—Supongo que es también resultado de esa escoliosis.
—Pero tienes mucha suerte, eres una mujer fuerte y sana —le dijo Pedro mientras la miraba con intensidad.
—Sí, la verdad es que tengo mucho que agradecerle a los médicos que me ayudaron durante años —le dijo ella—. Pero no me conociste de pequeña —añadió con dificultad—. No fue fácil conseguir que la columna se enderezara y mantener una postura erguida. Mucha gente, como mis padres biológicos, no aceptan carga económica y el esfuerzo que supone una niña con problemas como era yo.
Sintió contra su espalda cómo se tensaba el cuerpo de Pedro. Lo miró por encima del hombro y vió que en sus ojos había la misma dureza que había notado en su cuerpo.
—No te merecían —le dijo entonces con ternura.
Pero su cuerpo seguía sin relajarse. Parecía indignado, casi irritado. Lo vió en sus ojos de hielo. Estaba enfadado por lo que le había pasado. Le pareció increíble. Se había encontrado con gente que la había compadecido y con gente que la había ayudado, pero no recordaba haberse encontrado con nadie que estuviera realmente furioso por la injusticia del abandono que había sufrido siendo muy pequeña. Pedro consiguió emocionarla y hacer que se olvidara en un segundo de tantos años de dolor.
—Gracias —le dijo con sinceridad.
—No me agradezcas nada, sólo digo la verdad —repuso él sin dejar de mirarla a los ojos—. Por cierto, tengo que decirte también que eres una de las mujeres más fuertes que he conocido.
También le gustó escuchar aquello. Sobre todo después de que Leandro Davis hablara de ella como una mujer débil y tímida.
—He tenido que serlo. Los niños pueden llegar a ser muy crueles con los que no son como ellos.
Y, en su caso, también los adultos lo habían sido. No pudo evitar pensar en sus padres biológicos. Se dió cuenta de que Pedro tenía razón, no habían merecido tenerla como hija si no habían sido capaces de aceptarla tal y como había nacido. Le llamó la atención que hasta ese momento no hubiera sido consciente de ello. Sus padres biológicos no habían estado preparados para ser padres. Le dio la impresión de que lo entendía por primera vez y todo su cuerpo se relajó al instante. Durante años, había hablado mucho sobre el tema con su tía Silvia y con sus hermanas, pero hasta ese momento, no lo había comprendido. Le asustó y sorprendió ver que había bastado una conversación con ese hombre para ver su pasado desde otra perspectiva. Pedro acarició su columna con los nudillos.
—¿Tuviste que llevar un corsé durante mucho tiempo?
—Hasta que fui a la universidad. Entonces sólo me lo ponía por las noches —le dijo ella—. Por eso me gustan tanto ahora las delicadas prendas de seda. Me encanta sentirlas sobre mi piel.
—Eres muy sensual, de eso ya me había percatado —repuso él mientras acariciaba suavemente su espalda.
—¿Qué dices? Pero sí soy contable.
—¿Y qué? ¿Es que la gente a la que le gustan los números no pueden gustarle también las sensaciones o incluso el sexo salvaje?
—Bueno, supongo que sí…
No pudo seguir hablando. No mientras Pedro se acercaba peligrosamente a sus pechos y le besaba el cuello.
—Eres perfecta tal y como eres —le dijo—. Todo por lo que has pasado te ha convertido en la mujer sexy e inteligente que eres ahora.
La presión que comenzó contra la parte baja de su espalda le dejó claro que Pedro no estaba mintiendo, se sentía atraído por ella. Metió las manos bajo el agua para acariciar las poderosas piernas de ese hombre. Había conseguido despertar de nuevo su deseo y el corazón le latía con tal fuerza que le retumbaba en los oídos. La tomó por la cintura y la levantó un poco para que ella pudiera darse la vuelta. Quedó de rodillas frente a él y con las piernas a ambos lados de las de ese hombre. Se inclinó hacia delante hasta que sintió el miembro de Pedro, firme y preparado, contra el mismo centro de su feminidad. Se dejó llevar por todas las sensaciones, como la de sentir sus pechos aplastándose contra su torso cuando lo besó en la boca. Esa noche aún no había terminado y había decidido que la aprovecharía al máximo. Arqueó la espalda y se recolocó para después deslizarse y permitir que Pedro la llenara de nuevo. Pero lo hizo muy despacio, sometiéndolo a la más deliciosa de las torturas.
—Yo sí que voy a por todas, Pedro. Conseguiré la victoria…
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