jueves, 9 de enero de 2025

Prisionera De Tu Amor: Capítulo 50

 –No. Yo no quiero nada. No necesito nada de tí. ¿Puedo irme ya? – preguntó ella. 


Sin embargo, cada célula de su cuerpo ansiaba estar cerca de aquel hombre, sentir su contacto.


–Sí, puedes irte –repuso él tras un momento de silencio.


Paula se volvió hacia la puerta pero, justo antes de que saliera, Pedro la llamó. Sin poder evitar un atisbo de esperanza, ella se giró.


–Hagas lo que hagas y vayas donde vayas en el futuro, siempre podrás contar con mi recomendación. Me gustaría que te quedaras en mis establos aquí o en Irlanda, pero no creo que quieras seguir trabajando para mí.


Era impensable seguir cerca de Pedro Alfonso cada día a lo largo de los años, siendo testigo de cómo él cambiaba de mujer como de camisa. Por otra parte, su propuesta demostraba una vez más lo indiferente que ella era para él.


–La verdad, después de mañana, Pedro, espero no volver a verte –dijo ella, levantando la barbilla.




Al día siguiente, antes de la carrera, Paula estaba muerta de nervios. Había vomitado el desayuno en el baño del vestuario. Maldijo a Pedro Alfonso como fuente de sus ansiedades y se obligó a concentrarse en la carrera que tenía por delante. Se había reservado un billete de regreso a Dublín para esa misma noche. Pronto, todo sería cosa del pasado. Se dirigió a la línea de salida con el resto de jockeys y caballos, ajena a las miradas de curiosidad. Tras subirse a Sur La Mer, respiró hondo. Y, en el momento de la salida, se concentró en dar rienda suelta a la fuerza del caballo que montaba.


–No me lo puedo creer, Pedro. Va a ganar –comentó Vincent.


Pedro contemplaba la carrera con el pecho henchido de orgullo y algo más difícil de definir. Paula cortaba el aire como un cometa. Parecía diminuta sobre ese caballo y, de pronto, una oleada de miedo lo inundó. Cuando la había visto el día anterior en su despacho, había tenido que echar mano de toda su fuerza de voluntad para no tomarla entre sus brazos y llevársela a la cama. No había sido capaz de olvidarla. Ardía de deseo por ella. Pero era demasiado tarde. Se iría enseguida. Y esperaba no volver a verlo. Pensó en seducirla de nuevo, aunque se dijo que no podía hacerlo. Ella no era como las otras mujeres. Era fuerte y delicada a la vez. Sus ojos no ocultaban nada. Podía decir que no creía en los cuentos de hadas, pero él sabía que albergaba la esperanza de encontrar a su príncipe azul. Se merecía a alguien que pudiera satisfacer ese anhelo. Pero, por mucho que se dijera a sí mismo que la dejaba marchar para protegerla, algo que le hacía sospechar que también lo hacía para protegerse a sí mismo. Aunque no sabía de qué.


–¡Mira, Pedro! ¡Ha ganado!


Pedro vió a Paula atravesar la meta como una flecha. Pero algo andaba mal.


–¡Merde, Pedro! ¡Ese caballo está fuera de control! –gritó Vincent.


Entre los caballos que iban llegando, Pedro vió que había uno que había tirado a su jinete. Estaba desbocado. Y se dirigía derecho hacia Paula, que había aminorado el paso y sonreía, ajena a todo. Entonces, todo sucedió a cámara lenta. El caballo desbocado se alzó sobre dos patas justo delante de Sur La Mer. Otro jockey se acercó, tratando de calmarlo. Paula estaba justo en medio. Sur La Mer se asustó y, en medio de una exclamación asustada de la multitud, ella cayó al suelo. Bajo tres caballos. Pedro saltó la valla como un rayo. Solo podía ver una maraña de patas de caballo. Y Paula tumbada debajo de ellas. El equipo de urgencia ya la estaba atendiendo cuando él llegó. Vincent llegó detrás y lo sujetó del brazo.


–¡Pedro! Déjalos. Están haciendo todo lo que pueden. Sur La Mer está bien.


–Me temo que solo puedo darle la información a la familia o a sus seres queridos, señor Alfonso.


Seres queridos, se repitió él, tratando de contener una honda emoción. Estaba desesperado por saber si Paula estaba bien. Y su familia no estaba allí.


–No soy solo su jefe. Hemos sido amantes.


El médico lo miró con desconfianza un momento, pero capituló ante su expresión de ansiedad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario