jueves, 16 de enero de 2025

Compromiso Fingido: Capítulo 3

Pedro Alfonso intentó aclararse las ideas mientras contemplaba el amanecer sobre el océano. Iba de vuelta a Beachcornbers, donde se había dejado olvidado su maletín. Dejó el coche en el aparcamiento del restaurante, era la segunda vez que lo hacía ese día. Volvía al mismo lugar donde había empezado todo al lado de Paula Chaves. Era una persona muy organizada y eso le ayudaba a no cometer errores. Pero lo que había pasado esa noche no había formado parte de sus planes. Siempre había tenido mucho cuidado con su vida personal y su elección de amantes. No tenía intención de casarse, pero tampoco podía vivir como un monje. Ya había intentado tener una relación seria y para toda la vida, fue durante su tiempo en la universidad, pero había acabado perdiéndola por culpa de una fatal enfermedad cardiaca producida por un defecto de nacimiento. No tuvo siquiera la oportunidad de que su familia conociera a Dana y nadie supo nunca que habían estado prometidos para casarse. Lo había mantenido en secreto como homenaje a esa mujer y al poco tiempo que tuvieron para estar juntos. Pero Paula Chaves… Le parecía una mujer muy sexy y bella. Valores de los que ella misma parecía no ser consciente y eso no hacía sino incrementar su atractivo. Pero eso no era excusa. Estaba acostumbrado a trabajar con bonitas mujeres y siempre había podido controlarse. Tenía la intención de olvidarse de esa noche en cuanto recogiera su maletín, aunque una voz en su interior le recordaba que quizás lo hubiera dejado olvidado a propósito. Oyó la alarma contra incendios en cuanto abrió la puerta de su coche. Vió que el coche de ella seguía en el mismo sitio de antes.


—¡Paula! —gritó con la esperanza de que ella ya hubiera salido del edificio.


No hubo respuesta.


Echó a correr hacia el porche de la mansión mientras llamaba a la policía por el móvil. El pomo de la puerta de entrada estaba caliente, pero ignoró el dolor y lo hizo girar. Fue una suerte que ella no hubiera cerrado por dentro después de que él se fuera. Sintió el intenso calor en cuanto entró. Apenas distinguía nada entre el humo, pero no vió llamas en el vestíbulo. Comenzó a atravesarlo y vió entonces la luz que venía de la tienda de regalos. El fuego parecía estar concentrado sólo en esa zona. Las llamas iban devorando poco a poco las estanterías llenas de ropa y la pintura se desprendía de la vieja madera.


—¡Paula! —gritó de nuevo—. ¡Paula!


Se acercó más. Empezaban a caer pedazos de escayola del techo y le preocupó la integridad estructural de esa casa tan antigua. No sabía cuánto tiempo tendría para encontrarla. Pero supo que no pararía hasta dar con ella.


—¡Paula, contéstame de una vez! ¿Dónde demonios estás? 

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