jueves, 30 de enero de 2025

Compromiso Fingido: Capítulo 13

 —La prensa no te va a dejar en paz. Llevan muchos años intentando casarme.


—Soy fuerte —repuso ella con algo de temblor en la voz—. Puedo esperar a que se cansen. 


No podía soportar esa situación. Se sentía fatal. Ella no merecía eso. Todo aquello era culpa suya y debería ser él quien acarrease con las consecuencias de sus actos. Fue entonces cuando pensó de repente en la solución. Acababa de comprobar que para ella sería mucho más fácil sobrellevar aquello si lo tenía a su lado. Se le había ocurrido la manera perfecta de mantenerla cerca y conseguir que los cotilleos dejaran de ser negativos. Ya había tomado la decisión y no se lo pensó más.


—Hay una manera mucho más rápida de acabar antes con los rumores.


—¿Cómo? —preguntó Paula.


Se dió cuenta de que la joven estaba hecha un manojo de nervios. Se paró ante un semáforo en rojo, era su oportunidad. Colocó el brazo sobre el respaldo de ella y la contempló con su mirada más seductora y persuasiva.


—Nos prometeremos.


—¿Prometernos? —repitió ella con los ojos como platos.


Aquello consiguió despertarla del todo. Se incorporó aún más en su asiento.


—No hablarás en serio. ¿No crees que contraer matrimonio para apaciguar a la prensa es un poco extremo?


«Matrimonio», se repitió él. La palabra lo atravesó como un puñal. Era tan reacio como ella a pasar por el altar. El semáforo se puso en verde y agradeció la oportunidad de apartar de ella la mirada para concentrarse de nuevo en la carretera.


—No llegaremos a tanto. Cuando la novedad del compromiso pase, nos limitaremos a romper de manera discreta. Podemos incluso darle la vuelta a la tortilla y decirles que la presión de los medios puso mucha tensión en nuestra relación.


No le gustaba tener que mentir. Estaba muy orgulloso de sus valores y de su honestidad, pero no quería que la reputación de Paula se viera dañada por culpa suya.


—Organizaremos una rueda de prensa para hacer público el compromiso —le dijo entonces.


Paula se cruzó de brazos. Lo miraba con los ojos brillantes y mucha determinación.


—Congresista Alfonso, está claro que has perdido por completo la cabeza. No vas a conseguir poner un anillo de compromiso en mi dedo. ¡Por encima de mi cadáver!


Paula se dió cuenta nada más decirlo que había vuelto a provocarlo, arrojándole un guante que él no podía rechazar. Se agarró al suave asiento de piel de su lujoso coche y no se le pasó por alto que en los ojos de ese hombre había un brillo especial. La gente como él parecía crecerse con los retos.


—Pedro, te agradezco mucho que te preocupe mi reputación —le dijo para intentar suavizar su comentario anterior—. Pero el hecho de que hayamos compartido una noche de sexo no me convierte en tu responsabilidad. Igual que yo tampoco soy responsable de tí.


Pedro debió de ver que estaba agarrando con fuerza el asiento porque le retiró la mano y no la soltó mientras conducía a toda velocidad por la carretera. Apartó la mirada y se entretuvo mirando las casas con bellos porches de madera que iban pasando. No quería concentrarse en lo agradable que era sentir su cálida piel ni en cómo le estaba acariciando la muñeca con el pulgar. Su piel era áspera y le recordó los artículos que había leído en las revistas sobre cómo él ayudaba a construir casas para los más necesitados. Había conseguido endurecer su piel y fortalecer sus músculos de la mejor manera posible, siendo un político honesto y un hombre comprometido con los más desfavorecidos. Las caricias consiguieron acelerar su traicionero corazón y no le costó darse cuenta de que él lo había notado. Pedro sonreía de nuevo. Apartó deprisa la mano y la guardó bajo la pierna. 

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