Quería que Pedro entendiera de una vez por todas que su orgullo y sus valores no permitirían que aceptara ni un céntimo de él. Pero se dió cuenta de que había sido demasiado dura y le sonrió.
—De todas maneras, gracias por la oferta. Eres muy generoso.
—No lo creas. La verdad es que la cantidad que necesitas es insignificante para mí.
Le hizo una mueca al escuchar sus palabras.
—¿Por qué has sentido la necesidad de convertir tu generosa oferta en un comentario tan fuera de lugar?
—No estaba presumiendo, es que es la verdad.
Se imaginó que quizás fuera así, pero eso no cambiaba nada, seguía sin querer aceptar su dinero. No le parecía apropiado aceptar ese tipo de ayuda de un hombre con el que se había acostado. Ya había ignorado muchos de sus valores para aceptar ese falso compromiso y no estaba dispuesta a ir más lejos.
—Veo a mucha gente rica por Beachcombers que escatiman céntimos en las propinas a las camareras. He visto lo suficiente como para saber que riqueza y generosidad no siempre van unidas.
—Como ya tengo suficientes debates en mi agenda, no rebatiré esa amable definición de mi carácter que acabas de brindarme.
Se mordió el labio para no decir nada más y se entretuvo contemplando el tráfico por la ventanilla. Lo último que quería era seguir hablando sobre las muchas cualidades que poseía ese hombre. Eso no iba a ayudarla en absoluto. Pedro alargó un dedo hacia ella y le tocó la frente.
—Un céntimo por tus pensamientos —le dijo.
Forzó una sonrisa.
—¿Un céntimo? ¿No puedes mejorar esa oferta? Pensé que eras millonario…
Pedro se echó a reír. Un sonido que la afectó tanto como sentir sus brazos de repente sobre los hombros. Se estremeció y un fuerte deseo se despertó dentro de ella. Siempre le había atraído ese hombre, pero le era más difícil controlarse después de saber cómo era compartir una noche de pasión con él y hasta dónde podía llevarla cuando estaba dentro de ella. Se inclinó hacia delante para apartarse de él.
—No hay necesidad de seguir con las muestras de cariño. No hay nadie aquí que nos pueda hacer una foto.
Pedro apartó el brazo muy despacio, pero seguía mirándola con sus ojos de niño travieso. Era un seductor nato y lo sabía mejor que nadie.
—No pretendía excederme —le dijo.
—Acepto tu disculpa.
No le gustaba ser tan fría y seca, pero no podía hacer otra cosa. Le costaba ser fuerte cuando no la tocaba, pero si le ponía la mano encima, ya no sabía cómo salir de la situación. Le había encantado que la acariciara toda la noche, pero no había podido superar aún cómo había hecho que se sintiera a la mañana siguiente.
—Entonces, ¿Cuánto valen tus pensamientos?
—La verdad que ahora mismo los estoy repartiendo gratis —le dijo ella para intentar cambiar de conversación y llevarla a un terreno más seguro—. Me estaba preguntando algo… Pero me temo que no es de buena educación decírtelo.
—Soy político, he aprendido a soportar todo tipo de comentarios y preguntas.
A ella le hubiera encantado tener ese talento.
—Muy bien —comenzó ella con más confianza—. Supongo que es deformación profesional. La contable que llevo dentro se estaba preguntando cómo habría conseguido tu familia hacerse con una fortuna tan importante.
—La verdad es que ha sido cuestión de suerte —le dijo él mientras se rascaba la barbilla—. Mi bisabuelo compró unos terrenos que se vendieron muy bien años después. Pero fue pura suerte, la inversión podría haberle salido mal.
No podía dejar de mirar cómo movía la boca mientras hablaba. Recordaba con demasiada exactitud cómo esos mismos labios habían explorado su piel la otra noche, deteniéndose en las partes más sensibles.
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