jueves, 9 de enero de 2025

Prisionera De Tu Amor: Capítulo 49

 –Lo siento, ¿Querías algo? –preguntó ella.


–Es Pedro. Quiere verte en su despacho. Está en la casa principal. En la primera planta.


Las náuseas que desde hacía días no la abandonaban volvieron a la carga. Ella se limpió las manos y le dió una palmadita en el lomo a Sur La Mer antes de salir de los establos. Vincent la acompañó hasta la puerta de la casa y la dejó sola allí. Paula subió a la primera planta. Respiró hondo antes de llamar a la puerta del despacho, odiándose a sí misma por estar tan nerviosa ante la perspectiva de volver a verlo. Llamó con suavidad.


–Entra.


Cuando Paula abrió, se encontró a Pedro de pie tras su escritorio, vestido con vaqueros y una camiseta. De pronto, ella se encontró tan mareada que creyó que se iba a desmayar. Se agarró al picaporte de la puerta como si le fuera la vida en ello.


–¿Querías verme?


Entonces, se dió cuenta de que él estaba al teléfono. Le hizo una señal, tendiéndole el auricular que tenía en la mano.


–Es Gonzalo.


–¿Gonzalo…?


–Tu hermano –dijo él con impaciencia.


Conmocionada, Paula tomó el teléfono.


–¿Pau? ¿Estás ahí?


Ella bajó la vista para ocultar las lágrimas que le nublaban la visión al escuchar a su hermano.


–Gonza, ¿Dónde estás? ¿Qué está pasando?


Su hermano sonaba contento.


–Pau, ya se ha aclarado todo. Bueno, no está solucionado lo del dinero. Todavía estoy en deuda con el señor Alfonso. Pero, al menos, sabe que no fue culpa mía. Ha aceptado devolverme mi trabajo y empezaré a pagarle con parte de mi sueldo. Voy a hacer un curso en ciberseguridad para prevenir que esto vuelva a pasar. Me dijo que vas a montar para él en la carrera de mañana. ¡Qué buena noticia! Ahora tengo que irme. Voy a tomar un vuelo de regreso esta noche. Te llamaré cuando llegue y te lo contaré todo. Te quiero, hermanita. 


Acto seguido, la llamada se cortó. Ella se quedó mirando el teléfono un momento, tratando de poner en orden sus pensamientos. Cuando, por fin, alzó la vista, Pedro estaba parado delante de la ventana, cruzado de brazos.


–¿Puedes contarme qué ha pasado? –pidió ella.


–Fue Luca Corretti quien se dió cuenta de lo que había sucedido, porque ya le había pasado con otro caballo. Alguien hackeó su ordenador para suplantar su identidad en el correo electrónico. Luego, le dió al comprador un número de cuenta diferente, donde se desvió el dinero de la compra. Es lo mismo que le pasó a Gonzalo –informó él–. Poco después de haber hablado con Luca Corretti, mi equipo de seguridad localizó a tu hermano en Estados Unidos. Estaba en casa de su hermano gemelo.


Paula se sonrojó, pues ella ya lo había sabido.


–Me puse en contacto con Gonzalo para decirle que podía volver. Le dije que no volviera nunca a comportarse como un asno, huyendo de un problema así.


Pedro se pasó una mano por el pelo. Parecía cansado. Tenía una sombra de barba en la mandíbula. Acongojada, ella se preguntó si ya le habría buscado sustituta en la cama.


–Es obvio que ahora eres libre para irte. Me gustaría que montaras mañana a Sur La Mer, pero si prefieres no hacerlo, lo entenderé. Ya no tienes ninguna obligación hacia mí.


Ella parpadeó. No había pensado en eso.


–¿Y qué pasa con la deuda de Gonzalo? Dijo que todavía tenía que devolverte el dinero.


–Le dije que le perdonaría la deuda, pero él insistió en aceptar su responsabilidad por haber dejado que los hackers lo engañaran. Intenté disuadirlo, pero no lo conseguí.


Pedro había estado dispuesto a perdonar a su hermano un millón de euros, pensó ella, emocionada. Entonces, Paula tomó una decisión. Aunque lo único que quería era apartarse a un lugar alejado donde poder lamer sus heridas en soledad, participaría en la carrera. Debía ser profesional y era una gran oportunidad para ella.


–Iré a la carrera mañana. Pero, si gano, quiero que el dinero sea para pagar la deuda.


–¿No lo quieres para tí? 

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