jueves, 23 de enero de 2025

Compromiso Fingido: Capítulo 7

Paula se enjabonó una vez más la melena en la ducha del hospital. Le estaba costando deshacerse del hollín y el olor a humo. El agua estaba limpiando su cuerpo, pero no conseguía liberarla del sentimiento de frustración que atenazaba sus nervios. Hacía muy poco que Pedro Alfonso había aparecido en su vida, sólo había pasado por Charleston unas cuantas veces, pero ya había conseguido dar un giro de ciento ochenta grados a su existencia. Se preguntó si su impresión había sido la acertada, si de verdad él la había mirado con renovado interés cuando la manta la dejó casi desnuda sobre la camilla. A una parte de ella le gustaba que así fuera, sobre todo después de lo mal que le había sentado que se escapara de su dormitorio de madrugada. Pero entonces recordó el momento en el que él arriesgó su vida para salvarla. Sabía que, de no haber sido por él, habría muerto atrapada en el tocador de señoras. Tomó la esponja y frotó con fuerza su piel. Tenía que deshacerse del hollín y de la memoria de sus caricias. Cuando salió de la ducha y se secó, se sintió algo mejor y más fuerte. Se puso el camisón y la bata que su hermana le había llevado al hospital y no pudo evitar pensar en la delicada prenda de satén que había quedado arruinada para siempre.  Estaba decidida a olvidarse de lo que no era importante y concentrarse en todo lo que el fuego había cambiado. Abrió la puerta del baño y se quedó helada. Pedro estaba sentado en la única silla que había en su habitación y tenía sus largas piernas estiradas frente a él. Se había cambiado y llevaba un traje gris. En el alfiler de su corbata le pareció reconocer el escudo de Carolina del Sur. No entendía cómo podía estar tan relajado después de lo que había pasado ese día. Él sujetaba una rosa de tallo largo en una de sus manos, pero no quiso ni pensar que fuera un regalo para ella. Se imaginó que la habría arrancado de alguno de los ramos y centros florales que adornaban ya el alféizar de la ventana de su habitación. No entendía qué hacía aún en Charleston ni por qué no había regresado a la mansión que su familia tenía en Hilton Head.


—No… No esperaba que…


—He llamado a la puerta —dijo a modo de explicación.


—Es obvio que no te oí.


Se quedaron en silencio.


Pedro se puso entonces de pie y ella dió instintivamente un paso hacia atrás. Colgó la toalla mojada del picaporte y miró a todas partes menos a sus penetrantes ojos verdes, no podía hacerlo. Eran los mismos ojos que habían cautivado a los electores durante años. En esa zona del país, los cuatro hermanos Alfonso llevaban algún tiempo apareciendo en las noticias, primero como hijos del senador. Y, después de la trágica muerte de su padre, su madre había ocupado el cargo que su marido había dejado vacante. Pedro, como el resto de su familia, se había presentado a las elecciones para diputado en cuanto hubo terminado su máster universitario. Y, desde que su madre se concentrara en conseguir ser la siguiente ministra de Asuntos Exteriores, él se había propuesto hacerse con su sitio en el Senado. El apellido Alfonso estaba unido a los conceptos de familia, tradición, riqueza y poder. Y esa influencia en la sociedad sureña les había proporcionado gran seguridad a todos los miembros de la conocida familia. Quería odiarlo por poseer todas las cosas que ella nunca había tenido, pero la verdad era que nadie había podido nunca reprocharle nada a su familia.


—¿Cómo estás? —le preguntó entonces Pedro.


—Estoy bien.


—Paula… —repuso él—. Soy político y estoy acostumbrado a leer entre líneas. Ese «Bien» no me ha parecido sincero. Creo que sólo me has dicho lo que quiero oír.


—Sea como sea, la verdad es que estoy bien. El doctor Kwan me ha dicho que podré irme por la mañana —le dijo mientras pasaba a su lado para dejar la bolsa de aseo en la mesita—. Dice que tengo un caso moderado de intoxicación por inhalaciónde humo. Mi garganta aún está algo irritada, pero mis pulmones están bien. Tengo mucho por lo que sentirme agradecida…


—Es un alivio ver que te pondrás bien muy pronto. 

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