jueves, 2 de enero de 2025

Prisionera De Tu Amor: Capítulo 44

Pedro miró hacia la ciudad que había sido testigo de su ascenso desde las cloacas. Asintió.


–Donde yo crecí está lejos de estas vistas tan bonitas. La mía fue una existencia muy básica, en un escenario que no tenía nada de romántico. No iba a la escuela, nuestra única educación eran las bandas callejeras.


Él la observó un instante, esperando encontrar en sus ojos el brillo de la codicia que mostraban la mayoría de las mujeres cuando les habría una puerta a su intimidad. Sin embargo, Paula se limitó a devolverle la mirada con firmeza.


–¿Fue entonces cuando te hiciste esa cicatriz?


Encogiéndose al recordarlo, él asintió.


–Una banda rival me rodeó y sacaron las navajas. Tuve suerte de escapar solo con una cicatriz –explicó él. Había sido entonces cuando había comprendido que, si no dejaba ese mundo, podía morir.


–Dijiste antes que no tenías familia. ¿Es eso verdad?


–Mi madre murió de sobredosis cuando yo tenía dieciséis años y mi padre apareció por primera vez para pedirme dinero cuando se enteró de que me había hecho rico –señaló él con el corazón encogido–. No tengo hermanos. Ni tíos, ni primos. No tengo familia.


–Excepto a Francis Fortin –murmuró ella.


–Sí. Francis me salvó –admitió él con un cúmulo de emociones en el pecho–. Murió poco después de aquel enfrentamiento en que me hicieron la cicatriz. Y yo seguí su consejo de salir de allí y contactar con Simón Fouret. Si no lo hubiera hecho, creo que ahora estaría muerto.


Paula se estremeció al pensarlo. Sabía que él no estaba exagerando.


–Siento que haya muerto. 


Pedro se giró hacia ella un momento. Su rostro expresaba una honda emoción. Entonces, él le acarició la mandíbula con suavidad.


–Eres muy dulce, Paula Chaves. Eso o eres la mejor actriz que he conocido.


Paula se encogió, dolida, al comprender que todavía no confiaba en ella. Apartó la cara, temiendo que las lágrimas comenzaran a brotar.


–Siento tu pérdida. Te merecías tener a alguien de tu lado y me alegro de que él te ayudara –afirmó ella, mirándolo a los ojos de nuevo. Estaba decidida a mostrarle que era sincera, costara lo que costara.


Él la tomó entre sus brazos y la apretó contra su pecho, hasta que ella pudo percibir su erección. Al instante, las palabras sobraban. Paula adivinó lo mucho que él había estado conteniendo el deseo durante toda la noche y eso la complació. Porque Pedro había dado la sensación de ser por completo inmune a todo, pero no había sido cierto. Solo había sido una máscara.


–Creo que ya hemos hablado suficiente. Llevo toda la noche queriendo hacer esto.


Antes de que Paula pudiera preguntarle qué quería hacer, él le quitó las horquillas del moño hasta dejar que el pelo le cayera sobre los hombros. Deslizó las manos por su cabello y le tomó el rostro entre las manos. En la fracción de segundo antes de que sus bocas se encontraran, ella se estremeció de emoción al comprender que estaban siendo una más de esas parejas que tanto había envidiado antes. Entonces, cuando Pedro la besó, le temblaron las piernas y solo pudo aferrarse a su camisa para seguir de pie. Tras un instante interminable, él apartó la boca y soltó una maldición.


–Te tomaría aquí mismo, ahora, pero la próxima vez que hagamos el amor será en una cama.


Acto seguido, la tomó de la mano y la guio de nuevo hacia el coche. Con las mejillas ardiendo, Paula se dijo que si él hubiera querido hacerle el amor allí mismo, contra cualquier pared, no habría tenido fuerzas para negarse.


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