martes, 18 de febrero de 2025

Compromiso Fingido: Capítulo 36

 —Me estás angustiando mucho con esas palabras, Pedro. Por favor, ve al grano.


No pudo evitar reírse.


—Bueno, el caso es que voy a tener que ponerme a la altura de muchos de esos políticos. No puedo dejar que el miedo me mantenga fuera de la carrera política.


—Pero necesitamos que haya buena gente en el gobierno.


—Gracias —repuso él dándole un abrazo con la mano que rodeaba sus hombros.


—¿Gracias por qué?


—Por llamarme «Buena gente».


No sabía cómo podía contestarle cuando sólo podía pensar en que el abrazo que acababa de darle había presionado uno de los pechos de Paula contra su torso. Lo último que tenía en mente era cómo seguir siendo buena gente. Sólo podía pensar en hacerla suya allí mismo y en ese instante, detrás de la duna de arena más cercana. Paula se detuvo y dejó que sus sandalias cayeran. Después tomó sus zapatos e hizo lo mismo, agarrando sus manos.


—Has estado preocupado por lo del falso compromiso, ¿Verdad? 


Se quedó callado unos instantes.


—Es difícil tener que hacer algo que está mal usando razones justas y validas. Lo sé porque yo he estado luchando en mi interior con el mismo problema.


—Y ¿A qué conclusión has llegado?


—Sé que la buena gente es también humana y tiene derecho a equivocarse. A veces necesitamos tomarnos un descanso, aunque sólo sea un alivio temporal.


Acarició con los nudillos la suave piel de su cara y bajó hasta el cuello. Paula lo miró. Sus ojos eran tan oscuros y brillantes como un pozo. Temió caer dentro de ellos y perderse para siempre. La besó entonces. Tenía que hacerlo. Durante los dos días anteriores habían estado jugando y los dos sabían que aquello acabaría por suceder. Él había estado intentando controlarse para darle tiempo a ella de asumir lo que estaba pasando. Pero esa noche, bajo las estrellas, la deseaba con locura y sentía que a Paula le pasaba lo mismo. Notó cómo se acercaba a su cuerpo mientras la besaba. No había dudas ni temores en sus reacciones. Suspiró entre beso y beso y el sonido le recordó a los gemidos de la otra noche. Era una joven tímida, pero sabía que se convertía en una mujer desinhibida y pasional en la cama. Paula agarró las solapas de su traje con fuerza, atrayéndolo hacia su cuerpo. Entreabrió sus labios y su lengua lo buscó con el mismo hambre que lo dominaba a él. Su boca sabía a lima y recordó lo que había estado bebiendo en la fiesta. Los pechos de esa mujer se aplastaron contra su torso de forma tentadora, imposible de ignorar. Se moría por tocarla sin ropa y sin interrupciones. Le habría encantado hacerla suya allí mismo, al lado del mar y bajo el cielo estrellado, pero sabía que no era buena idea.


—Será mejor que entremos antes de perder totalmente el control —le dijo.


—Y antes de que alguien con un teleobjetivo consiga unas imágenes del político del año al desnudo —comentó Paula.


—No es así como quiero que me recuerden.


Riendo, Paula agarró su mano y corrieron hacia el antiguo cobertizo. Ella sujetaba con la otra mano el vestido para no pisarlo. Era extraño verla con un vestido tan formal, pero descalza y despeinada.


—¡Los zapatos! —exclamó él.


Había tirado de ella para que se detuviera, pero Paula lo miró con los ojos llenos de deseo.


—¡Al infierno con los zapatos!


La miró. No podía decirle que no a nada, no cuando se mostraba más tentadora y apasionada que nunca. Sólo esperaba no sentir a la mañana siguiente que había perdido del todo el sentido común, le bastaba con haber perdido ya para siempre los zapatos. 

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