martes, 11 de febrero de 2025

Compromiso Fingido: Capítulo 28

 —Mi casa está allí —le dijo Pedro mientras señalaba un cobertizo para carruajes que se veía entre los árboles.


La casa de Pedro era blanca y con contraventanas azules. Era más grande que la mayor parte de las casas que conocía. Estaba claro que procedía de una familia pudiente. Ella había crecido en la casa de su tía Silvia, rodeada de familias ricas que llevaban décadas viviendo en esa histórica zona de Charleston, pero el estilo de vida de Pedro era completamente distinto. Ver dónde vivía no hizo sino recordarle lo distintos que eran sus orígenes. Subió las escaleras hasta la puerta de entrada en la segunda planta. Se agarró a la baranda y contempló desde allí el agua.


—Estas vistas son increíbles —murmuró.


Pedro se acercó y le pasó de nuevo el brazo por los hombros. Esa vez Paula no fue lo bastante fuerte como para apartarse y echar a perder el bello momento. Intentó convencerse de que lo hacía por si alguien los estaba observando en ese instante. Se preguntó si a su familia le habría contado la verdad. Se imaginaba que sí, pero no se había acordado de preguntárselo. No le extrañó que hubiera engañado al director de campaña. Él confiaba en ese hombre, pero ella había aprendido que era buena idea tener siempre cuidado. Oyó una puerta abriéndose y volvió a la realidad. Se apartó de Pedro y se giró para ver de quién se trataba. Se encontró con una señora que se les acercaba desde la entrada principal. Aunque no la hubiera reconocido después de ver su imagen en los medios de comunicación durante años, no le habría costado saber que era la madre de Pedro. Sus ojos, verdes e intensos, la delataban. Ana Alfonso Zolezzi se acercó a ellos con paso seguro. Llevaba su pelo rubio perfectamente peinado, como si acabara de salir de la peluquería. Debía de tener unos cincuenta años, pero no lo parecía, tenía un aspecto excelente. Llevaba pantalones vaqueros y un jersey de punto rosa con chaqueta a juego. Las perlas no faltaban adornando su cuello. No era como se la había imaginado y le alivió ver que su presencia no la intimidaba tanto como había temido. Llevaba mucho tiempo viéndola en las noticias. Siempre tenía una respuesta inteligente y era firme cuando la cuestión lo requería. La observó en ese instante, mirando a su hijo y después a ella y se dió cuenta de que parecía mucho más dulce y cercana.


—Madre, te presento a Paula —anunció Pedro—. Paula, mi madre.


Ana alargó las manos y tomó las suyas con fuerza. 


—Bienvenida a nuestra casa. Siento mucho que se haya quemado tu restaurante, pero me alegra ver que estás bien y también que Pedro te haya traído para que te quedes con nosotros.


—Gracias por acogerme, senadora.


—Ana, por favor, llámame Ana.


—De acuerdo —contestó ella con poco convencimiento.


No se imaginaba tuteando a una mujer que cenaba casi todos los días con presidentes y senadores. Notó que la madre de Pedro la estaba estudiando sin demasiado disimulo y de arriba abajo. Se imaginó que, si estaba allí, era porque alguien le había pedido que cambiara su imagen.


—Es un placer y un honor conocerla —le dijo con algo de inseguridad.


—¿Te pasa algo, querida? —le preguntó la mujer ladeando la cabeza.


—No, no me pasa nada. Me siento muy agradecida.


—Pero… —insistió Ana.


—¿Está aquí porque el director de campaña le ha pedido que cambie mi imagen?


—¿Por qué iba a hacer algo así? Está claro que mi hijo te ve perfecta tal y como eres.


—Gracias por decir eso.


Lo que le había dicho la senadora parecía implicar que no sabía que el compromiso era una farsa. Le sorprendió que Pedro fuera tan reservado como para no contarle la verdad a su familia. Pero se dió cuenta entonces de que ella había hecho lo mismo con sus hermanas. 

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