jueves, 2 de enero de 2025

Prisionera De Tu Amor: Capítulo 41

 –Pedro, esa chica es una mina de oro. La adoran. El hecho de que tenga tanto talento natural la hace más interesante. No se hablaba de una mujer jockey desde hace años. La prensa también ha descubierto la conexión de su familia con el jeque Nadim y su mujer, así que ahora están como locos con la novedad. No dejan de llegar invitaciones. Has sido oficialmente aceptado en el santuario de los poderosos en el mundo de la hípica. ¿Cómo te sientes?


¿Cómo se sentía? Pedro seguía dándole vueltas a la conversación que acababa de tener con André por teléfono. ¿Cómo se sentía después de haber logrado la aceptación y el respeto que llevaba años buscando? Curiosamente, frío, admitió para sus adentros. Incluso esas vistas, que mostraban un paisaje exclusivo del glamuroso París, lo dejaban indiferente. Justo entonces, oyó un ruido y, cuando se volvió, encontró a Paula en la puerta de la habitación. Antes había estado guapa, pero en ese momento estaba… Impresionante. Llevaba un vestido largo y verde brillante. La tapaba desde el cuello hasta los pies. Tenía manga larga, pero se ajustaba a cada una de sus delicadas curvas, ensalzando su sensualidad. Llevaba el pelo recogido en un elegante moño italiano y unos sencillos pendientes de diamantes. Cuando entró en la habitación, parecía nerviosa.


–Estoy preparada.


Había algo en ella que le daba un aspecto muy vulnerable. Pedro podía adivinar lo fuera de lugar que se sentía. Conmovido, trató de pensar en algo para animarla.


–Estás muy hermosa, Nessa.


Ella se sonrojó, alisándose la falda del vestido con una mano ligeramente temblorosa. Esa mujer podía domar y montar al más fiero pura sangre, ¿Y una fiesta la hacía temblar?


–No soy hermosa. No tienes por qué decir eso.


Pedro cruzó la distancia que los separaba con dos grandes zancadas y la sujetó de la barbilla, mirándola a los ojos.


–Si hubieras sido otra persona, habría pensado que solo pretendes hacerte la modesta. Pero creo que tú lo dices en serio. ¿Quién te ha hecho creer que no eres hermosa?


Ella se apartó.


–Crecer con dos hermanos no ayuda a explorar tu lado femenino. Y nuestra madre murió cuando tenía ocho años, así que no recuerdo su influencia.


–¿Y tu hermana mayor?


Paula se encogió de hombros.


–También era muy masculina. Y siempre estaba demasiado ocupada.


Él intentó contener su sorpresa. Nunca había conocido a una mujer bella que ignorara sus atributos. Hasta ese momento. Tuvo la tentación de tomarla de la mano y llevarla al dormitorio para quitarle aquel sofisticado moño y limpiarle el maquillaje con sus besos. Pero dió un paso atrás.


–Vámonos. El chófer nos está esperando.


Mientras bajaban en el ascensor, Paula trató de ignorar el hondo sentimiento que le habían producido las palabras de su acompañante. Pedro la consideraba hermosa. Sabía que no era un hombre dado a los cumplidos vacíos y, por primera vez en su vida, se sintió guapa. Respiró hondo, para calmar los nervios, aunque era difícil, teniendo a Pedro tan cerca en el pequeño cubículo. Sus ojos se encontraron en el espejo del ascensor. Los de él era oscuros como dos pozos sin fondo y tenían un brillo de deseo tan explícito que la dejaban sin respiración. Ella ansió saber cómo reaccionar en ese tipo de situaciones. Seguramente, sus otras amantes, esas para las que había comprado esa colección de vestidos, sabrían decir unas palabras seductoras en el momento adecuado, mientras lo rodeaban con sus brazos llenas de confianza. Incluso, tal vez, se atreverían a apretar el botón de parada del ascensor e iniciar un encuentro ardiente allí mismo. Igual él estaba esperando que hiciera eso mismo. Sobrepasada por la inseguridad y la excitación, Paula buscó desesperadamente algo que decir.


–Es una suerte que estés tan bien preparado para tus… Amigas. Había muchos vestidos entre los que elegir.


Él arqueó las cejas, al mismo tiempo que se abrió el ascensor. Cuando ella salió, la sujetó del brazo, deteniéndola.


–¿A qué te refieres con eso?


Paula notó cómo se sonrojaba y maldijo para sus adentros por su falta de sofisticación.


–A las ropas que había en el vestidor. Debes de tenerlas guardadas por si les hacen falta a tus amantes.


–Esas ropas fueron compradas para tí. Hice que una estilista las trajera antes de que llegáramos. No hospedo a mujeres en mi casa y, menos aún, tengo una colección de vestidos para ellas.


Paula se quedó sin palabras. El corazón se le aceleró en el pecho. Decía que no hospedaba a mujeres en su casa, pero a ella, sí.


–Ah.


Pedro estaba muy serio, como si él también se hubiera dado cuenta de lo que su afirmación implicaba. No dijo nada. Se limitó a guiarla hacia delante, donde el coche los esperaba. 


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