Paula se quedó boquiabierta, conmocionada.
–¿Seguro que no te has dado un golpe en la cabeza?
Pedro meneó la cabeza.
–Lo digo en serio, Paula. Ahora mismo, estaríamos viendo las cosas de forma distinta si no hubieras perdido al bebé.
–¿Crees que fue culpa mía? –le interpeló ella, dolida–. La semana pasada tenía muchas náuseas, pero pensé que era solo por…
Pedro se sentó en la cama de nuevo.
–No, Paula. Claro que no fue culpa tuya. El médico dice que estas cosas pasan. Pero el hecho es, si estuvieras embarazada, nos casaríamos de todas maneras. Ningún hijo mío nacerá fuera del matrimonio. Yo nací así y no quiero dejarle el mismo legado a mis hijos.
Paula se esforzó por entender adónde quería él llegar.
–Pero no estoy embarazada, ¿Así que por qué ibas a querer casarte conmigo?
Pedro se levantó de nuevo y comenzó a dar vueltas en la habitación.
–Porque esta experiencia me ha hecho comprender que no soy tan reacio a tener una familia. Ahora veo los beneficios de tener un hijo, un heredero.
–Eso suena muy cínico –observó ella.
–Lo querría todo lo que puedo querer. Le daría una buena vida, todas las oportunidades. Hermanos y hermanas. Como tu familia.
–¿Y qué pasa conmigo? ¿Me querrías a mí todo lo que pudieras?
–No estamos hablando de amor –repuso él–. Por eso, sería un éxito. Todavía te deseo, Paula. Puedo ofrecerte mi compromiso. Somos un buen equipo. Las últimas semanas nos hemos manejado muy bien juntos profesionalmente. Podemos crear un imperio entre los dos.
–Hace unos días, me dijiste que había perdido el atractivo de la novedad.
–No quería lastimarte.
–Bueno, pues lo hiciste –le espetó ella–. Por muy halagada que me sienta porque me consideres apta para ser tu mujer, me temo que no puedo aceptar.
–¿Por qué no?
–Porque no te amo –mintió ella.
–No necesitamos amor. Hay una química increíble entre nosotros.
–Tú dijiste que eso se desvanecería con el tiempo –recordó ella.
–Subestimé nuestra atracción. No creo que se desvanezca pronto.
–¿Pero qué pasará cuando llegue el momento? ¿Tendrás amantes, mientras nuestros hijos crecen con dos padres que no se quieren? –replicó ella–. No puedo hacerlo, Pedro. Quiero tener un matrimonio feliz como el que tuvieron mis padres. No me conformaré con menos. Tú puedes encontrar a cualquier otra mujer que acepte tus reglas. Estoy segura de que no te costará mucho.
–Paula…
–Lo siento, señor. Tiene que irse. Necesita descansar. Le está subiendo la tensión –señaló una enfermera, que había entrado sin que ninguno de los dos se percatara.
–Pedro, vete. Y, por favor, no vuelvas. No puedo darte lo que necesitas.
Durante un largo instante, él no se movió. Al fin, levantó las manos en gesto de rendición.
–Me iré, por ahora. Pero esta conversación no ha terminado, Paula.
Cuando se hubo marchado, Paula dejó caer la cabeza en la almohada. Pedro le había pedido que se casara con él. Pero no había sido por amor. Había sido solo una propuesta de negocios. Para él, sería un beneficio estar relacionado con el jeque Nadim. Le abriría las puertas de la alta sociedad como tanto ansiaba. Y ella sería una atracción de feria perfecta para llevarla a las fiestas, una esposa jockey. Siempre y cuando siguiera ganando carreras, claro. También había decidido que era conveniente tener hijos para que pudieran ser sus herederos. En cierta forma, ella envidiaba su frío desapego. Y deseaba poder ser fría, no estar enamorada. Cuando la enfermera le hubo tomado las constantes vitales, salió de la habitación. Entonces, sonó su teléfono en la mesilla. Era su hermana desde Merkazad.
–Paula, ¿Qué diablos ha pasado? ¿Estás bien?
Haciendo un esfuerzo supremo para calmarse, Paula se lo contó todo. Menos que se había enamorado de Pedro y había perdido a su bebé.
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