Pedro empezó a rascarse la oreja mientras le hablaba, pero después se detuvo de golpe. Vió que había tenido en cuenta su comentario del día anterior. Se sintió mal por haber reaccionado enfadada. Ella no solía ser así, no usaba la ira para enfrentarse a sus problemas y no estaba dispuesta a cambiar a esas alturas. Se imaginó que los nervios eran los culpables. No le apetecía tener que decirle que aceptaba convertirse en su prometida. Lo que de verdad necesitaba era dormir bien una noche, pero no podía elegir.
—Siento haber reaccionado así. La verdad es que tengo que hablar contigo y podemos hacerlo mientras inspecciono la casa —le dijo entonces.
Pedro la miró con gesto preocupado.
—¿Seguro que estás preparada para esto? ¿Por qué no te limitas a contratar un servicio de limpieza y así te ahorras el dolor de ver la casa así?
—No pienso limpiarlo aún. La verdad es que no puedo hacerlo hasta que la compañía de seguros valore los daños. Ahora sólo quiero echar un vistazo, no me llevará mucho tiempo.
Pedro se apartó entonces de su lado y entró en el salón principal. No pudo ahogar una exclamación. La sala parecía un inmenso agujero negro. Los tablones de las ventanas apenas dejaban pasar la luz y parecía más oscuro aún. Pensó que hubiera sido mejor esperar a verlo por la mañana, con algo más de luz, pero después se dio cuenta de que eso no habría cambiado nada. En esa sala había organizado muchas fiestas de compromiso y otros bellos eventos. Siempre había soñado con celebrar allí algún día su boda. No entendía cómo Paula podía soportar ver de manera tan estoica en qué se había convertido su maravillosa casa. Cuando le dijo que iba a ir a echar un vistazo, decidió que tenía que estar con ella para prestarle todo su apoyo. Vió cómo le temblaba la barbilla. Lo entendía perfectamente. Había esperado verla así. Lo que no había esperado era que a él le afectara tanto verla sufrir. Se cruzó de brazos para retener sus manos y no tener la tentación de abrazarla de nuevo. Paula pasó entonces a su lado y la tela de su blusa rozó su brazo. No pudo evitar imaginarse qué llevaría debajo de la delicada prenda. Su cuerpo estaba deseando conocer la respuesta. Nunca habría pensado que la práctica ella se pondría la lencería que vendía en la tienda de regalos. La tienda de regalos… No entendía cómo podía haber estado tan enfrascado soñando con el cuerpo de Paula como para olvidar el escenario devastador que tenía a su alrededor. Se acercaron a lo que quedaba de la tienda. Casi todas las estanterías estaban en el suelo o ladeadas. De la ropa no quedaba apenas nada, sólo algunos restos chamuscados, casi imposibles de identificar, colgaban de las perchas. Se imaginó que se trataba de conjuntos de lencería como el camisón que había llevado ella cuando la rescató. Oyó un timbre tras él y la risa de Paula. Ese sonido le afectó tanto como lo habría hecho una caricia y se dio cuenta de que tenía serios problemas.
—¿Qué has encontrado? —le preguntó.
Paula estaba metiendo la mano en el cajón de la caja registradora y sacó un manojo de billetes empapados.
—Sólo necesito un secador de pelo y seré solvente de nuevo —comentó con ironía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario