—La prensa va a perseguirte para conseguir más información. Nadie se imagina lo duro que es hasta que pasa por ello. ¿Sabes cuántos periodistas te esperan ahí afuera?
—Cuando llegue mi hermana a buscarme, saldremos juntas por la parte de atrás del hospital.
Se rascó la parte de atrás de la oreja antes de contestarle.
—No es tan sencillo. Tu hermana no va a venir.
—¡Deja de rascarte!
No entendía nada.
—¿Cómo has dicho?
—Que dejes de rascarte —repitió Paula—. Es tan obvio… Te rascas así la oreja cada vez que intentas eludir una pregunta. ¿Qué es lo que estás escondiendo…?
Paula se quedó callada. Después lo miró con cara de pocos amigos.
—Espera un momento. Has dicho que mi hermana no va a venir, ¿No?
Era la primera vez que alguien le decía que tenía un gesto incriminatorio. No sabía cómo se le podía haber pasado por alto algo así al director de campaña y al resto de su equipo. Hizo una nota mental para intentar corregirlo en el futuro. En ese instante, sin embargo, tenía un problema mucho más grave. Debía tranquilizar a una mujer que estaba más que enfadada con él.
—Su marido y yo hemos pensado que sería más seguro para ella que no tuviera que venir y lidiar con la multitud de medios que hay allí afuera.
—¿Lo han decidido entre David y tú? Veo que habéis estado tan ocupados como tu director de campaña —protestó Paula mientras recogía su bolsa de viaje—. Tomaré un taxi.
—No digas tonterías. Mi coche está estacionado frente a la puerta trasera.
Lo miró con cara de frustración, pero acabó por rendirse con un sonoro suspiro.
—De acuerdo. Cuanto antes salgamos, antes podré dejar atrás todo esto.
Bajaron por el ascensor sin más problemas. Pero cuando fueron a abrir la puerta de servicio, se encontraron con cuatro fotógrafos listos para acribillarlos con flashes y preguntas. Escudó a Paula como mejor pudo y la llevó casi en volandas hasta el coche. Sabía que más fotos de ellos dos no iban a ayudar a que el tema se olvidara, pero se alegraba de haber estado allí para que ella no tuviera que pasar sola por ese trago. Tuvo que abrirse camino entre los periodistas, pero finalmente consiguió acceder al asiento del conductor. Cerró la puerta con cuidado de no hacerles daño, pero con firmeza. Paula se dejó caer sobre el asiento, parecía hundida.
—¡Dios mío! Tenías razón, no pensé que iba a ser tan desagradable.
—¿Desagradable? —repitió él mientras aceleraba—. Siento decírtelo, pero eso no ha sido nada y no creo que vayan a dejarnos tan fácilmente. Van a fisgonear hasta descubrir todo tu pasado.
Vió que Paula palidecía, pero reunió fuerzas para incorporarse en su asiento.
—Bueno, supongo que tendré que comprarme unas buenas gafas de sol y algunos sombreros —comentó ella.
Le gustó ver que tenía agallas, sobre todo porque sabía que todo lo que estaba pasando iba a ser mucho más duro para ella que para otras personas.
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