jueves, 26 de diciembre de 2024

Prisionera De Tu Amor: Capítulo 40

Todo desapareció a su alrededor cuando Pedro la besó. El cepillo se le cayó de las manos, el caballo relinchó, pero solo una cosa ocupaba su mente: el deseo animal que la invadía. Cuando él separó sus labios, ella tardó un segundo más en abrir los ojos. Con una sonrisa triunfal, él salió del establo, dejándola como si un relámpago la hubiera recorrido de arriba abajo. Paula sabía que no era buena idea dejar que él la atacara de esa manera, por muchas razones, entre las que destacaba su instinto de autoconservación. Sin embargo, la idea de ir a París con él era demasiado seductora como para resistirse a ella.


Pocas horas después, Paula se sentía cada vez más presa de un cuento de hadas. Había ido a París en una ocasión antes, en un viaje con el colegio, pero no había tenido nada que ver con aquello. Habían volado en un avión privado y un coche había estado esperándolos en el aeropuerto. Mientras habían atravesado las afueras de la ciudad, con sus paredes llenas de grafitis, había notado cómo Pedro se había puesto tenso, mirando por la ventanilla con el ceño fruncido. Pero París era una ciudad hermosa, con sus magníficos bulevares y sus edificios antiguos. Sobre todo, en esa época del año, con todos los árboles en flor. Por no mencionar los monumentos icónicos del lugar, como la torre Eiffel o el Arco del Triunfo. En ese momento, ella podía verlos desde los ventanales del baño. Cuando habían llegado a la casa de Pedro, en la planta alta de uno de esos adornados edificios en un ancho bulevar, él había desaparecido en su estudio para hacer unas llamadas y una amable ama de llaves había mostrado a Nessa la suite de invitados. Le había enseñado un vestidor que había estado lleno de maravillosos vestidos. Paula no había sabido como reaccionar al comprobar lo bien preparado que estaba Luc para sus invitadas femeninas. De todas maneras, le había servido como recordatorio de cuál era su lugar en la vida de un hombre tan exitoso y atractivo. Y, si lo miraba por el lado práctico, le sería útil, pues no se le había ocurrido meter un vestido en la maleta cuando habían salido de Irlanda. En ese instante, en el balcón, embutida en un lujoso albornoz, prefirió no pensar en nada, solo disfrutar de las vistas. La puesta de sol se iba desvaneciendo en el horizonte, mientras la torre Eiffel comenzaba a iluminarse. Con una sonrisa, se dijo que hacía mucho tiempo que no se sentía tan feliz. Sin embargo, al instante, su sonrisa se desvaneció. ¿Cómo podía sentirse feliz cuando su hermano debía de estar muerto de miedo en su escondite? Había intentado llamarlo antes, pero Gonzalo había tenido el teléfono apagado, como siempre. Y tampoco había podido encontrar a su otro hermano, Marcos. En ese momento, alguien llamó a su puerta. Con el corazón acelerado, pensó que podía ser Pedro. Pero, cuando abrió, se encontró con el ama de llaves, acompañada de dos mujeres.


–El señor Alfonso ha llamado a estas dos señoritas para que la ayuden a prepararse para esta noche.


Paula esbozó una sonrisa forzada. Pensar en la fiesta le hacía sentir mareada. Una cosa era salir a una gala de clase alta en Dublín. Pero París era otra cosa. Sin duda, iba a necesitar ayuda.


–Gracias, Celina.


Mientras las ayudantes se ponían manos a la obra, Paula no podía sacarse de la cabeza el odioso pensamiento de que, antes que ella, otras mujeres habían ocupado su lugar en casa de Pedro. 

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