—Deja de hacer eso. Lo último que necesitamos es darles la oportunidad de hacernos más fotos comprometedoras y alimentar los cotilleos.
—Entonces, conviértete en mi prometida —le dijo Pedro entonces.
—No.
—Haré que te merezca la pena —repuso él con un seductor guiño.
Se cubrió las orejas con las manos.
—No sigas por ahí, mis oídos no están hechos para ese tipo de comentarios.
Pedro se echó a reír, agarró una de sus manos y se la bajó.
—Muy graciosa.
—Espero que haya quedado clara mi respuesta.
—Paula, eres una mujer práctica. Por el amor de Dios, si eres contable. ¿No ves acaso que es lo mejor que podemos hacer?
«¿Soy práctica? ¿Es eso lo que le gusta de mí? ¡Qué romántico!», pensó ella.
—Gracias, pero creo que prefiero enfrentarme sola a la prensa —le dijo mientras intentaba que le soltara la mano.
Pero no tuvo tanta suerte. Pedro no iba a dejar que se apartara y siguió torturando su mano con sutiles caricias hasta que llegaron a la casa de su hermana. Lo primero que vió fue la pancarta que Florencia tenía en el jardín de su casa, era de apoyo a la candidatura del congresista Alfonso en su carrera hacia el Senado. Después miró Beachcombers y se olvidó de todo, de su enfado y de la pasión que habían compartido dos días antes. Su casa, esa vieja conocida, la esperaba con un aspecto triste y desolador. La fachada blanca estaba cubierta de hollín, casi todas las ventanas estaban rotas y alguien había clavado tablones para cubrirlas. El cuidado césped había quedado destrozado. Había barro por todas partes y se distinguían las profundas marcas que habían dejado los camiones de bomberos. Sabía que acabaría por echarse a llorar si seguía mirando. Pero tampoco podía apartar la vista porque entonces se sentía como si estuviera abandonando a un amigo. Se dió cuenta de que tenía problemas mucho mayores que su reputación y que la absurda necesidad que parecía sentir por repetir aquella noche de pasión con un hombre que sólo podía complicar aún más su vida. Tenía que calmarse y tomar conciencia de lo que había pasado. Su prioridad en ese momento era reunirse con sus hermanas para hablar de lo que había ocurrido y de qué debían hacer a partir de ese momento. Y, decidieran lo que decidieran, no quería que Pedro Alfonso estuviera implicado de ninguna manera en su futuro. Apartó de nuevo su mano para dejarle muy claro con su gesto que se negaba a lo que le estaba sugiriendo.
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