. Paula metió las manos por debajo de su chaqueta y rodeó su cintura.


—¿Es por eso por lo que te metiste en el mundo de la política, para intentar sentirte más cerca de él?


Su cercanía consiguió aflojar la tensión que tenía en la garganta y fue capaz de hablar.


—Por eso empecé mi carrera política, sí. Después descubrí por qué había sido tan importante para él. No se trata de poder. No es eso… La sensación de ser capaz de cambiar las cosas desde la base es increíble. Y eso no es todo.


—¿Qué más hay?


—La verdad es que se ha convertido en un juego tan sucio que nadie en sus cabales querría participar en esta loca competición. Entre los buitres de la prensa y la ferocidad de los rivales, nadie puede llevar una vida tan perfecta y virtuosa como para soportar ese tipo de escrutinio. Tarde o temprano, aparecerá una mancha de sangre en el agua y los tiburones nos rodearán. 

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