Hicieron en silencio el trayecto al hotel donde se celebraba la fiesta. Paula decidió mantener la boca cerrada para no volver a meter la pata. En vez de eso, se concentró en admirar la vistas de París por la ventanilla. Tenía que recordarse que por muy abrumadores que fueran sus sentimientos por Pedro, no eran correspondidos, ni de la forma más remota. Él estaba interesado solo en una relación pasajera. Y, si ella no hubiera irrumpido en su vida motivada por su urgencia por proteger a su hermano, nunca iría sentada a su lado en un coche, vestida con un atuendo que valía más de lo que podía ganar en un año entero. No debía olvidar nada de eso. Porque, una vez que Gonzalo solucionara el problema del dinero que faltaba, ella sabía que su historia con Pedro sería agua pasada.
Pocas horas después, Paula estaba esperando a Pedro en el vestíbulo del hotel. Él estaba a un par de metros, hablando con dos hombres que acababan de abordarlo. Ella se alegraba de aquel breve respiro. Él llevaba toda la noche a su lado, haciendo que el pulso se le disparaba cada vez que la rozaba o cada vez que la tomaba del brazo. Justo entonces, alguien se acercó para hablarle al oído.
–¿No es el hombre más guapo que has visto en tu vida?
Sobresaltada, ella se volvió y se topó con una mujer mayor, pero perfectamente conservada, con cabello rubio y ojos azules clavados en Pedro. Había algo en el hambriento brillo de esos ojos que le daba escalofríos a Paula.
–Disculpa, ¿Nos conocemos?
La mujer apartó los ojos de Pedro para dedicarle a Paula una mirada de desprecio.
–Tú eres esa jockey de la que todos hablan, supongo. ¿Te acuestas con él?
Paula se sonrojó.
–No creo que eso sea de tu…
–No vas a poder domarlo –le espetó la mujer, agarrándola del brazo con rabia–. Un animal tan magnífico como él no puede domesticarse.
Paula se zafó de sus garras, furiosa e invadida por un inesperado instinto protector.
–No es un animal, es un hombre.
–Celeste. Qué placer.
Pedro se había acercado a ellas por la espalda. Su mirada contradecía sus palabras. Sus ojos tenían un brillo asesino.
–Cariño… Hace mucho tiempo que no nos vemos –dijo la mujer, pegándose a él y lo agarró del brazo.
Pedro le apartó la mano y tomó a Paula del brazo.
–Buenas noches, Celeste.
Entonces, se giró y se marchó con Paula a su lado. Ella se resistió para no mirar hacia atrás. Celeste debía de ser una de sus antiguas amantes, pensó. Aunque ese mero pensamiento hacía que se le revolviera el estómago.
A Pedro no le gustaba cómo le habían hecho sentir las palabras de Paula a esa mujer. «No es un animal». Había salido feroz, en su defensa. Había tenido una expresión similar cuando había defendido tan apasionadamente a su hermano la primera vez que se habían visto. Le impactaba que Paula hubiera dado la cara por él. No necesitaba que nadie lo defendiera. En ese momento, posó la mirada en ella. Estaba pálida como la leche.
–No hacía falta que me defendieras. Yo lucho mis propias batallas.
-Estaba hablando de tí como si no fueras humano. ¿Cómo has podido salir con ella? Es horrible.
Una oleada de asco recorrió a Pedro.
–Nunca hemos sido amantes, a pesar de que ella hizo todo lo que pudopara seducirme. Es la mujer de Simón Fouret. La encontré desnuda en mi cama una noche y me amenazó con acusarme de que la había violado, si no me acostaba con ella. Por eso tuve que dejar de trabajar para Fouret. Él sabía cómo era su esposa y me ofreció dinero porque me fuera y mantuviera la boca cerrada. Yo rechacé su dinero, pero acepté que me diera un caballo.
¿Por qué diablos le contaba todo eso a Paula? No le debía ninguna explicación, se dijo a sí misma.
–Por eso reaccionaste así cuando me encontraste en tu dormitorio –dijo ella tras un instante de silencio–. Siento haber abierto la boca. Pero no pude evitarlo. No eres un objeto.
Nunca antes nadie había salido en defensa de Pedro. Una incómoda sensación de calidez anidó en su pecho.
–Al final, Celeste me hizo un favor. Si no hubiera abandonado los establos de Fouret, igual seguiría trabajando allí. Ese caballo me dió buena suerte.
Ella negó con la cabeza.
–No lo creo. Seguro que te habrías hecho rico de todas maneras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario