Paula agarró con fuerza la mano de Pedro mientras pasaban entre los robles de camino a la casa. La acogedora vivienda, blanca con contraventanas azules, brillaba como un faro con las luces de seguridad. Tenía la piel cubierta de arena y estaba hecha un desastre. Pero, corriendo tras él entre las azaleas, nunca se había sentido tan viva como en ese preciso instante. Subieron deprisa las escaleras y Pedro no tardó ni un segundo en abrir la puerta y cerrarla tras ellos. La besó entonces de nuevo, aplastándola contra la pared. Fue un beso mucho más intenso, un beso que la sacudió con la fuerza demoledora de un huracán. Pedro tenía las manos colocadas sobre la pared a ambos lados de su cara. Sólo necesitaba usar sus labios para seducirla. Nada más. Su boca sabía a la sal del océano y al limón del agua que había tomado en la fiesta del barco. El chal se resbaló por sus brazos y cayó al suelo. Acarició con el pie uno de los gemelos de él. Le agarró con fuerza la espalda. No podía dejar de acariciarlo, de atraerlo hacia ella hasta que no hubo ya aire entre ellos. Fue entonces cuando pudo por fin notar hasta qué punto la deseaba. Acarició con el cuerpo su firme miembro, se moría por sentirlo dentro de ella. Pedro dejó de besarla en la boca para concentrarse en su cuello. Siguió tras su oreja y enterró la cara en su cabello. Estaba ardiendo, no aguantaba más.
—Paula, tenemos que ir más despacio o no llegaré al dormitorio, ni siquiera al sofá.
Ella no quería detenerse. La corta distancia hasta el sofá de piel le parecía infranqueable.
—Pero ¿Para qué vamos a movernos? Si llevas protección en el bolsillo, no tenemos que ir a ningún sitio. Prefiero hacerlo aquí y ahora mismo.
El gutural gruñido de Pedro, casi animal, la estremeció y excitó aún más. Notó que sacaba algo del bolsillo. Era su cartera.
—Llevo preservativos encima desde aquella noche. Sabía que la química que hay entre nosotros podría volver a arder en cualquier momento sin que pudiéramos hacer nada al respecto —le confesó Pedro.
Sacó un paquetito de la cartera y tiró ésta por encima del hombro. Apenas fue consciente de lo que pasó a partir de ese momento. Pedro la besaba de nuevo y ella intentaba desabrocharle el cinturón. Él le levantó con algo de dificultad el largo vestido hasta llegar a su cintura. Con impaciencia, agarró sus braguitas de satén. Recordó entonces cuánto le había gustado comprar nuevos artículos de lencería. Entre ellos no había ni un conjunto de aburrida ropa interior de algodón. Consiguió desabrochar sus pantalones y tomarlo entre sus dedos con una larga y sensual caricia. No había tenido nada tan increíble en su vida como lo que sentía estando con ese hombre. Notó que Pedro apretaba la mandíbula, parecía estar también fuera de control, tiró con más fuerza de sus braguitas y acabó rompiéndolas. Sintió entonces el frescor del aire sobre su ardiente piel.
—¡Ahora, Pedro! ¡Ya! —le pidió en un susurro contra su boca—. Olvídate de caricias y juegos…
—Si insistes… —gruñó él.
Lo observó mientras se colocaba el preservativo. Después, Pedro agarró su trasero y la levantó contra la puerta hasta que se deslizó dentro de ella. Fue increíble sentirlo de nuevo, llenándola de calor y sensaciones. Fue bajándola poco a poco y ella rodeó con sus piernas las caderas de aquel hombre, guiándolo hasta que fueron un sólo cuerpo. Comenzó a sentir sacudidas dentro de ella antes incluso de que él comenzara a moverse. Se dió cuenta entonces de que todo lo que había pasado durante los dos últimos días había sido como el juego previo de caricias y besos que antecede a ese tipo de intimidad. Pedro se separó unos milímetros de ella para volver a embestirla con fuerza. Aquel movimiento la envió hasta cumbres de placer inesperadas. Echó la cabeza hacia atrás mientras gritaba cada vez que una nueva ola podía con ella. Clavó los talones en el trasero de Pedro y él entendió que quería sentirlo con más fuerza y más deprisa. El placer fue creciendo más y más hasta que llegó también el clímax para él.
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