—Tengo problemas mucho más graves en mi vida ahora mismo que pensar en con quién me he acostado.
—Claro, lo entiendo.
—Tengo que encargarme de los daños en la tienda, hablar con mis hermanas, ocuparme de dar los partes a la compañía de seguros…
Era una empresaria muy competente y profesional y quería que la respetara por eso. No quería darle pena.
—Muy bien —repuso él levantando las manos en señal de rendición y con media sonrisa en la boca—. Veo que de verdad quieres que me vaya.
No entendía cómo había conseguido Pedro cambiar las cosas para que fuera ella entonces la que se sintiera culpable. Estaba segura de que era alguna técnica que aprendían todos los políticos. De un modo u otro, hizo que se sintiera como una bruja. Respiró profundamente e intentó tranquilizarse. Incluso llegó a sonreírle también.
—Lo de anoche estuvo… Estuvo bien, pero ahora hay que volver a la realidad.
Pedro levantó una ceja al escucharla.
—¿Bien? ¿Crees que la noche de pasión que compartimos estuvo bien? ¿Nada más?
Demasiado tarde, se dió cuenta de que le había dado en su talón de Aquiles. Pedro Alfonso era un hombre competitivo, ésa era su forma de vida y no parecía dispuesto a conformarse con su comentario. Fue hacia la ventana y se distrajo mirando por ella. No quería mirarlo a los ojos, a pesar de que eso era lo que deseaba hacer. Quería ver si volvía a mirarla con la misma pasión de la noche anterior. Su presencia le afectaba demasiado, sobre todo después de todo lo que le había pasado y no sabía si iba a poder mantener el control por más tiempo.
—Pedro, necesito que te vayas, por favor —repuso ella mientras jugaba con el lazo de satén que decoraba uno de los centros de flores.
El tejido del lazo le recordó al camisón que había echado a perder de manera tan tonta esa misma madrugada.
—Por supuesto —murmuró él con voz sugerente.
Escuchó dos pasos fuertes y seguros y supo que estaba detrás de ella. Pudo sentir el calor de su aliento cuando le habló de nuevo.
—Siento mucho lo de la prensa y no haber sido capaz de mantener las distancias cuando debía haberlo hecho. Pero nunca definiría lo que pasó anoche como lo has hecho tú. No estuvo sólo bien.
Esperaba que no volviera a tocarla porque estaba a punto de perder el control. Y podría acabar dándole un puñetazo o, mucho peor, besándolo. Se dió la vuelta para mirarlo y apenas pudo soportar su intensa y penetrante mirada. Ignoró sus buenos modales. Era cuestión de vida o muerte.
—Mi hermana está a punto de volver con un secador. Se le olvidó traérmelo cuando me dió el resto de mis cosas.
Pedro asintió con la cabeza.
—Llámame si tienes algún problema con la prensa o con el seguro de la casa.
Abrió la puerta y salió de la habitación.
Ella tomó la rosa que Pedro había estado sosteniendo en sus manos. Apenas podía creer que no hubiera salido corriendo tras él. Le ardía la boca, hambrienta de besos. Ese hombre siempre le había atraído, aunque se imaginaba que eso era algo que les pasaba a muchas mujeres. Todo su cuerpo lo deseaba, pero su mente aún se dejaba llevar por el sentido común. Casi siempre. No quería ser una de esas mujeres que parecían volverse tontas de repente si el hombre de sus sueños les sonreía. Se acarició la mejilla con la rosa y jugó con el tallo entre dos de sus dedos, como había hecho él. Tenía las ideas muy claras, pero no sabía cómo llevarlas a cabo ni cómo podría mantenerse alejada de él cuando ya había experimentado lo que era estar entre sus brazos y sentir contra su cuerpo desnudo la piel de ese hombre. Se acercó a uno de los jarrones y metió en él la rosa. Tenía que agarrarse de nuevo a su fortaleza y su voluntad, como había hecho siempre, desde que sus padres la abandonaran siendo poco más que un bebé. Había sobrevivido en ese mundo gracias a sus agallas y al gran autocontrol que siempre había demostrado.
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