martes, 7 de enero de 2025

Prisionera De Tu Amor: Capítulo 47

Paula no pudo dormir cuando se fue a su dormitorio. Salió a la terraza y se sentó en una silla frente a las hermosas vistas. Había sido una ingenua. Por un momento, había imaginado que lo que Pedro le había contado sobre su pasado había significado algo. Pero no había querido decir nada. Él había tenido ganas de recordar su infancia y le había tocado a ella escucharlo. Entonces, de pronto, lo entendió. Se había enamorado de él, admitió para sus adentros, presa del pánico. Era demasiado tarde. Lo había defendido delante de Celeste Fouret como habría hecho con uno de sus seres queridos. Sentía náuseas solo de pensar que Luc había interpretado su defensa como devoción y, por eso, la había enviado a su cuarto.  En ese momento, tuvo la certeza de que cualquier dolor emocional que hubiera experimentado en su vida palidecería comparado con la angustia que iba a sentir cuando ese hombre la dejara. Y sabía que lo haría antes o después. Celeste Fouret había tenido razón, después de todo. Pedro Alfonso nunca pertenecería a nadie. Y, menos, a ella. Había sido solo un entretenimiento para él. Costara lo que costara, debía proteger su corazón.


A la mañana siguiente, Paula se preparó e hizo la maleta antes de ir a buscar a Pedro. Oyó movimiento en el salón principal y, cuando se asomó, vio al ama de llaves preparando la mesa para el desayuno. Él estaba sentado a la mesa, recién afeitado, con un traje oscuro, tomando café y leyendo el periódico. Apenas le dedicó una mirada. Parecía tan duro y distante como una roca. Pero era mejor así, se dijo ella. De esa manera, le resultaría más fácil hacer lo que tenía que hacer. Celina le dijo que tomara asiento y que le serviría el desayuno. Ella sonrió y le dió las gracias. Cuando se sentó, vestida con vaqueros y una camiseta, él dejó el periódico.


–¿Has dormido bien?


–Muy bien, gracias –mintió ella–. Tienes una casa preciosa. Eres afortunado.


Celina volvió y colocó un plato delante de Paula con huevos revueltos, salmón y tostada con mantequilla. Tenía un aspecto delicioso, pero ella no tenía hambre. Más bien, tenía una ligera sensación de náuseas.


–La suerte no tiene nada que ver con que yo tenga esta casa. Se la debo solo al trabajo duro.


A Paula no debió de sorprenderle que no creyera en cosas como la suerte y la casualidad. Sin embargo, tuvo ganas de pincharle un poco, desbancando su sombría actitud con algo de optimismo.


–Pues yo sí creo en la suerte. Creo que siempre hay un momento en que el destino interviene y puedes elegir entre aprovechar una oportunidad o no. No todo está bajo nuestro control.


–Al parecer, no –dijo él, apretando la mandíbula. 


Paula no estaba segura de qué significaba eso. Pero tenía ganas de provocarle un poco más.


–¿No crees que fue una suerte para tí conocer a Francis Fortin?


–Me dió una oportunidad y yo supe aprovecharla –repuso él.


Paula decidió dejar el tema y picó un poco de su desayuno.


–Tengo varias reuniones a las que asistir hoy en París. Mi chófer te llevará a mis establos a las afueras de la ciudad esta mañana. Allí te recibirá Vincent, el jefe de entrenadores. Él valorará qué tal llevas a Sur La Mer y, en función de lo que me diga, lo montarás en la carrera de la semana que viene. O no. 

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