Pedro tuvo que usar todo su autocontrol para no montar en cólera cuando vió el periódico. Lo apretaba en su puño mientras subía en el ascensor de camino a la habitación de Paula. Se había imaginado que la prensa averiguaría lo que pudiera sobre ella y lo que había pasado. Era algo con lo que había tenido que vivir siempre. Casi siempre había aprovechado esas oportunidades para decir lo que opinaba de una manera calmada y articulada. Pero, en ese instante, habría sido incapaz de hacerlo. Desenrolló el periódico y volvió a mirar las fotografías inculpatorias que ilustraban la primera página. Un reportero había conseguido de alguna manera captar fotografías de la noche que había pasado con Paula. Había fotos muy íntimas que no dejaban demasiado a la imaginación. La menos escandalosa era la que el fotógrafo había obtenido mientras se despedían en la puerta. Ella sólo llevaba puesta una bata y el casto beso que él le había dado en la mejilla parecía algo mucho más apasionado desde el ángulo del paparazzi. El resto de las fotos era mucho peor. Una imagen captada con teleobjetivo a través de una de las ventanas reflejaba el momento en el que los dos salían al pasillo camino del dormitorio de Paula, sin dejar de besarse y desprendiéndose rápidamente de la ropa. Se preguntó si ella habría visto ya las fotos o si alguien le habría hablado de ellas. Iba a saberlo en cuestión de segundos. Al llegar a la habitación de la joven, asintió de nuevo para darle las gracias a la enfermera y llamó a la puerta.
—Soy yo —dijo a modo de saludo mientras empujaba una puerta que ya estaba entreabierta.
Paula estaba sentada al lado de la ventana. Llevaba vaqueros y una camiseta. Las prendas abrazaban las curvas que él soñaba con acariciar de nuevo. Ella hizo un gesto con la cabeza para señalar el periódico que llevaba en la mano.
—Es el escándalo político del año. Menuda exclusiva… —le dijo.
Sus palabras contestaron una de sus dudas. Estaba claro que había leído los periódicos.
—No sabes cuánto lo siento.
—Me imagino que tu director de campaña aún no se ha levantado, ¿No? — preguntó ella con amargo sarcasmo y con mucha frialdad.
—Lleva despierto desde las cuatro de la mañana, cuando alguien le llamó por teléfono para informarle sobre lo que estaba a punto de salir a los quioscos.
—¿Y no se te ocurrió pensar que habría sido buena idea contármelo a mí también?
Mantenía la voz más o menos controlada. Pero sabía que estaba furiosa.
—Te habría llamado, pero había sobrecarga en la centralita del hospital.
Paula cerró con fuerza los ojos y suspiró. Segundos después, soltó los reposabrazos del sillón en el que estaba sentada y lo miró.
—¿Por qué le importa tanto a la prensa con quién te acuestas?
No podía creer que fuera tan ingenua como para hacerle esa pregunta. Le contestó levantando una ceja.
—Por supuesto —repuso ella.
Se puso en pie y comenzó a dar vueltas por la habitación como una leona en su jaula.
—Claro que les importa. A la prensa le interesa cualquier cosa que haga un político, sobre todo si procede una familia adinerada. Aun así, ¿Por qué tiene eso que afectar a las encuestas? Eres joven y sin compromiso. Yo soy soltera y mayor de edad. Nos acostamos. ¡Vaya cosa!
—No sé si leerías lo que pasó con mi última relación. Mi ex novia reaccionó muy mal cuando rompí con ella y se lo dejó bien claro a la prensa. Lo que no dijo nadie fue que ella me había estado engañando mientras yo estaba en Washington trabajando. Eso no les importaba…
Sabía que tenía que prepararla para lo que le esperaba fuera de esa habitación.
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