jueves, 13 de febrero de 2025

Compromiso Fingido: Capítulo 31

Paula no dejaba de mirarlo a los ojos y vio cómo se entreabrían sus labios. Ella se puso de puntillas y tuvo que besarla de nuevo. Rozó suavemente su boca una y otra vez, después mordió sus labios, pero eso no hizo sino acrecentar su deseo. Intentó convencerse de que podían seguir por ese camino, que no tenía nada de malo que exploraran la atracción que sentían. Le tentaba la idea de tener una breve aventura con ella y volver a probar su cuerpo. Pero entonces se abrió la puerta que conectaba con el escenario y el momento se echó a perder. Su director de campaña se acercó deprisa hacia ellos sin molestarse en cerrar la puerta. Se imaginó que los reporteros estarían encantados con la oportunidad de hacerles más fotos juntos.


—Muy bien, tortolitos. Vámonos, tenemos la agenda llena de actos —les dijo Leandro con energía.


Se quedó mirando a Paula mientras ésta seguía al director de campaña. No quería una relación seria ni compromisos de ningún tipo. Por encima de todo, no estaba dispuesto a entregar de nuevo su corazón a alguien. Pero, mientras observaba a esa mujer andando con más decisión y seguridad que nunca, se dio cuenta de que no le iba a ser tan fácil como pensaba alejarse de ella. 


Paula disfrutó contemplando los reflejos que la luna hacía en el agua. Apoyada en la barandilla del barco que en ese momento amarraban al muelle, pensó en las miles de preguntas que había tenido que contestar durante los dos días anteriores. Había saludado a centenares de personas y tomado decenas de bebés en sus brazos. Lo último había sido lo más sencillo porque esos pequeños electores no podían votar. Y no se había dado cuenta hasta la mañana siguiente, cuando vio su imagen en la prensa, que la habían engañado para que participara en uno de los gestos más gastados de toda campaña política. Había sido agotador tener que controlar cada gesto y medir cada palabra, sobre todo cuando Pedro y ella se conocían tan poco. La cena de esa noche había sido muy agradable. El barco proporcionaba un escenario de lo más romántico y la comida había sido deliciosa, aunque no se le pasó por alto que el evento hubiera resultado mucho mejor de haberse podido celebrar en Beachcombers, su restaurante. Lo peor de toda la velada había sido el poco tiempo que había podido pasar con él. Y no sabía por qué eso le disgustaba tanto, sabía que no tenía derecho a sentirse así. Decidió olvidarse de ello y concentrarse en la belleza que la rodeaba. El barco brillaba con mil luces y la decoración de la fiesta era muy elegante. Pedro salió entonces de entre las sombras. Llevaba en la mano un vaso de agua y vió que la miraba de arriba abajo con un innegable gesto de admiración. Recordó entonces que tenía que darle de nuevo las gracias a Ana Alfonso, su hada madrina. Una mujer que había sido lo suficientemente lista como para saber que no era una cenicienta que necesitara disfrazarse de princesa. Se había limitado a aconsejarla sin prescindir de sus gustos. A ella, por ejemplo, nunca se le habría ocurrido elegir un vestido que mostrara sus hombros. Le acomplejaba saber que la escoliosis le había dejado uno más alto que otro y siempre intentaba esconder con tela su defecto. Pero cuando Ana le mostró ese vestido… Era color crema con bordados en hilo de oro. Tenía un profundo escote en pico tanto en la parte delantera como en la espalda. Siempre había soñado con tener un vestido de satén como aquél. Pedro se terminó el agua, como si la visión le hubiera dejado la boca seca.


—¿Cómo es que no estás probando el magnífico champán que sirven en esta fiesta? —le preguntó.


—Me temo que sería un desastre mezclar alcohol con periodistas —repuso Pedro.


—Yo también estoy bebiendo agua, pero con una rodaja de lima. 

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