jueves, 6 de febrero de 2025

Compromiso Fingido: Capítulo 23

Y no se refería al falso compromiso, sino a la elección de su anillo. Era exactamente como había soñado siempre que fuera. Pero ya nunca podría tenerlo porque ese tipo de sortija siempre le recordaría a Pedro Alfonso y el daño que ese hombre le había hecho. Pensó en cómo había salido de puntillas de su dormitorio. Temía que saliera con la misma facilidad de su vida cuando esa relación ya no beneficiara su carrera política. Le disgustaba pensar así de él, pero ése era el aspecto que le había mostrado hasta el momento, el de un político interesado. No creía que Pedro fuera un político al uso, pero sabía que se le daba bien hacer cambiar lo que hiciera falta para que todo saliera según le convenía. Sabía que tenía que mantener eso siempre presente para poder superar esa situación. Se metió en la parte de atrás del coche. El chófer cerró la puerta tras ella. Era un automóvil muy lujoso, con suaves asientos de piel. Había un pequeño televisor encendido frente a sus asientos en el que podían ver un canal que sólo mostraba informativos durante las veinticuatro horas del día. Pedro tiró su maletín al suelo y se abrochó el cinturón.


—Menos mal que ya ha pasado todo. Creo que tendremos tiempo para hablar un poco antes de que lleguemos a mi casa.


—¿Tu casa?


—Sí, deberías ir y familiarizarte con ella —repuso él—. Sería extraño que no conocieras la casa donde vivo.


—Claro, es verdad. 


Intentó fingir indiferencia, pero le molestó que la única razón que tuviera Pedro para llevarla a su casa fuera algo tan práctico como lo que le había explicado.


—Entonces, ¿Por qué no ha venido también con nosotros tu director de campaña? ¿Dónde está ahora?


—No lo sé —repuso Pedro encogiéndose de hombros.


—Pensé que quería comentarme algunos detalles de la agenda para los próximos días —le dijo mientras se cruzaba la chaqueta sobre el vestido.


Florencia le había prestado un vestido con estampado floral para la rueda de prensa. Pero su hermana no tenía tanto pecho como ella y le quedaba demasiado ceñido. Y tener la pierna de Pedro rozando las suyas no estaba ayudándole a sentirse más cómoda. Se moría por estar de nuevo entre sus brazos y sentir sus caricias. Se dió cuenta de que necesitaba comprarse ropa cuanto antes. Creía que eso era lo que debería haber estado haciendo en vez de ir a la joyería a por un anillo de compromiso.


—Hablé con Leandro y decidimos que ya te informaría yo. Él tiene mucho trabajo —le explicó Pedro mientras abría su maletín y sacaba una agenda—. Tengo un discurso mañana por la mañana en una asociación, es una especie de desayuno de trabajo. Por la tarde tengo una reunión con el equipo de mi campaña. El sábado por la noche, hay una cena para recaudar fondos. Tendrá lugar en un barco.


Dejó de leer para mirarla. Pedro no tenía ni idea de hasta qué punto le afectaba tenerlo tan cerca. Creía que si los paparazzis no hubieran conseguido esas fotografías tan comprometedoras, podría haber seguido con su vida. Sabía que se habría quedado muy decepcionada con él, pero al menos no tendría que intentar controlar continuamente la atracción que sentía por él.


—¿Paula? —dijo él mirándola a los ojos—. ¿Me estás escuchando? ¿Tienes algún problema con estos eventos? No tienes que asistir a todos los actos. No es como si fueras la esposa del candidato.


—Claro que quiero ir. La verdad es que es fascinante poder estar involucrada en todo esto. Además, ahora mismo estoy sin trabajo. Todo está parado en Beachcombers hasta que la compañía de seguros tase los daños y nos pague.


Hizo todo lo posible por no llorar, pero lo único que quería era gritar desesperada. Toda su vida estaba fuera de control y a ella le gustaban las cosas simples, sin complicaciones. Y Pedro Alfonso era todo lo contrario. Vió que la miraba con preocupación.


—Podría prestarte dinero y…


—¡Ya basta! ¡Deja de ofrecerme dinero! —le dijo con algo más de intensidad de la que habría querido comunicar. 

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