jueves, 28 de noviembre de 2024

Prisionera De Tu Amor: Capítulo 12

 -Vas a mudarte a la casa.


Paula miró a Alfonso, que estaba de pie detrás de su escritorio. La habían llamado a su presencia hacía unos minutos. Ella había intentado no dejarse intimidar por el exquisito lujo que impregnaba la casa. Esa era la zona del despacho privado de Alfonso. Había estanterías llenas de libros, cuadros de arte moderno en las paredes. Y una enorme ventana desde donde podían verse los campos de entrenamiento.


–¿Cómo dices?


–He dicho que vas a mudarte a la casa –repitió él, deteniéndose en cada palabra con su sensual acento.


Paula titubeó.


–¿Por qué?


–El ama de llaves se ha quedado sin una de sus ayudantes y he decidido que tú ocuparías la vacante.


–Ayudante de ama de llaves –dijo ella, digiriendo las palabras–. ¿Quieres decir limpiadora?


Alfonso sonrió y asintió.


–Es porque fui a ver tus caballos de carreras, ¿Verdad? –preguntó ella, sintiéndose humillada.


–No soy tan quisquilloso.


Solo de pensar en verse encerrada dentro de una casa limpiando suelos, Paula sintió claustrofobia.


–Me acusaste de intento de sabotaje.


Alfonso apretó la mandíbula. 


–Por el momento, no tengo idea de qué eres capaz. Tú misma te has puesto en esta situación para convencerme de la inocencia de tu hermano. La señora Owens, el ama de llaves, necesita a alguien y…


–Y yo soy un peón bajo arresto que puedes colocar donde mejor te convenga –lo interrumpió ella, furiosa y frustrada.


–Eres tú quien se ha puesto en esta situación, Paula. Eres libre de irte por esa puerta cuando quieras. Pero, si lo haces, ya sabes que avisaré a la policía local.


Paula levantó la barbilla.


–¿Y por qué no lo haces de una vez? ¡Vamos, llama a la policía!


Alfonso no se dejó impresionar por su estallido de rabia.


–Porque no creo que sea de ayuda para ninguno de los dos involucrar a las fuerzas de orden público. ¿De verdad quieres que todo el mundo sepa lo que ha hecho tu hermano?


Paula se quedó helada al pensar en la expresión de dolor que su padre parecía tener permanentemente marcada en el rostro. Pensó en la preocupación de su hermana Delfina, cuando solo faltaban unas semanas para que naciera su bebé. Entonces, miró al hombre que tenía delante y lo odió. Estaba en sus manos. Y no podía echarse atrás.


–No, no quiero que nadie sepa lo que ha pasado. Si me quedo y hago lo que me pides, ¿Puedes prometer que no dirás a nadie lo que ha hecho Gonzalo?


Alfonso inclinó la cabeza.


-Como te he dicho, por ahora es mejor para ambos no dejar que esto se sepa.


Paula se preguntó cómo podía afectarle a él que el asunto se hiciera público. Aunque, enseguida, caviló que no sería bueno para su negocio que se supiera que había perdido el pago que debía por un caballo. Durante un instante, pensó en chantajearle con filtrar la noticia a cambio de asegurarse que no denunciaría a Gonzalo. Sin embargo, decidió que no serviría de nada. Alfonso no era la clase de hombre que se dejaba manipular.


Prisionera De Tu Amor: Capítulo 11

 –Echa de menos a su madre.


Alfonso clavó los ojos en ella.


–¿Cómo lo sabes?


Ella se sonrojó, evitando su mirada. ¿Cómo podía explicarle la afinidad que sentía hacia los caballos?


–Solo me lo imagino –repuso Paula, encogiéndose hombros.


–Luca Corretti nos dijo a tu hermano y a mí que igual teníamos problemas para acomodar al caballo porque acababan de separarlo de su madre. Por eso lo sabes.


Ella percibió la condena y la desconfianza en sus ojos. Pero no podía decir nada para demostrar que no había sido más que una intuición. Se encogió de hombros.


–Si tú lo dices…


Sin darse cuenta, Paula había posado la mano de nuevo en el caballo y le estaba acariciando la cabeza. Cuando Alfonso se la agarró, ella dió un respingo, sobresaltada por la electricidad que la recorría cada vez que ese hombre se acercaba demasiado. Intentó zafarse de su contacto, pero él la sujetaba con firmeza. Envolviéndola de calidez.


–¿Qué es esto? –preguntó él, sujetándole la mano con la palma hacia arriba.


Paula bajó la vista hacia sus manos enrojecidas y llenas de ampollas después de un par de días de duro trabajo. Humillada al pensar que él lo tomaría como una prueba de que no estaba acostumbrada a trabajar, apartó la mano de golpe.


–No es nada –negó ella y dió un paso atrás hacia la salida–. Ahora tengo que irme. Mi media hora de descanso ha terminado –añadió y se marchó, haciendo un esfuerzo para no salir corriendo. 


No podía dejar de pensar en la mirada de desaprobación de Alfonso cuando había visto su mano. Le hacía sentir avergonzada y tremendamente sensible, lo que no tenía explicación. Paula no recordaba la última vez que alguien le había prestado tanta atención. Su hermana había hecho todo lo que había podido para cuidarla, pero no había sido una madre para ella. Y su padre había estado demasiado ocupado ahogando sus penas en alcohol. Así que sus hermanos y ella habían tenido que cuidarse solos. Quizá, por eso, el contacto de otra persona era algo a lo que no estaba acostumbrada. Para colmo, había sido Alfonso quien la había tocado, algo más inconcebible todavía. Ella no tenía ninguna conexión emocional con ese hombre… Era una idea ridícula. Pedro se quedó mirando cómo Paula salía de los establos y doblaba la esquina. La gracia atlética en sus movimientos le hizo intuir que sería una excelente jockey. Todavía estaba asombrado de la facilidad con que había calmado a Pegaso, uno de los caballos más indomables que había comprado jamás. Aunque, también, era uno de los mejores, si su intuición no le engañaba. El caballo empujó el hombro de Luc con la cabeza, buscando más caricias. ¿De veras creía que Paula era capaz de envenenar al animal? Levantó en su mano la zanahoria y se la tendió a Pegaso. En el fondo de su alma, sabía la verdad. No, ella no envenenaría a nadie. Ella se había mostrado demasiado sorprendida cuando la había acusado. Sin embargo, hasta que no apareciera su hermano con el dinero, no podía confiar en Paula Chaves. Lo más probable era que ambos fueran cómplices. Debía mantenerla bajo estrecha vigilancia. Y eso haría.

Prisionera De Tu Amor: Capítulo 10

Pero, por mucho que le gustara provocar a la flor y nata con su actitud arrogante, ansiaba tener su respeto. Quería que lo aceptaran por lo que había conseguido armado solo con su talento innato y mucho trabajo duro. Lo último que necesitaba era que se esparcieran más rumores, sobre todo, el de que Pedro Alfonso no sabía controlar a sus propios empleados. No quería que la gente dijera que había sido tan estúpido como para dejar que le quitaran un millón de euros delante de sus narices. Furioso consigo mismo, recordó cómo el entusiasmo contagioso de Gonzalo y su aparente ingenuidad le habían resultado atractivos. Debería haber sabido que no era más que un vulgar ladrón. De pronto, volvió a escuchar el sonido de una risa y se puso tenso. La adrenalina se mezclaba en sus venas con algo más ambiguo y caliente. Paula Chaves tenía que pagar por su hermano y eso era todo, se dijo a sí mismo. Cuanto antes le recordara a ella cuál era su lugar y lo que había en juego, mucho mejor.


–¿Con quién estabas hablando?


Paula se puso tensa al escuchar aquella profunda voz a sus espaldas. Se giró despacio, preparada para toparse con Alfonso por primera vez, desde la noche que la había sorprendido en su propiedad. Parpadeó. El cielo estaba azul y el aire era suave pero, como solo pasaba en Irlanda, una fina niebla envolvía el ambiente y hacía que los hombros y el pelo de Alfonso estuvieran sembrados de diminutas gotas. Le daban el aspecto de estar… Brillando. Tenía las manos en las caderas. Llevaba unos vaqueros gastados ajustados, que marcaban sus fuertes y largas piernas. Sus bíceps era impresionantes, igual que la musculatura que se adivinaba bajo su polo de manga larga y color oscuro. Era imposible tener un aspecto más viril, pensó Paula, sintiendo que su cuerpo subía de temperatura de forma inevitable.


–¿Y bien?


Avergonzada, ella se dió cuenta de que se había quedado mirándolo embobada. Tragó saliva.


–Solo estaba hablando con uno de los mozos.


–Eres consciente de que no estás aquí para hacer amigos, ¿Verdad? El establo tiene que estar limpio antes de la hora de comer. Y no se te ocurra distraer a mis empleados –le espetó él, furioso.


Entonces, se marchó, dejándola perpleja, no solo por la brusca reprimenda, sino por cómo se le iban los ojos detrás de su figura, sus anchas espaldas, sus glúteos masculinos y bien moldeados. Furiosa consigo misma por su estúpido interés en él, tomó la escoba y siguió con su tarea. Al día siguiente, cuando estaba haciendo su visita acostumbrada a los establos, a Pedro le extraño no verla por ninguna parte. Casi cuando iba a marcharse, en la última de las cuadras de la hípica, le pareció oír una voz de mujer.


–Eres muy guapo, lo sabes, ¿Verdad? Claro que sí. Anda, toma, precioso.


El joven caballo meneó la cabeza, feliz, y tomó la zanahoria que Nessa le ofrecía. Ella sabía que no le estaba permitido rondar la zona de la hípica donde residían los más caros pura sangre, pero no había podido resistirse a la tentación.


–Te está prohibido el acceso a esta zona.


El instante de paz del que Paula había estado disfrutando se desvaneció al momento. Cuando se giró, vió que Pedro estaba mirándola desde la puerta con los brazos cruzados y el ceño fruncido.


–¿Qué le estás dando a Pegaso? –inquirió él, acercándose con dos grandes zancadas.


–Es solo una zanahoria –repuso ella, apartando la mano con el vegetal.


–Nadie puede dar de comer a mis caballos, si no es bajo supervisión.


–¡Es solo una zanahoria! –repitió ella.


–Una zanahoria puede contener veneno o esteroides.


–¿Crees que soy capaz de hacerle daño a un caballo? –preguntó ella, quedándose helada.


–Que yo sepa, podrías ser cómplice de un robo. Y ahora te encuentro con el caballo que compré a Luca Corretti. Es sospechoso, ¿No te parece?


El caballo relinchó y Pedro le acarició la cabeza con suavidad, susurrándole suaves palabras en francés. Sin poder evitarlo, ella se imaginó cómo sería estar en el lugar del animal, sentir su mano recorriéndole el cuerpo, sus dulces palabras en el oído… Al momento, apartó la vista, mortificada, temiendo que él pudiera adivinar sus pensamientos.


–Está agitado desde que llegó. Todavía no se ha adaptado bien –comentó él.

Prisionera De Tu Amor: Capítulo 9

Por las ventanillas de cristal tintado, vió cómo Alfonso se alejaba hacia el edificio principal. El coche se puso en marcha, pero ella siguió en silencio, sin ni siquiera decirle a Armand la dirección de su casa. Caviló que, si lograba convencer a Paddy de que volviera a probar su inocencia sin implicar a nadie más de la familia, entonces, su breve cautiverio en manos de Alfonso merecería la pena. Sin duda, la situación debía de tener un lado positivo. Si Barbier comprobaba lo lejos que ella estaba dispuesta a llegar para probar la inocencia de su hermano, le daría a Gonzalo la posibilidad, al menos, de explicarse, pensó. Sin embargo, ¿por qué eso le resultaba menos atractivo que el hecho de volver a ver de nuevo a Alfonso? Nessa se reprendió a sí misma, mirando su reflejo en la ventanilla del coche. Ella no era su tipo, se recordó con humillación. Cuando Paula regresó un poco después, todo estaba oscuro y en silencio. Antonio la dejó con un hombre de mediana edad que tenía aspecto de acabarse de levantar y cara de pocos amigos. Se presentó como André Blanc, capataz de los establos, mano derecha de Alfonso y antiguo jefe de Gonzalo. No dijo nada más al principio. La llevó a una espartana habitación sobre los establos. Obviamente, allí era donde dormían los empleados. Pero, al menos, estaba limpia y era cómoda. Después de informarle de las reglas básicas y de los horarios, le comunicó que estaría encargada de limpiar las cuadras y el patio. Tenía que levantarse a las cinco de la mañana. Antes de irse, se detuvo un momento desde la puerta.


–Para que lo sepas, yo le habría dado a Gonzalo el beneficio de la duda, basándome en lo que sabía de él. Podíamos haber llegado al fondo de este desagradable incidente. Pero salió huyendo y ahora solo puedo esperar por su bien y el tuyo que regrese o que devuelva el dinero. Pronto.


Paula fue incapaz de responder. André apretó los labios.


–Pedro… El señor Alfonso… No es muy amable con quienes lo traicionan. Proviene de un mundo donde las leyes no existen y no soporta a los idiotas, señorita Chaves. Si su hermano es culpable, no tendrá compasión con él. Ni con usted.


Paula tragó saliva. 


-¿Conoces al señor Alfonso hace mucho? –fue lo único que ella pudo decir.


André asintió.


–Desde que empezó a trabajar con Simón Fouret, la primera vez que entró en contacto con un caballo.


Simón Fouret era uno de los entrenadores de caballos más respetados del mundo, con cientos de carreras ganadas en su haber.


–Pedro no creció en un mundo fácil, señorita Chaves. Pero es un hombre justo. Por desgracia, su hermano no le ha dado la oportunidad de probarlo.


Paula se quedó dándole vueltas a sus palabras durante un buen rato, después de que el hombre se hubiera ido. Al fin, se quedó dormida y soñó con ir a caballo, tratando de escapar de un terrible peligro que la perseguía. 


¿De qué diablos se reía?, se preguntó Pedro, irritado por el dulce y femenino sonido que salía de los establos, que solían ser un lugar donde todo el mundo hablaba en voz baja, por deferencia a los carísimos animales que allí vivían. Solo podía provenir de una persona, Paula Chaves. Su hermano le había robado y, encima, ella se reía. No pudo evitar pensar que había sido un tonto. Sin duda, estaba conchabada con su hermano y estaba contenta de haber conseguido infiltrarse entre su gente. No le gustaba la idea de haber metido un caballo de Troya en su propiedad. Maldiciendo, soltó la pluma y se levantó de su escritorio. Se asomó a la ventana que daba a los establos. No podía verla desde allí y eso lo irritaba todavía más. Aunque había intentado evitarla desde su llegada. No había querido que ella pensara que su larga charla de la noche anterior se repetiría. No podía permitirse el lujo de ninguna distracción. Acababa de convencer a Luca Corretti de que el retraso en el pago se debía solo a un error bancario. Su reputación en el mundo de las carreras había estado bajo sospecha desde que había entrado en escena con un pura sangre de tres años que había llegado en el primer puesto en cuatro carreras de primer orden consecutivas. El éxito no implicaba que se hubiera ganado a sus colegas. Él era un extraño en ese mundo. No tenía antepasados de sangre azul, ni millonarios. Solo había tenido la temeridad de invertir sus ganancias y hacerse rico en el proceso. Todo el mundo creía que sus caballos estaban mejor educados que él. Y no se equivocaban. Los rumores sobre su procedencia no hacían más que añadir un toque de color al aura de misterio que lo rodeaba. 

martes, 26 de noviembre de 2024

Prisionera De Tu Amor: Capítulo 8

 –No tengo problemas con las jockeys femeninas. Pero sí me molesta la gente que se aprovecha de las conexiones familiares.


Paula tuvo que contenerse para controlar su indignación. Ella había tenido que trabajar el doble de duro que los demás para demostrar su capacidad delante de su propia familia.


–Te puedo asegurar que, para mí, ser jockey no es un capricho. Nada de eso –afirmó ella con voz cargada de emoción.


Alfonso la contempló sin dejarse impresionar.


–Bueno, estoy seguro de que la granja de tu familia se las arreglará sin tí.


Paula se dió cuenta de que estaba perdida. Tanto si salía por esa puerta como si se quedaba, no tenía nada que hacer. Sin embargo, solo había una forma de contener la situación y hacer que no le salpicara al resto de la familia. Tenía que hacer lo que Alfonso quería. Deseó poder dar marcha atrás al reloj y estar tranquila en su cama, en su casa. Aunque, en realidad, algo dentro de ella se alegraba de que no fuera así. No se arrepentía de haber podido ver a aquel hombre de cerca. Al darse cuenta de sus propios pensamientos, se puso todavía más nerviosa. La sangre se le agolpaba en las venas de una forma que nunca había experimentado antes. ¿Pero cómo podía traicionar a su hermano y a su familia sintiéndose atraída por ese hombre?, se dijo, avergonzada. Quizá, fuera todo por culpa del estrés de la situación.


–¿Y qué voy a hacer aquí? –preguntó ella, intentando no imaginarse a sí misma encerrada en una torre y castigada a pan y agua.


Alfonso la miró de arriba abajo, como dándole vueltas a qué podría ser capaz de hacer.


–Oh, no te preocupes. Encontraremos algo para mantenerte ocupada. Irás pagando la deuda de tu hermano con tu trabajo –señaló él y se enderezó del escritorio donde había estado apoyado–. Haré que Antonio te escolte hasta tu casa para que recojas lo que vayas a necesitar. Puedes darme las llaves de tu coche.


¿Era posible que aquello estuviera pasando de verdad?, se dijo Paula. Y no podía hacer nada para impedirlo. Con reticencia, tomó la llave del bolsillo y se la tendió a Alfonso.


–Es un Mini vintage. Dudo que quepas dentro –se burló ella, aunque no tenía muchas ganas de reírse. 


No había imaginado que la noche acabaría así. Había sido una tonta al pensar que podía colarse en las oficinas de Alfonso con tanta facilidad. Él tomó la llave.


–No voy a ser yo quien quite el coche de ahí.


Por supuesto. Sería uno de sus criados, encargado de ocuparse de las pertenencias de la mujer que estaría apresada allí. Pero Paula no era amante de los dramatismos y trató de controlar los nervios. Estaba a cinco kilómetros de su propia casa, después de todo. ¿Y qué podía hacerle ese hombre? Una vocecilla maliciosa en su interior le dijo que lo peor no tenía que ver con hacerle pagar por los pecados de Gonzalo, sino con la forma en que la hacía sentir. Como si estuviera en una montaña rusa encima de un precipicio. Alfonso se giró y abrió la puerta del despacho, donde esperaba un enorme guardaespaldas. Hablaron en francés, tan rápido que Paula no pudo entender ni una palabra. Luego, se giró hacia ella.


–Antonio te llevará a tu casa para que recojas tus cosas y te traerá de vuelta aquí.


–¿No puedo volver por la mañana?


Él negó con la cabeza y le hizo un gesto para que pasara delante. Sin abrir la boca, Paula cruzó la puerta y siguió al corpulento guardaespaldas hacia la salida. En el exterior, había un coche esperando. Armand le abrió la puerta. Durante un segundo, titubeó. Si corría lo bastante rápido, podía salir por la puerta exterior y ser libre.


–Ni siquiera lo pienses –le advirtió Alfonso, detrás de ella.


En la oscuridad, parecía todavía más imponente. Alto, moreno, serio. Su rostro era un estudio de masculinidad. Ella se agarró a la puerta del coche, necesitando algo que la sujetara.


–¿Y qué pasará cuando regrese?


–Te informaremos cuando estés aquí.


–¿Y si me niego? –dijo ella, presa del pánico.


–Como quieras, pero ya has dicho que no quieres involucrar a tu familia – repuso él, encogiéndose de hombros–. Si te niegas a volver, te garantizo que esa será la menor de tus preocupaciones.


Ella se estremeció. No tenía elección y lo sabía. Sintiéndose derrotada, se volvió y se subió al coche. 

Prisionera De Tu Amor: Capítulo 7

Una cosa estaba clara. No iba a dejar que la intrusa se marchara. No confiaba en ella, en absoluto. No pensaba dejarla ir hasta que no recuperara cada céntimo del dinero que le habían robado. Si ella era cómplice, tenerla cerca sería la mejor manera de llegar hasta el ladrón. Cuando se cruzó de brazos, Pedro observó cómo Paula se ponía tensa, como si estuviera preparándose para lo peor. En ese momento, parecía desafiante y vulnerable al mismo tiempo. Sin duda, debía de estar fingiendo, pensó él. No podía dejarse engañar.


–¿Dices que quieres convencerme de que tu hermano es inocente?


Paula se mareó al pensar que Alfonso había interpretado que le estaba ofreciendo su cuerpo, como una especie de… No quería ni pensarlo. Y por supuesto que ese hombre nunca se fijaría en alguien como ella, pero tampoco hacía falta que la humillara.


–Sí –afirmó Paula, levantando la barbilla.


Alfonso la miraba con intensidad. Era imposible adivinar lo que pensaba, se dijo Paula e, instintivamente, se pasó la lengua por los labios. Cuando él siguió el movimiento con la mirada, a ella se le aceleró el pulso. Sus ojos se encontraron de nuevo.


–Muy bien. No vas a irte de mi vista hasta que tu hermano rinda cuentas de sus acciones y yo recupere el dinero.


Ella abrió la boca, pero fue incapaz de pronunciar palabra.


–¿Qué quieres decir con que no voy a irme de tu vista?


–Eso, exactamente. Te has ofrecido a ocupar el lugar de tu hermano y hasta que él vuelva, serás mía, Paula Chaves, y harás lo que yo te mande.


–¿Vas a retenerme como una especie de… Rehén? –preguntó ella, sin poder creerlo.


Él sonrió.


–No. Puedes irte cuando quieras. Pero no conseguirás llegar a tu coche antes de que la policía te alcance. Si quieres que crea que no tienes nada que ver con esto y que tu hermano es inocente, entonces, te quedarás aquí y harás lo que puedas para ser útil.


–¿Cómo sabes que he venido en coche? –quiso saber ella, tratando de calmar el pánico que crecía en su interior.


–Has estado bajo vigilancia nada más que estacionaste ese pedazo de chatarra junto a los muros de mi propiedad.


Paula se sonrojó al pensar que sus pasos habían sido observados desde una sala de cámaras de seguridad.


–No he oído ninguna alarma.


–La seguridad aquí es silenciosa y de última tecnología. Las luces y las sirenas asustarían a los caballos.


Claro. Nadim había insistido en instalar un sistema similar de seguridad en su propia granja, recordó ella. Trató de pensar en alguna manera de no tener que pasarse un tiempo indefinido bajo las órdenes de ese hombre, aunque ella misma se lo había ofrecido.


–Soy jockey y trabajo en la granja familiar. No puedo dejar mis obligaciones como si cualquier cosa.


Alfonso le recorrió el cuerpo con la mirada antes de contestar.


–¿Jockey? Entonces, ¿Cómo es que no he oído hablar de tí?


–No he participado en muchas carreras todavía –contestó ella, sonrojada.


Había ido a la universidad y se había licenciado, por eso, había estado unos años fuera del mundo de las carreras. Aunque no tenía por qué explicarle eso a Alfonso.


–Sí, claro. Ser jockey es un trabajo duro. Tú tienes aspecto de ser frágil y consentida. No te imagino levantándote al amanecer y pasando un día entero de duro entrenamiento, como hacen la mayoría de los jockeys. Tus bonitas manos se te ensuciarían demasiado rápido.


Ella escondió las manos detrás de la espalda, consciente de que no tenían nada de bonito. Sin embargo, no quiso mostrárselas a Alfonso, ni siquiera en su propia defensa. Todavía seguía pensando en la forma en que él le había dicho que no era su tipo. Lo injusto de su ataque la había dejado sin palabras. Su familia había trabajado siempre duro en la granja. Se habían levantado antes de la salida del sol todos los días de la semana, sin importar el tiempo que hiciera. Nunca habían llevado una vida cómoda y lujosa. Ni siquiera cuando Nadim había invertido una gran suma en el negocio familiar.


–¿Y para quién montas?


–Para los establos de la familia, Chaves –repuso ella, tratando de sonar tranquila–. Estoy acostumbrada a trabajar y, lo creas o no, llevo preparándome para ser jockey desde que era adolescente. Solo porque sea mujer…


Él levantó una mano, para interrumpirla. 

Prisionera De Tu Amor: Capítulo 6

 –No tenemos tanto dinero –dijo ella con toda la firmeza de que fue capaz.


–Bueno, pues no podemos ir más lejos, entonces. La cosa está bastante fea. Gracias a lo que ha hecho tu hermano, ahora tendré que darle otro millón de euros a Luca Corretti para que no haga preguntas ni se inquiete por no haber recibido todavía el pago.


Paula se sintió mareada. No había pensado en eso.


–¿Por qué no hablas con él y le explicas lo que ha pasado?


Pedro rió.


–No creo que sea buena idea alimentar los rumores. La gente dirá que me invento historias para no pagar mis deudas.


A Paula le daba vueltas la cabeza. Necesitaba sentarse.


–¿Estás bien?


Ella intentó respirar, la habitación se hizo más pequeña. Alfonso se acercó. Parecía gigantesco. Y era la persona más imponente que había visto jamás. Era demasiado rico, demasiado guapo, demasiado exitoso. Paula tragó saliva.


–Me gustaría poder devolverte tu dinero ahora mismo. Pero no puedo. Sé que mi hermano es inocente, por muy difícil que parezca.


No había podido convencer a Gonzalo de que volviera para enfrentarse a Alfonso y probar su inocencia. Estrujándose los sesos, trató de pensar qué podía hacer para compensar las acciones de su hermano.


–Lo único que puedo hacer es ofrecer mis servicios mientras no está mi hermano. Si me tienes a mí, ¿Aceptarás que estoy dispuesta a hacer todo lo que pueda para probar que Gonzalo no es culpable?


Durante un momento, las palabras de Paula se quedaron flotando en el aire y ella tuvo la esperanza de haber, por fin, logrado que Alfonso se atuviera a razones. Sin embargo, él se enderezó con expresión sombría.


–Debería haber sabido que esa máscara de inocencia no podía ser auténtica –le espetó él con mirada de desdén–. Tengo que admitir que igual lo habrías tenido más fácil si hubieras entrado por la puerta principal vestida de una forma un poco más seductora. Aunque, de todas maneras, tengo que decirte que no eres mi tipo.


Paula trató de comprender a qué se refería. Entonces, se dio cuenta de que había malinterpretado lo que le había dicho. Avergonzada, se sonrojó de humillación y rabia. 


–Sabes que no me refería a eso.


Él arqueó una ceja.


–¿A qué te referías, pues?


Ella hizo una esfuerzo por mantener la calma, a pesar de que todo en ese hombre la sacaba de sus casillas.


–Lo que quería decir es que haré todo lo que esté en mis manos para convencerte de que mi hermano es inocente. 


Pedro se quedó mirando a Paula Chaves, digiriendo sus palabras. «Haré todo lo que esté en mis manos para convencerte de que mi hermano es inocente». ¿Qué clase de propuesta era esa? ¿Y por qué había disfrutado él tanto de provocarle tanta inquietud cuando la había llamado farsante? Primero, ella se le había ofrecido directamente, luego, había fingido que no había sido así. Tenía ganas de reír. Ninguna persona podía ser tan inocente como Paula Chaves pretendía hacerle creer. Tal vez, solo los niños, antes de que crecieran y el entorno los manipulara y retorciera. Entonces, recordó que le había dicho que no era su tipo. Era cierto, sin embargo, no podía ignorar cómo se le aceleraba la sangre delante de ella. Se dijo a sí mismo que sería por rabia. Pero sabía que no era más que puro deseo. Sabía que debería haberse ido hacía un buen rato y haberla dejado en manos de las autoridades. Tenía pruebas suficientes para condenarla, junto a su hermano. Pero también sabía que no tenía por qué ser la única opción. La joven lo miraba con cautela, como si temiera su próximo movimiento. Era una mujer que suscitaba su interés, reconoció él para sus adentros. Era algo que no le había pasado en mucho tiempo. ¿Qué podía perder si no llamaba a la policía? Después de todo, las fuerzas del orden público no eran mejores que el selecto equipo de seguridad que había contratado para seguirle los pasos a Gonzalo Chaves. 

Prisionera De Tu Amor: Capítulo 5

 –Así que esperas que me crea que solo has venido aquí por amor a tu pobre e inocente hermanito –señaló él con tono burlón.


–Yo haría cualquier cosa por mi familia –replicó ella con fiereza.


–¿Por qué?


Su pregunta tomó a Paula por sorpresa. Ella ni siquiera había cuestionado a su hermano cuando le había pedido ayuda. De inmediato, su instinto protector se había hecho cargo de la situación, a pesar de que era la hermana pequeña. Su familia siempre había estado unida en los tiempos difíciles. Su hermana mayor, Delfina, se había ocupado de ellos tras la trágica muerte de su madre, mientras su padre se había sumergido en el alcohol. Delfina había protegido a sus tres hermanos de los excesos paternos, incluso, cuando su granja de sementales se había hundido. Pero no estaba allí en ese momento. Le tocaba a Paula ser quien ayudara a la familia.


–Haría cualquier cosa porque nos queremos y nos protegemos entre nosotros.


Pedro se quedó callado un momento.


–Así que admites que serías capaz de convertirte en cómplice de un crimen.


Ella se estremeció. Se sintió sola hasta los huesos. Sabía que podía llamar al jeque Nadim de Merkazad, el marido de Delfina y uno de los hombres más ricos del mundo. Seguro que él podría sacarla de ese lío en cuestión de horas. Pero Gonzalo y ella habían acordado que no les dirían nada ni a Delfina ni a Nadim. La pareja esperaba un bebé en pocas semanas y no querían causarles ninguna tensión.


–¿No entiendes el concepto de familia? ¿Tú no harías lo mismo por los tuyos? –le increpó ella, levantando la barbilla con gesto desafiante.


Pedro parecía de piedra.


–No tengo familia, así que no entiendo la idea, no.


Paula se estremeció por dentro. ¿Qué significaba que no tenía familia? Ella no podía ni imaginarse la soledad de esa situación.


–Si tu familia está tan unida, acudiré a alguno de ellos para que me devuelva a tu hermano o mi dinero.


–Esto solo tiene que ver con Gonzao y conmigo –se apresuró a decir ella.


Pedro arqueó una ceja.


–Hablaré con quien haga falta para recuperar mi dinero y para asegurarme de que nada de esto manche la reputación de mi negocio en la prensa.


Paula apretó los puños a los lados del cuerpo, intentando controlar su temperamento.


–Mira, ya sé que no es asunto tuyo, pero mi hermana está a punto de tener un bebé. Mi padre la está ayudando y su marido y ella no tienen nada que ver con esto. Yo me hago totalmente responsable de mi hermano.


Pedro sintió una honda emoción en el pecho al escuchar sus palabras. Sobre todo, cuando a él le era imposible entender el concepto de familia, como ella decía. ¿Cómo podía, cuando su padre argelino lo había abandonado antes de nacer y su inestable madre había muerto de sobredosis cuando él había tenido dieciséis años? Lo más parecido que había tenido a una familia había sido un anciano que había vivido en la casa de al lado… Un hombre pobre y solitario que, a pesar de todo, le había mostrado un camino para salir del pozo. Se obligó a bloquear sus recuerdos y centrarse en el presente. Le llamaba la atención que esa joven osara desafiarlo, aun en su delicada posición. Y que no intentara usar sus encantos femeninos con él, después de que no estaba seguro de haber podido ocultar su reacción a ella. Odiaba admitirlo, pero sentía cierta admiración por aquella intrusa. Parecía obcecada en defender a su hermano, incluso cuando sabía que podía llamar a la policía y, en cuestión de minutos, hacer que se la llevaran de allí esposada. Podía hacer caer sobre ella todo el peso de la ley, gracias a su eficiente equipo de abogados. Sin embargo, la policía no solía estar entre sus soluciones acostumbradas para las situaciones difíciles. Había sobrevivido de muchacho en las calles de París y sabía que la vida era una prueba de resistencia. También, por propia experiencia, había aprendido que la policía nunca estaba cuando los necesitaba. Por eso, decir que no confiaba en ellos sería un eufemismo. Le gustaba ocuparse de las cosas a su manera. Quizá, por eso, los rumores lo habían convertido en una especie de mito.


–¿Y ahora qué hacemos, señorita Chaves? Si estás dispuesta a hacerte responsable de tu hermano, entonces igual deberías hacerme un cheque por valor de un millón de euros.


Paula se puso pálida. Un millón de euros era más dinero del que vería en su vida, se dijo. A menos que su carrera como jockey despegara y le dieran la oportunidad de montar en carreras importantes.

jueves, 21 de noviembre de 2024

Prisionera De Tu Amor: Capitulo 4

 –Él no robó el dinero. No fue culpa suya. Lo hackearon. De alguna manera, alguien intervino la cuenta del vendedor y Gonzalo les envió el dinero, creyendo que iba dirigido al sitio correcto.


El rostro de Alfonso parecía esculpido en granito.


–Si eso es cierto, ¿Por qué no está él aquí para defenderse?


Paula se obligó a no derrumbarse delante de aquel hombre tan intimidatorio.


–Le dijiste que lo harías arrestar. Pensó que no tenía elección.


Entonces, Paula recordó las palabras llenas de ansiedad de su hermano: «Pau, no sabes de lo que es capaz ese hombre. Despidió a uno de los mozos en el acto el otro día. Para él, todo el mundo es culpable. Me hará pedazos. Nunca volveré a trabajar en la profesión…». Alfonso apretó los labios.


–El hecho de que haya escapado después de esa conversación telefónica solo le hace parecer más culpable.


Paula iba a salir de nuevo en defensa de su hermano, pero se tragó las palabras. No tenía sentido explicarle a ese hombre que su hermano ya había tenido problemas con la ley cuando había pasado por una fase adolescente demasiado rebelde. Gonzalo se había esforzado mucho para pasar página, pero le habían dicho que si volvía a romper la ley, iría directo a la cárcel por sus antecedentes. Esa era la razón por la que había entrado en pánico y se había escondido.  Pedro observó a la mujer que tenía delante. No comprendía por qué seguía intentado dialogar con ella. Pero su vehemencia y su claro deseo de proteger a su hermano a toda costa lo intrigaban. En su experiencia, la lealtad era un mito. Todo el mundo actuaba solo de acuerdo a sus propios intereses. De pronto, se le ocurrió algo y maldijo para sus adentros. Había estado demasiado distraído por aquella cascada de pelo rojizo y aquella esbelta figura.


–¿Quizá tú también estás implicada? Igual solo querías conseguir el portátil para asegurarte de destruir las pruebas.


Paula sintió que le temblaban las piernas.


–Claro que no. Solo he venido porque Gonzalo… –comenzó a explicar ella y se interrumpió, no queriendo inculpar todavía más a su hermano.


–¿Qué? –inquirió él–. ¿Por que Gonzalo es demasiado cobarde? ¿O porque ya no está en el país? 


Paula se mordió el labio. Gonzalo había volado a Estados Unidos para esconderse con su hermano gemelo, Marcos. Ella le había rogado que volviera, tratando de convencerle de que Alfonso no podía ser un ogro.


–Nadie se atreve a meterse con Alfonso. No me sorprendería que tuviera antecedentes penales… –le había respondido su hermano entonces.


Durante un momento, Paula se sintió mareada. Un escalofrío la recorrió. ¿Y qué pasaría si Gonzalo fuera realmente culpable? Al instante, se reprendió a sí misma por siquiera dudar de la inocencia de su hermano. Ese hombre la estaba haciendo dudar de sí misma. Ella sabía que Gonzalo nunca haría algo así, de ninguna manera.


–Mira. Gonzalo es inocente. Estoy de acuerdo contigo en que hizo mal en salir corriendo, pero eso ya está hecho –le espetó ella con voz firme. Mentalmente, se disculpó con su hermano por lo que iba a decir a continuación–. Tiene la costumbre de salir huyendo cuando hay problemas. ¡Se marchó durante una semana entera después del funeral de nuestra madre!


Alfonso se quedó pensativo un momento.


–He oído que los irlandeses tienen la costumbre de engatusar al contrario con palabras para salir airosos de sus errores, pero eso no funcionará conmigo, señorita Chaves.


–No intento salir airosa de ningún error –replicó ella, furiosa–. Solo quería ayudar a mi hermano. Él dice que puede demostrar su inocencia con el portátil.


Alfonso tomó en sus manos el ordenador plateado y lo levantó.


–Hemos revisado el portátil a fondo y no hay pruebas que apoyen la defensa de tu hermano. No le has hecho ningún favor al venir aquí. Ahora parece más culpable todavía y lo más probable es que te hayas implicado tú misma.


Pedro contempló cómo ella se quedaba pálida. Le resultaba intrigante esa mujer incapaz de mantener ocultas sus emociones. Aun así, no podía creer que fuera inocente.


Paula estaba a punto de perder toda esperanza. Alfonso era tan inconmovible como una roca. Él dejó el portátil y se cruzó de brazos de nuevo, apoyándose en el escritorio que tenía detrás. Parecía un hombre peligroso, sin lugar a dudas, pensó ella. Aunque no se trataba de un peligro físico, sino de algo más personal, algo relacionado con la forma en que se le aceleraba el corazón al mirarlo. 

Prisionera De Tu Amor: Capítulo 3

Su pregunta le llegó al alma a Paula. Sabía que iba vestida de negro de pies a cabeza y que llevaba una gorra. ¿Pero tan andrógino era su aspecto? Era consciente de que sus movimientos no eran demasiado femeninos. Se había pasado toda la infancia jugando con el barro y subiéndose a los árboles. Levantó la barbilla, ofendida, olvidándose de su intención de mantener la cara oculta.


–Tengo veinticuatro años. Ya no soy una niña.


Él la observó con escepticismo.


–Trepar por la maleza para traspasar una propiedad privada no es la clase de actividad a la que se dedica una mujer hecha y derecha.


Al pensar en la clase de mujer que podía gustarle a un hombre como él, Paula se puso más nerviosa aún. Se sintió vulnerable y eso le hizo ponerse a la defensiva.


–Deberías estas en Francia.


–Lo estaba. Pero ya, no.


Cuando Alfonso la inspeccionó con más atención, sintió un repentino interés. Sí, podía reconocer que era una mujer. Aunque su cuerpo era esbelto y menudo, tanto que podía parecer el de un chico. Pero podía adivinar sus pechos, pequeños y perfectamente formados, bajo un suéter negro. Pudo percibir también su mandíbula, demasiado delicada como para ser masculina, y su boca carnosa. En ese momento, ella se estaba mordisqueando el labio inferior. De pronto, experimentó el aguijón del deseo y la tentación de verla mejor.


–Quítate la gorra –ordenó él, sin pensarlo.


Ella levantó la barbilla otra vez. Hubo un momento de tensión en que Pedro dudó qué iba a pasar. Entonces, como si se hubiera dado cuenta de que no tenía elección, ella se quitó la gorra. Durante un momento, él solo pudo quedarse mirando como un bobo, mientras una cascada de pelo rojizo le caía sobre los hombros. Luego, cuando se fijó en el resto de su cara, se quedó más embobado todavía. Había visto cientos de mujeres hermosas, algunas eran consideradas las más bellas del mundo, pero en ese momento no podía acordarse de ninguna. La mujer que tenía delante era impresionante. Mejillas altas. Piel cremosa y pálida, impecable. Nariz recta. Enormes ojos color avellana con destellos verdes y dorados. Larguísimas pestañas negras. Y una boca jugosa y apetitosa. Al instante, experimentó una erección. Confundido, se dijo que no solía reaccionar así ante ninguna mujer. Quizá, la razón estuviera en lo inesperado de la situación, pensó.


–Ahora, dime quién eres o llamo a la policía.


A Paula le había subido la temperatura bajo el intenso escrutinio de Alfonso. Se sentía demasiado vulnerable sin la gorra. Pero estaba hipnotizada por la mirada de su interlocutor y no era capaz de apartar la vista. Era un hombre guapo, intensamente varonil y atractivo. Sus rasgos eran duros, a excepción de su boca, que era provocativa, sensual… Y la distraía.


–Estoy esperando.


Paula se sonrojó. Apartó los ojos, clavándolos en el cuadro de un caballo de carreras. Sabía que no tenía elección. Debía contestar, si no quería acabar en manos de la policía. En su pequeña comunidad, pronto se sabría en todo el pueblo lo que había pasado. Allí no existía el concepto de privacidad.


–Me llamo Paula… –dijo ella y, tras titubear un momento, añadió–: Chaves


–¿Chaves? –preguntó él, frunciendo el ceño–. ¿Eres pariente de Gonzalo?


Ella asintió, hundida por lo desastroso de su fracaso.


–Soy su hermana.


Alfonso se tomó unos segundos para procesar la información. Y sonrió.


–¿Ha enviado a su hermanita pequeña a hacer el trabajo sucio?


–¡Gonzalo es inocente! –exclamó ella al instante.


Pedro Alfonso no parecía impresionado por su vehemente defensa.


–Ha empeorado las cosas al desaparecer. Y los hechos no han cambiado: Facilitó la compra de un caballo de la cuadra de Luca Gorreti. Recibimos el caballo hace una semana y el millón de euros salió de mi cuenta, pero nunca llegó a la cuenta de Gorreti. Está claro que tu hermano desvió los fondos a su propio bolsillo.


Paula se puso pálida al oír de cuánto dinero se trataba. Pero se obligó a mostrarse firme, por su hermano. 

Prisionera De Tu Amor: Capítulo 2

Siguió las instrucciones de Gonzalo hasta las oficinas centrales y, con el corazón acelerado, usó la llave correspondiente para abrir la puerta. Aliviada porque no saltó ninguna alarma, ni siquiera se preguntó por qué. Estaba oscuro dentro, pero en la penumbra pudo vislumbrar las escaleras. Subió a la planta superior, iluminándose con la linterna del móvil. Enseguida, encontró el despacho de su hermano. Abrió con otra llave y entró sin hacer ruido, antes de cerrar la puerta tras ella. Se apoyó contra la pared un instante, con el corazón a punto de salírsele por la boca. Tenía la espalda empapada en sudor. Cuando se sintió un poco más calmada, avanzó dentro del despacho, hasta el escritorio que se suponía que era de Gonzalo. Él le había dicho que su portátil estaba en el cajón superior, sin embargo, cuando lo abrió, lo encontró vacío. Los demás cajones estaban vacíos también. Entrando en pánico, Paula miró en los otros escritorios, pero no había ni rastro del aparato. Entonces, las palabras de Gonzalo resonaron en su cabeza: «Ese portátil es la única oportunidad que tengo para probar mi inocencia. Solo necesito seguir la pista de los correos electrónicos para descubrir al hacker…». Se quedó inmóvil en medio del despacho, mordiéndose el labio. No había escuchado ningún ruido que pudiera delatar que no estaba sola en las oficinas. Por eso, cuando el despacho se abrió de pronto y la luz inundó la habitación, ella solo tuvo tiempo de girarse conmocionada hacia la imponente figura que llenaba el quicio de la puerta. Aturdida, apenas pudo reconocer que se trataba de Pedro Alfonso. Y que había estado en lo cierto al haber temido encontrarse con él cara a cara. Era el hombre más guapo y más impresionante que había visto en su vida. Pedro Alfonso llevaba unos vaqueros negros y un polo de manga larga que resaltaban su energía tan puramente masculina. Sus ojos la miraban fijamente, oscuros como dos pozos sin fondo.


–¿Has venido a buscar esto? –preguntó él, mostrándole el portátil plateado que llevaba en las manos.


Su voz era grave y tenía un ligero y sensual acento extranjero. Al escucharlo, Paula sintió una inyección de adrenalina directa al corazón. Lo único que se le ocurrió hacer fue correr hacia la misma puerta por la que había entrado, pero cuando la abrió, se topó de frente con un guardia de seguridad con cara de sota. La misma voz sonó detrás de ella otra vez, en esa ocasión con tono helador.


–Cierra la puerta. No vas a ninguna parte.


Cuando ella no se movió, el guardia de seguridad cerró la puerta, dejándola a solas de nuevo con Pedro Alfonso. Quien obviamente no estaba en Francia. Con reticencia, ella se volvió para encararlo, consciente de que se había vestido con unos pantalones anchos negros, suéter de cuello alto negro y el pelo recogido en una gorra oscura. Debía de tener todo el aspecto de una ladrona. Pedro había cerrado la otra puerta. Había dejado el portátil en una mesa y estaba allí parado, con los brazos cruzados sobre el pecho y las piernas entreabiertas, preparado para salir tras ella si intentaba huir de nuevo.


–¿Quién eres tú?


Paula apretó los labios y bajó la vista, esperando que la gorra ocultara su rostro. Él soltó un suspiro.


–Podemos hacerlo por las malas, si prefieres. Puedo llamar a la policía y les tendrás que contar a ellos quién eres y por qué te has colado en mi propiedad. Pero los dos sabemos que buscabas esto, ¿Verdad? –señaló él, tocando el portátil con los dedos–. Lo más seguro es que trabajes para Gonzalo Chaves.


Paula apenas escuchó sus palabras. Solo podía concentrarse en sus preciosas manos. Grandes y masculinas, pero elegantes. Manos capaces. Y sensuales. Un inoportuno escalofrío la recorrió. El silencio pesó sobre ellos unos instantes, hasta que Alfonso soltó una maldición en voz baja, tomó el portátil y se dirigió hacia la puerta. Entonces, ella se dió cuenta de que mezclar a la policía irlandesa en aquello sería todavía más desastroso. El hecho de que no los hubiera llamado todavía le daba un ápice de esperanza de salvar la situación.


–¡Espera! –gritó ella.


Él se detuvo a medio camino, dándole la espalda. Su estampa era tan imponente por detrás como por delante. Despacio, se giró.


–¿Qué has dicho?


Paula intentó calmar su acelerado corazón. Tenía miedo de que le viera la cara, así que, inclinando la cabeza, trató de mantenerla oculta bajo la visera de la gorra.


–He dicho que esperes, por favor –repitió ella, encogiéndose. Como si siendo educada pudiera ganar algún punto.


Tras un breve silencio, Alfonso volvió a hablar, con incredulidad.


–¿Eres una chiquilla? 

Prisionera De Tu Amor: Capítulo 1

Paula Chaves nunca se había considerado capaz de cometer un delito, pero allí estaba, en el perímetro de una propiedad privada, entre las sombras de la noche, a punto de entrar y robar algo que no le pertenecía. Con una mueca, sujetó en la mano la llave de su hermano para entrar en las oficinas del criadero de caballos de carreras Luc Barbier. Solo de pensar en el dueño de los establos, un escalofrío de aprensión la recorrió. Estaba apostada bajo la frondosa rama de un árbol, al borde del jardín que conducía a la puerta principal del edificio. Había dejado su viejo coche a unas manzanas de allí y había trepado por un muro para entrar. Su propia casa familiar no estaba lejos, por eso, conocía muy bien la zona. Había jugado en aquellos establos de niña, cuando habían pertenecido a otra persona. Sin embargo, todo le resultaba extraño y amenazante, más cuando el ulular de un búho la sobresaltó desde un árbol cercano. 


Se obligó a respirar hondo para calmarse y maldijo de nuevo a su impulsivo hermano por haberse ido de aquella manera. Aunque la verdad era que no podía culpar a Gonzalo por no haber estado a la altura de Pedro Alfonso, el hosco y misterioso francés millonario que lideraba el mundo de los caballos de pura raza. Su atractivo aspecto moreno había despertado rumores sobre su procedencia. Algunos decían que había sido abandonado por unos gitanos y que había vivido en las calles, antes de haberse convertido en una especie de leyenda en el mundo de las carreras por su habilidad para domar a los pura sangre más difíciles. Había progresado en muy poco tiempo y poseía uno de los más prestigiosos criaderos de París, además de aquella enorme granja en Irlanda, donde habían sido entrenados los mejores caballos de carreras, bajo su estricta supervisión. La gente decía que su talento era una especie de brujería proveniente de sus misteriosos antepasados. Otros rumores aseguraban que no había sido más que un pequeño delincuente que había salido de las calles gracias a su tesón y a su intuición para los negocios. El misterio de sus orígenes era un aderezo más para la expectación que despertaba pues, además de los caballos, había invertido en múltiples áreas de negocio y había quintuplicado su fortuna en pocos años. En la actualidad, era uno de los empresarios más ricos del país. Desde que Alfonso lo había contratado como capataz del criadero, hacía un par de años, Gonzalo, hermano de Paula, no había dejado de hablar de aquel tipo con una mezcla de admiración y respeto.


Paula solo lo había viso una o dos veces de lejos en algún mercado de caballos de elite en Irlanda, donde solían participar los más importantes nombres del mundo de las carreras, jeques, la realeza y los más ricos del planeta. Alfonso había destacado entre todos, por su altura y por su aspecto. Su cabello negro, espeso e indomable, largo hasta el cuello de la camisa. Su rostro fuerte y moreno con expresión seria y ojos ocultos tras gafas de sol. Con los brazos musculosos cruzados sobre un ancho pecho, había observado con atención el desfile de animales. Más que un comprador, había parecido una imponente estrella de cine. A diferencia del resto de participantes, él no había llevado guardaespaldas a la vista. Aunque su aire amenazante dejaba claro que era muy capaz de protegerse solo. La única razón por la que estaba allí esa noche, a punto de entrar en una propiedad privada por su hermano, era porque Gonzalo le había asegurado que Pedro Alfonso estaba en Francia. No tenía ganas de encontrarse frente a frente con él, por supuesto. Las pocas veces que lo había visto, había experimentado una extraña sensación en el vientre, una inesperada excitación que no era apropiado sentir por un desconocido. Respiró hondo otra vez y dió un paso hacia delante. El ladrido de un perro la hizo detenerse. Contuvo la respiración y, cuando el perro paró, continuó caminando hacia la puerta. Pasó bajo el arco que conducía al patio, donde estaban las oficinas del equipo administrativo. 

Prisionera De Tu Amor: Sinopsis

Paula debía apelar al buen corazón del famoso millonario Pedro Alfonso para poder defender la inocencia de su hermano. ¡Pero Pedro era el hombre más despiadado que ella había conocido en su vida! 


Su única opción era permanecer como rehén hasta que la deuda contraída por Gonzalo estuviera saldada. Sin embargo, cuando ambos sucumbieron a la poderosa atracción que los envolvía, ella comprendió que su inocencia era el precio que pagaría por su romance. 

martes, 19 de noviembre de 2024

La Princesa: Capítulo 56

Paula sonrió a pesar de que se había dado cuenta de que Pedro se había apagado.


—Es surrealista, ¿Verdad?


—Me dije a mí mismo que era mejor dejarte marchar, dejarte encontrar tu camino… Así todo volvería a ser como antes. Ahora, al mirarte, no puedo evitar pensar que ese momento ya ha pasado. No eres la Pau que yo conocí y a la vez sí que lo eres. No sé muy bien qué hacer.


—¿Y si me dices qué es lo que tú quieres? —preguntó Paula. 


Él se metió las manos en los bolsillos, gesto que solía realizar cuando estaba nervioso.


—Te miro, Pau, y aún veo a la chiquilla que me dijo que Pretty tenía mal la pata. Veo a la chica a la que besé en Walter's Butte y a la que deseé hacer el amor la noche del baile. Y no sé si es posible porque no estoy seguro de que esa chica siga existiendo. Pero aun así… Todo lo que dijiste cuando hablamos sobre Lisa aquella mañana era cierto. Nosotros, tú y yo, estamos hechos de la misma madera. Queremos lo mismo… Alguien que nos quiera a pesar de que pongamos todos los impedimentos posibles… Te quiero, Pau. Aunque no consiga nada diciéndotelo, tengo que decirlo. Te quiero. Y ya no tengo miedo de mi amor. Solo me asusta que tú no me quieras a mí.


—¡Claro que te quiero! —exclamó lanzándose a sus brazos—. ¿Por qué si no te crees que llevo un mes y medio hecha un manojo de nervios? —preguntó al borde de las lágrimas—. Pensaba que no creías en el amor.


—Y no lo hacía, ¿pero sabes una cosa? Ocurrió algo extraño. Creía en tí.


—No es verdad.


—Sí que lo es —afirmó Pedro abrazándola con fuerza—. Y cuando me dí cuenta sentí que me había quedado sin suelo debajo de los pies.


—Yo me enamoré de tí la tarde que estuvimos en Walter's Butte y me hablaste de tu familia.


—¿Desde entonces? —preguntó sorprendido. 


Ella asintió.


—Desde entonces. Pero sabía que, si te contaba mi secreto, me odiarías y que yo no podría soportarlo. La forma en la que me miraste la última mañana… Me dí cuenta de que me despreciabas y se me rompió el corazón.


—No quiero volver a hacerte daño —dijo Pedro, y se quedaron abrazados en silencio un buen rato—. Tenemos que empezar a pensar cuestiones prácticas —añadió para ser realista. 


—¿Qué vamos a hacer ahora? —susurró Paula asustada—. Sé que nunca podrás dejar el rancho y yo no voy a pedírtelo.


—Tú sigues siendo una princesa y yo un ranchero. Mundos paralelos.


—No tanto. Si lo fueran, yo nunca hubiera ido a Prairie Rose — contestó mirándolo fijamente.


—Eso es cierto —repuso Pedro también mirándola a los ojos. Se quedaron en silencio—, Y tú has encontrado una familia que te quiere y que desea que estés aquí. No sería justo que te pidiera que los dejaras —expuso. De nuevo un silencio—. Además están las promesas que hemos hecho.


—Sí —murmuró—. Pero también tengo un padre cuyo consejo ha sido que cuando tenga que tomar una decisión escoja el amor.


—Es un buen consejo —replicó en un tono de voz grave.


—Pedro, yo…


—No, Pau, es mi turno —interrumpió él. En ese momento se arrodilló, tomó la mano de Paula y lentamente le quitó el guante de satén blanco. Sacó un anillo del bolsillo y se lo puso—. Cásate conmigo, Pau. Creo que vas a tener que casarte conmigo porque no puedo vivir sin tí.


Paula le apretó la mano y él se puso en pie. Le acarició el rostro.


—¡Por qué has tardado tanto! ¡Sí, me quiero casar contigo! ¿Acaso no te había dicho que me sentía como en casa en Prairie Rose? Mi hogar está allí donde estás tú, Pedro. En ninguna otra parte. ¡Solo estaba esperando que me lo pidieras!


—Pero tu familia aquí…


—Seguirá siendo mi familia. Piensa en las vacaciones tan maravillosas que vamos a tener. Por no hablar de la relación con los mejores establos de Europa.


—Es verdad —dijo Pedro antes de recibir un beso.


—Vamos a decírselo a papá. Se va a poner tan contento.


—Pau, sabes que no te lo estoy pidiendo por eso, ¿Verdad?


—Por supuesto que lo sé —respondió antes de entrar en el salón—. Dije que no quiero ser como mi madre y es verdad. Ella renunció al hombre al que amaba. Y eso es algo que yo prometo no hacer en mi vida.


Pedro la tomó en sus brazos y empezó a girar. A Paula se le cayó la diadema mientras recibía un beso. Finalmente él la soltó y se agachó para recogerla.


—Vamos a ponerte esto de nuevo, princesa Paula. 


—De momento, porque en el lugar al que me dirijo no me va a hacer falta —apuntó mientras su anillo brillaba a la luz de la luna—. Solo te voy a necesitar a tí —concluyó con el rostro de Pedro entre las manos. 


Él la besó.


—Deberíamos entrar —dijo algo reticente. 


Ya tendrían tiempo de estar los dos solos. Toda la vida.


—Este baile ha sido de lo más productivo. Date cuenta… Será siempre recordado por haber sido mi presentación en sociedad, mi cumpleaños y mi pedida de mano. 







FIN

La Princesa: Capítulo 55

 —Este hombre tiene un tono de voz más efectivo que cualquier pistola.


—No creo que haya sido para tanto —añadió Paula tras soltar una carcajada.


—Siento decirte que fue la orden más severa que he recibido en mi vida —bromeó.


—¿Qué te dijo? —preguntó intrigada.


—Nada que yo ya no supiera.


—¿Por ejemplo?


Pedro se acercó, le tomó la mano y alzó la barbilla de Paula con el dedo.


—Por ejemplo, que era un tonto.


—Vaya, eso se lo podría haber dicho yo —susurró.


—Y, si te soy sincero, cuando me llamó, yo ya estaba preparando el viaje. Tenía que venir. Tenía que hacer las cosas bien. Lo único en lo que podía pensar en el avión era en qué hubiera sido de mí si no me hubiera decidido a venir —reconoció mientras le acariciaba la mejilla—. ¿Sabes lo guapa que estás esta noche?


—Varias personas se han pasado el día vistiéndome y preparándome para la ocasión.


—No digas eso. No —ordenó—. Eres preciosa. Estás casi tan guapa como la tarde en que te mostré la casa de adobe.


—Ese día llevaba unos vaqueros viejos, una camiseta y el sol me había quemado la cara —recordó sorprendida.


—Y eras la mujer más hermosa que yo había visto en mi vida.


—Oh, Pedro…


—Preciosa. Mi rosa salvaje. No una rosa de la floristería, sino una más sencilla. Hermosa, fuerte y resistente.


—Lo estás diciendo en serio —murmuró ella llevándose una mano a la boca.


—Por supuesto. Lo siento. Lo siento por haberte cargado con todas las culpas. La última mañana estaba tan enfadado y me sentía tan tonto… Tenías razón en todo lo que dijiste, pero el orgullo me cegó. El orgullo y el miedo.


—No sé qué decir. 


—Tú ya has dicho lo que tenías que decir. Ahora es mi turno — reconoció Pedro. La brisa marina flotaba en la oscuridad de la noche—. No tenía que haberte dejado marchar, Pau Chaves. O princesa Paula, como tú prefieras.


—Me basta con que me llames «Cariño» —contestó Paula acariciando la mejilla de Pedro.


—Cariño.


—Lo siento, Pedro. Siento lo que pasó en el rancho. Yo nunca he querido hacerte daño.


—Ahora ya lo sé —admitió. 


La música comenzó de nuevo a sonar en el salón.


—No sé lo que nos pasa en los bailes que siempre terminamos fuera mientras los demás bailan.


—Si estuviéramos dentro, no podría hacer esto.


En ese instante se fundieron en un beso eterno y las preocupaciones desaparecieron. De repente Marazur no importaba. Prairie Rose no importaba. Paula había encontrado su hogar en los brazos de Pedro Alfonso. Después se quedaron abrazados hasta que él se separó y la contempló bajo la luz de la luna.


—Mírate —susurró—. Eres un ángel. O una princesa. Si hasta llevas una corona —comentó sonriente.


—Me la ha regalado Rafael hoy. Mi hermanastro. Perteneció a su madre.


—Al final has encontrado una familia aquí.


—Sí, es cierto. Las cosas han cambiado… Papá ha resultado ser muy amable y los chicos… Odian que los llame chicos. Me han aceptado como hermana. Tú me ayudaste a darme cuenta de que era yo quien estaba impidiéndome a mí misma el tener una familia. Estaba tan rencorosa… Y ahora… Ahora tengo una familia que me quiere y me apoya. Me emociona.


—Eres feliz —afirmó Pedro en un tono extraño que Paula comprendió.


—Estoy contenta y eso es más de lo que hubiera imaginado hace unos meses.


Él caminó por la balconada y se apoyó en la balaustrada.


—Estoy en un palacio real de Europa —comentó. 

La Princesa: Capítulo 54

Cuando se quedó de nuevo sola, se sentó en la cama. Aquella noche solo echaba de menos a Pedro y a Prairie Rose. Pero no se podía tener todo. Observó las sandalias de baile que se iba a poner. Se quedó pensativa, después se dirigió al armario y sacó los zapatos que le había regalado la señora Polcyk.


—Bien, abuela Alfonso, esta noche va a estar en el baile —murmuró sintiéndose mucho mejor.


Salió de su dormitorio y se reunió con Miguel, quien la acompañó hasta la puerta del salón.


—Feliz cumpleaños, Paula —dijo justo antes de que se abrieran las puertas para que entraran.


Paula caminó del brazo de su padre mientras anunciaban su entrada como Paula Navarro, princesa de Marazur. Nunca había estado en una estancia como aquélla. Se colocó en fila junto a su padre y a sus hermanos para recibir oficialmente a los invitados. Se sorprendió ante el tratamiento de Alteza que le dedicaban. Si en realidad ella solo debía ser llamada «Pau de los establos». Después de la recepción su padre le apretó levemente el codo.


—Ya estamos listos para inaugurar el baile —le anunció, y avisó a la orquesta. 


El baile comenzó.


—Gracias, papá —le susurró al oído mientras se dejaba guiar por los pasos de su padre.


Después bailó con Rafael, con Julián, con algunos de los hombres más influyentes del país y de nuevo con Miguel.


—¿Estás cansada? —le preguntó cuando el vals estaba a punto de acabar.


—Un poco.


—¿Y los pies?


—Llevan toda la noche aguantándome —contestó sonriendo.


—¿Crees que aguantarás un último baile? —le preguntó con una sonrisa radiante en el rostro.


—Supongo que sí, pero ¿Por qué?


—Tu regalo de cumpleaños acaba de llegar —anunció, y se giró para que su hija pudiera ver la puerta de entrada. 


Pedro. Una gran emoción invadió el pecho de Paula. Estaba allí. En Marazur. A unos metros de ella, enfundado en un esmoquin, sin sombrero y con aquellos ojos negros fijos en ella. Una vez más perfecto a los ojos de Paula.


—Cuando hay que elegir, querida, siempre hay que decidirse por el amor —dijo Miguel antes de soltarla.


Paula tuvo un deseo incontenible de correr a los brazos de Pedro. Sin embargo, se quedó esperando con el corazón a punto de estallarle. Él se acercó al centro de la pista mientras todos los ojos se posaron en la pareja. En aquel momento la orquesta comenzó a tocar Let me call you Sweetheart. Él, sin mediar palabra, la tomó entre sus brazos y comenzaron a bailar. Aquella noche era hermosa, muy hermosa. Se deslizaron por la pista con suavidad. Ella tenía la mirada clavada en los ojos de Pedro.


—Esto era lo único que me faltaba —le susurró en un giro.


—¿El qué?


—Tú. Solo tú.


Pedro miró los labios de Paula por un instante. Ella sonrió. Estaba tan contenta que creía que iba a explotar.


—Llevo puestos los zapatos de tu abuela —añadió.


—Me estaba preguntando por qué bailabas tan bien.


—La señora P me los dio.


—Me lo dijo.


—¿Hay algún secreto entre ustedes? —preguntó. 


Por fin Pedro sonrió.


—Alguno. Ahora quédate callada y bailemos.


Cuando llegaron los últimos acordes, ambos tenían una sonrisa perfecta dibujada en los labios. Pedro se detuvo, hizo una reverencia y Paula sintió un escalofrío. Él le ofreció el brazo y salieron a una terraza.


—Aquí huele distinto. Todo es muy distinto —comentó Pedro en la oscuridad.


—Es el mar. Y… Bueno, estamos en Europa —contestó Paula entre risas—. No tenía ni idea de que fueras a venir.


—Su alteza me ha invitado.


—Eso deduzco. 

La Princesa: Capítulo 53

 —Sabes una cosa. La noche que me marché ví a Pedro haciendo lo mismo que tú estás haciendo ahora. Estaba abrazando a una chica a la que le acababan de romper el corazón. Me dí cuenta de que nunca había tenido cerca a un hombre que me consolara así.


—Ahora ya lo tienes. Si me dejas. Oh, Pau, no sabes lo mucho que deseo ser un padre para ti. Sé que hasta ahora ha sido difícil. Me dí cuenta de que te estaba costando estar en Marazur, por eso te envié a Canadá, pensé que te vendría bien cambiar de aires. Pero lo siento. Parece que solo te ha hecho sufrir.


—No, era algo que tenía que hacer —explicó. Tímidamente apretó el nudo de la corbata de su padre que estaba muy suelto—. Antes de que muriera mamá te eché la culpa y dije cosas horribles que ya no puedo borrar.


—Reaccionaste cómo pudiste, Pau, no te puedes culpar por ser humana. Sin embargo, debes saber que hicimos lo que creímos que era mejor —dijo Miguel mirándose las manos—. Yo amaba a tu madre. No podía pedirle que aceptara un nuevo país, un marido y dos hijos aún destrozados por la muerte de su madre. Si hubiera sabido de tí, las cosas hubieran sido de otra manera, hubiera encontrado la forma. Te juro que lo habría hecho. Pero en aquel momento… No quise que pudiera arrepentirse. No quise que nuestro amor llegara a ser una carga para ella. 


—El amor no es una carga. Quizás sea una responsabilidad, pero nunca una carga —coincidió Paula recordando las palabras de Pedro en el estanque.


—¿Dónde has aprendido eso? —preguntó Miguel sonriendo mientras acariciaba el pelo de su hija.


—Alguien me lo enseñó —susurró.


—¿Y?


—Y después se enteró de que no era Pau Chaves, sino Paula, la princesa de Marazur.


—Por mi culpa, ¿No?


—No, simplemente las cosas son así —contestó tras soltar un suspiro—. Debería haber sido sincera con él y haberle dicho desde el principio quién era. O al menos cuando vi que había algo entre nosotros. Estaba tan empeñada en olvidarme de que soy una princesa que no confié en él. Oh, papá, he cometido un error tan grave.


Miguel se puso en pie de pronto y se asomó a la ventana.


—Lo siento. No me esperaba algo así —dijo tratando de controlarse—. Nosotros… Me refiero a Rafael, Julián y yo… Queremos que formes parte de esta familia. Por favor, créeme, Pau.


—Te creo. Solo he tenido que darme cuenta y el viaje me ha servido para ser consciente de que estáis intentando que me sienta como en casa —se acercó a su padre y le tomó las manos—. Me gustaría ser una buena hija, si tú quieres.


Ya que no tenía a Pedro, por lo menos tendría una familia.


—Pues claro que quiero. Si no lo he hecho público, ha sido porque creía que tú no lo deseabas.


—Pensaba que quizás no quisieras que se desvelaran los detalles de tu matrimonio con mamá.


—¿Por qué si el resultado es tan hermoso?


—¿Y qué es lo que tengo que hacer yo? —preguntó Paula sonriendo. 


Los ojos de Miguel se iluminaron.


—Querida, solo tienes que ser tú misma. ¿Y qué hay del señor Alfonso?


—Da igual. No me ama. Tengo que seguir adelante, así que vamos ello.


Miguel la besó en la frente. 


—Creo que ha llegado el momento de que el mundo conozca a Paula Navarro, princesa de Marazur. ¿Qué te parece? 


Paula se miró en el espejo de cuerpo entero. La última vez que había realizado aquel gesto había estado preparándose para el baile en el rancho. En aquella ocasión, sin embargo, estaba en Marazur vestida con un traje de gala lista para otro baile. Su baile. Era un vestido digno de un cuento de hadas. La idea de Miguel de hacer coincidir la presentación en sociedad de Lucy con el día de su cumpleaños había sido enternecedora. No estaba nerviosa, pero tampoco estaba completamente feliz. Llamaron a la puerta.


—Pasa —dijo.


Era su hermanastro Rafael vestido con un esmoquin.


—¿Puedo entrar?


—Por supuesto.


A Paula le caía bien Rafael, a pesar de que aún eran reservados el uno con el otro. Llevaba una caja de terciopelo en la mano.


—Feliz cumpleaños —dijo al entregársela a Paula.


—¿Puedo abrirla ahora?


—Por favor.


Paula soltó el cierre se encontró con una preciosa diadema de diamantes.


—Era de mi madre. La llevó puesta la noche de su boda —comentó él con suavidad. 


Paula comprendió la profundidad de aquel gesto.


—Oh, Rafael, es preciosa, pero yo no debería…


—Queremos que la lleves, Pau. Ahora formas parte de la familia — dijo en un tono grave—. Además, así Julián dejará de molestar a papá pidiéndole una hermana pequeña a quien incordiar.


Paula soltó una carcajada. Julián tenía veintiséis años y le encantaba bromear. Era muy distinto al serio Rafael.


—¿Me ayudas a ponérmela?


—No sé qué brilla más, hermanita, si tu pelo o la diadema —dijo tras colocarla entre los rizos. 


Ella lo abrazó.


—Gracias, Rafael.


—Ya sé que le concederás a papá el primer baile, pero me encantaría que bailaras conmigo también esta noche.


—Por supuesto. 

jueves, 14 de noviembre de 2024

La Princesa: Capítulo 52

Paula llevaba en Marazur varios días, sin embargo los recuerdos de Pedro y de Prairie Rose permanecían intactos. Había llegado agotada física y emocionalmente. Al deshacer las maletas había encontrado una caja con los zapatos de baile dentro. La señora Polcyk los había guardado allí con una nota: «A ella le hubiera gustado que los tuvieras tú». Acariciando los zapatos había llorado desconsoladamente, soltando la angustia que llevaba tanto tiempo conteniendo. Y después había enviado un correo electrónico de despedida a la señora Polcyk pidiéndole disculpas por no haberle dicho adiós en persona. Sabía que la entendería. Los últimos cabos de la operación con Prairie Rose los ató por medio de correos electrónicos impersonales que había enviado a través de la dirección de los establos. El único correo personal que había recibido había sido la contestación de la señora Polcyk junto con una foto en la que estaba con Pedro sonriente la noche de la fiesta. Había impreso y enmarcado la foto. En una esquina del marco había prendido la rosa silvestre que él le había regalado en Walter's Butte. Estaba colgada junto a su cama. Acarició el sombrero de Pedro en la fotografía. Lo echaba tanto de menos… Llamaron a la puerta y se sorprendió al ver a su padre asomarse.


—¿Tienes un momento, Paula?


—Claro, pasa.


—Lo quieres, ¿Verdad? —preguntó al verla con la fotografía en la mano. 


La pregunta era tan sencilla y fácil de responder que Paula no pudo contener una lágrima.


—Sí —murmuró—. Lo quiero.


—¡Oh, hija mía! —dijo él con suavidad. 


Caminó hacia ella y la abrazó. Era un hombre fuerte y Paula apoyó la cabeza en su hombro sin dejar de llorar. Después de unos minutos se separó, avergonzada por haber reaccionado de aquel modo. Se sorprendió porque él parecía comprenderla.


—Me preguntaba si nunca te ibas a dar cuenta del parecido —le dijo Miguel apretándole la mano—. Ven, vamos a sentarnos. Así podrás hablarme del hombre que te ha roto el corazón.



Se sentaron en el borde de la cama. Paula no sabía por dónde empezar. Era todo tan nuevo.


La Princesa: Capítulo 51

 —¡Yo nunca he fingido ser lo que no soy! —exclamó él dando un paso al frente.


—Aun así, sigue siendo un secreto. Era algo oculto y doloroso de lo que no querías hablar. Y cuanto más tiempo pasaba sin que hablaras de ello, yo me daba cuenta de lo doloroso que era para ti e intentaba respetar tu derecho a que lo mantuvieras en secreto. Porque yo tenía el mío. Y cuando me hablaste de ella supe que yo nunca podría confesarte quién era en realidad. Ya te habías hecho a la idea de que era como ella.


—No puedo negar que ella también fingió ser quien no era para poder lograr sus propósitos.


—Sí, pero sus motivos eran muy distintos de los míos —replicó dolida, a pesar de que había algo de verdad en las palabras de Pedro. Él se giró—. ¿No crees que hubiera estado bien mencionar que habías estado casado después de haberme llevado a Walter's Butte? ¿Pero por qué ibas a hacerlo? ¿Por qué me llevaste a ese lugar en particular? Sé lo que significa para tu familia. Es algo especial.


—Quería estar contigo, eso es todo. Aunque ahora me doy cuenta de que no sabía con quién estaba en realidad —contestó en un tono amargo.


Paula sintió una punzada en el corazón.


—Y yo me siento fatal. No te creas que no me siento culpable por no haber sido sincera.


—De acuerdo —añadió Pedro fríamente.


Paula se apoyó en la mesa, le temblaban las piernas.


—Tenía que salir de Marazur. Me sentía angustiada y rabiosa. Había demasiadas expectativas sobre mí que yo no había creado. El venir aquí era una oportunidad de ser yo misma otra vez. Y yo quería que tú negociaras conmigo como Pau, no como la hija del rey. No sé lo que hubiera pasado si hubieras sabido mi identidad desde el principio. Probablemente hubieras visto solo la corona y no a la persona que la lleva.


Paula se detuvo y Pedro se quedó callado. Aquello era una buena señal.


—Pero ocurrió algo más —prosiguió ella—. Empezamos a sentirnos atraídos o como quieras llamarlo. Me empecé a sentir como en casa aquí… En el rancho y con la señora Polcyk y contigo. Constantemente me decía a mí misma que no podía crear un vínculo estrecho porque me iba a marchar. Me recordaba que tenía que disfrutar de cada instante porque enseguida regresaría a mi papel de princesa.  Y me besaste. Más de una vez. Y me abrazabas como si fuera el tesoro más precioso del mundo. Me hablaste de tu padre y del rancho y me dí cuenta de que estábamos hechos de la misma madera. Sin embargo era consciente de que, si te revelaba quién era, todo lo demás quedaría destruido. Así que mantuve el silencio. Después ya fue demasiado tarde. Habíamos llegado a un punto en el que nunca me comprenderías. Bailaste conmigo bajo las estrellas. ¿Tienes una idea de lo que has supuesto para mí, Pedro? Me hubiera gustado retener ese momento para siempre, ¡a pesar de que la culpa me estuviera carcomiendo por dentro! Así que me dije a mí misma que lo mejor sería hacer las maletas y marcharme para asegurarme de que todo esto quedara en un hermoso recuerdo.


—Pauli…


—No me llames así —soltó cortándole—. No lo puedo soportar. Oh, no puedo, Pedro —suplicó. Las lágrimas brotaron de sus ojos. Se le estaba rompiendo el corazón—. Anoche me abriste tu corazón, pero solo hasta donde yo te dejé. Porque sabía que esto tiene que acabar. Así que deja que acabe. Por favor. Deja que acabe antes de que nos hagamos más daño del que ya nos hemos hecho.


—¿Cómo voy a hacerte daño? —preguntó Pedro con un gesto sombrío. Tenía las manos metidas en los bolsillos—. Si regresas a tu vida.


«Mi vida está aquí», pensó Paula mordiéndose el labio. Pedro no estaba viendo a la mujer que había conocido, sino a la princesa. Ella estaba locamente enamorada, pero era obvio que él no la amaba. Era un hecho.


—Yo no soy una máquina —susurró a punto de derrumbarse—. Tengo sentimientos. Siento cosas por tí. Y me niego a ser como mi madre. Ahora entiendo por qué el amor por Miguel la hizo incapaz de volverse a enamorar. La forma en la que me estás mirando ahora me duele. Marcharme y no volverte a ver también me va a doler. Al menos soy lo suficientemente sincera como para reconocerlo.


—¿Qué se supone que quiere decir eso?


—Da igual porque tú no crees en el amor, así que ¿Qué más da? — preguntó mirándolo a los ojos. Pedro se quedó boquiabierto—. No lo niegas. ¿Puedes por lo menos pronunciar la palabra «Amor»? —preguntó mientras él la miraba con una expresión impenetrable—. Te lo voy a decir todo, mira, desde el principio he sabido que no podías amar. Así que, ¿Para qué iba a estropear lo poco que tenía de tí contándote que me habían otorgado un título que yo ni siquiera quería? Tú eres el que va a regresar a su vida de siempre, no yo. Bueno, quizás tuvieras razón anoche. Quizás haya llegado el momento de buscar lo que quiero y tomar decisiones.


Paula no soportaba más aquella situación. Si aquél iba a ser su adiós, tenía que acabar antes de que perdiera por completo el control. Cuando se quedara sola ya tendría tiempo de desmoronarse. Caminó delante de él y abrió la puerta.


—Si te importo algo, déjame marchar —suplicó.


La mitad de Paula quería que Pedro la dejara escapar del dolor y el resentimiento. Sin embargo, la otra mitad quería que la detuviera y que le dijera que todo era un gran error. Pero él no la detuvo, no la llamó ni agarró su brazo. Conteniendo los sollozos, subió a la habitación, recogió las maletas y las bajó al todoterreno. Se montó en el vehículo y lo puso en marcha sin encender el GPS. No necesitaba ninguna indicación. Sabía escapar de allí perfectamente. 

La Princesa: Capítulo 50

 —Estás enfadado. Lo pillo. Pero enseguida voy a desaparecer de tu vista.


—Espero que no pienses que esa explicación me basta. No después de lo que pasó anoche.


—Lo de anoche no tuvo importancia.


—¿Entonces por qué no me lo dices mirándome a los ojos?


Paula se forzó a mirarlo. Sus palabras eran suaves, pero su mirada era dura. No había escapatoria.


—Soy la princesa Paula de Marazur. Pero es algo accidental porque fundamentalmente soy Pau Chaves, hija de Alejandra Schulz Chaves de Virginia. Eso es lo que he sido toda mi vida hasta que hace unos meses mi madre me confesó quién era mi padre.


—Ya veo —comentó en un tono indescifrable.


—No, Brody, no ves nada. Y sabía que no lo ibas a entender, ése es el motivo por el que no te lo he contado.


—Así que has preferido mentirme. Has fingido ser otra persona.


—¡No! —exclamó poniéndose en pie—. ¿No lo entiendes? Yo sé quién es Pau. ¡Lo que no sé es quién es Paula, y venir aquí ha sido una oportunidad para volver a ser yo misma otra vez! He sido yo misma.


—Me has hecho creer que eras una empleada de los establos Navarro. Cuando te pregunté que cómo lograste el trabajo me dijiste que había sido por unos contactos con el rey. Me has mentido descaradamente. Y es inexcusable, Pau.


—Pues claro que lo es —gritó—. Tú eres el perfecto Pedro Alfonso. ¡El adalid de la lealtad, el honor y la rectitud! El hombre que lo perdió todo y que resurgió de sus cenizas más fuerte que nunca. Dime, Pedro, ¿Has cometido un solo error por el camino? ¡Porque tú lo perdiste todo hace ocho años, pero yo lo he perdido todo hace tres meses y necesito un poco de tiempo!


—No hagas eso. No me culpes a mí. Tú… Nosotros… Yo te he contado cosas, Pau. Te he contado mucho sobre mí y sobre este lugar porque me has hecho confiar en tí. Y todo ha estado fundado en una mentira. Deberías haber sido sincera conmigo.


—¿Crees que no lo sé? —preguntó ella mientras rodeaba la mesa— . ¿Crees que no me siento culpable? Deja que te explique, Pedro. Deja que te lo explique todo y después me podrás juzgar como quieras. Mi padre conoció a mi madre mientras estaba de viaje en Virginia y se enamoraron. O al menos eso cuenta la historia. Era príncipe, joven y viudo. Tenía dos hijos en Marazur. Pero mi madre se enamoró de él locamente. Según ella, Miguel estaba atravesando una fase de rebeldía ante la frustración de haberse quedado viudo tan joven. Se llevó a mi madre a Las Vegas y allí se casaron. Pasaron unas semanas en Trembling Oak sin decírselo a nadie. Él regresó a Marazur con la idea de decirle a su familia que tenía una nueva esposa. Pero antes de que mi madre volara allí, sucedió lo impensable. Su padre sufrió un ataque al corazón, murió y Miguel fue obligado a subir al trono. Imagina qué ceremonia de coronación hubiera tenido con una nueva esposa americana a su lado, tras una boda reciente en una capilla en Las Vegas. Mi madre tenía unos orígenes muy humildes. Hubiera sido una vergüenza para la corona. Sin embargo, mamá siempre tuvo una opinión muy generosa sobre él. Decía que no había querido someterla a la presión de convertirse reina, esposa y madrastra. Que no la culpó por no asumir todo aquello. Días antes de la coronación el matrimonio fue anulado con total discreción.


—¿Él no sabía nada de tí? —preguntó, y Paula negó con la cabeza.


—No, y yo no supe nada de él hasta que los médicos dijeron que el cáncer de mi madre no se podía operar. Incluso en ese momento ella mantuvo la opinión de que la separación había sido elección suya. En realidad no había querido provocar un escándalo que afectara a una familia que ya había sufrido mucho con la muerte del patriarca.


—Así que te pidió que hicieras una promesa.


—Sí, igual que tú prometiste a tu padre que cuidarías de Prairie Rose y de la señora Polcyk. Ella me hizo prometer que le daría a Miguel una oportunidad y no me pude negar. Estaba mirándome agotada, con mucho dolor, pero con un último destello de esperanza en la mirada. Y como tú, no he podido romper mi palabra. Me fui a Marazur y nunca me he sentido más fuera de lugar en mi vida. Mis hermanastros son idénticos a Miguel, altos, morenos, nada que ver con mi piel pálida y mi pelo rojizo. Han crecido con sus títulos y rodeados de sirvientes, pero yo estoy acostumbrada a tomarme el té en la cocina. Al final, Miguel no sabía qué hacer conmigo, así que me envió aquí. Y yo vine con la determinación de demostrarle que sabía lo que estaba haciendo —explicó, y sonrió levemente—. Y también quería demostrártelo a tí. Quería demostrarles que Pau Chaves es alguien. Así que mantuve mi título en secreto — confesó. Cerró los ojos un instante. Después los abrió, atravesó la habitación y cerró la puerta. Estaban solos en el despacho—. Déjame hacerte una pregunta. ¿Me hubieras hablado de Karen si yo no la hubiera mencionado en aquella discusión? —Pedro se quedó boquiabierto sin respuesta—. Lo sabía. Yo no soy la única que ha guardado secretos. 

La Princesa: Capítulo 49

Cuando Pedro bajó a desayunar a la mañana siguiente, Paula ya Estaba sentada a la mesa. Se sentó frente a ella. Estaba muy arreglada: jersey blanco, pelo recogido… Se preguntó a qué se debería aquel aspecto. Quizás fuera una reacción al encuentro que habían tenido la noche anterior. No pudo contener una sonrisa. En cuanto ella se había ido del estanque, él se había dado cuenta de que había hablado demasiado. La música y la luna llena lo habían puesto sentimental y… También se había excitado.


—Buenos días —dijo Paula.


—Buenos días. ¿Cómo has dormido? —repuso, y se preguntó si también habría pasado la noche en vela. 


Él no había parado de fantasear con que Pau estaba entre sus sábanas. Había llegado incluso barajar la posibilidad de irla a visitar a su dormitorio.


—Bien —contestó, pero se ruborizó y Pedro se dió cuenta de queestaba mintiendo—. Pedro, yo… He decidido marcharme esta mañana. Voy a ir en coche hasta Calgary y así mañana pillaré el primer avión de la mañana.


¿Marcharse? En ese momento sonó el teléfono, pero Pedro no atendió la llamada.


—No creo que haya tanta prisa —dijo presa del pánico. No estaba listo para que se marchara.


—Un día más no va a cambiar nada. Ya hemos hecho nuestro trato. No tengo por qué estar aquí más tiempo —explicó con frialdad.


La miró fijamente, pero Paula tenía la mirada clavada en el plato.


—Quédate, Pau —soltó de repente—. Quédate aquí.


La señora Polcyk se asomó a la cocina, estaba pálida. Había contestado a la llamada desde el despacho.


—Pau, una llamada de teléfono para tí. Es él.


—¿A quién se refiere con él?


—El rey Miguel.


—Dígale que lo llamaré en un rato, que ahora mismo estoy ocupada.


—Le he dicho que estabas desayunando y me ha contestado… Me ha contestado —era extraño en ella, pero estaba dudando.


—¿Ha contestado? —preguntó Pedro inquieto ante su actitud. 


—Me ha pedido que le diga a la princesa Paula que desea hablar con ella ahora mismo.


Pedro miró incrédulo a Pau. Las palabras resonaron en su cabeza. Princesa Paula. Pau Chaves. Princesa Paula.


Ella se levantó y evitó mirarlo. El rostro de Pedro estaba desencajado. Le vinieron tantos pensamientos a la cabeza que no podía procesar ninguno. Todas las piezas acababan de encajar y se preguntó cómo no se había dado cuenta antes.


—Gracias, señora P.


Paula abandonó la cocina con dos pares de ojos clavados en ella.


—¿Lo sabía? —le preguntó Pedro a la señora Polcyk cuando Paula cerró la puerta del despacho.


—No.


Él empujó el plato, de repente se sintió fatal. Había sido un imbécil.


—¿No lo sospechaba?


—Para nada, Pedro. La he aceptado tal y como era.


—Tal y como fingía ser, querrá decir.


—¿Qué vas a hacer? —le preguntó después de un largo silencio.


—Lo que debería haber hecho desde el primer día —repuso sombrío.


Salió de la cocina y se dirigió al despacho.


Paula colgó el teléfono y apoyó la frente entre las manos. Su padre la había llamado porque una de las yeguas se había caído y había querido su opinión antes de tomar una decisión. ¿Quién iba a haber pensado que su padre iba a resultar tan sentimental? El veterinario le había recomendado sacrificarla y Pau, sintiéndolo mucho, había coincidido en la decisión. Pedro entró en el despacho y ella suspiró, sabía exactamente para qué había entrado.


—¿Podemos dejar esto para luego, por favor? —pidió agotada. Le miró y se encontró con una expresión de preocupación—. Acabo de dar la orden de que sacrifiquen a una yegua y no estoy lista para una discusión contigo.


—Pues mala suerte porque es inevitable.


Paula inspiró profundamente. 

martes, 12 de noviembre de 2024

La Princesa: Capítulo 48

Una mano de Pedro acarició intensamente el muslo de Paula y la otra se deslizó hasta llegar al pecho. Ella soltó un gemido de placer.


—Vamos a casa —sugirió él con la voz teñida de deseo. 


Paula se separó de él y cerró los ojos.


—No puedo —contestó confusa—. Por favor, Pedro, solo bésame una vez más.


Él obedeció, sin embargo instantes después la intensidad volvió a aumentar y Pedro se dejó arrastrar por la pasión. Ella lo empujó.


—¡No! —soltó—. No puedo. Por favor, Pedro, para. Me marcho el lunes. Esto sería un error.


—¿Por qué? —preguntó soltándola. No obstante aún podía sentir el calor que emanaba su cuerpo.


—¡Porque me voy a marchar! Porque los dos sabemos que se quedaría solo en una aventura de una noche y yo no soy ese tipo de persona.


—¿Y crees que yo sí?


—Tú eres quien lo ha propuesto, así que supongo que sí.


—No he invitado a una mujer a mi cama en mi vida, Pau Chaves. Nunca he buscado sexo por sexo.


Paula no pudo contener una carcajada.


—Eso será porque nunca te ha hecho falta buscar, ¿No? ¡Bueno, pues yo no soy una niña tonta dispuesta a rebajarme para meterme en tu cama!


—¿Crees que es eso lo que quiero de tí? ¿De verdad? —preguntó dando un paso adelante. Estaba rabioso. 


Paula se puso de puntillas para estar a la misma altura.


—¡Eso es lo que has dicho! Y además, me doy cuenta de que mis horas aquí están contadas, ¿Qué más puedo esperar? ¿Qué quieres de mí, Pedro?


Él se alejó un instante, caminó inquieto y se detuvo con los brazos en jarras. Se quedó en silencio.


—Perdona, Pau —dijo finalmente en un tono mucho más suave—. Me he dejado llevar. Me he…


—¿Te has?


—Me he asustado, ¿Vale? Me he dado cuenta de que no quiero que te vayas. Hay algo entre nosotros y no estoy seguro de estar preparado para seguir como siempre cuando tú te vayas. 


—¿Y qué esperas entonces que haga yo? —preguntó, y esperó ansiosa una respuesta. ¿Le iría a proponer algo más que una noche de pasión?


—La pregunta no es qué quiero de tí, Pau, ¿No te das cuenta? La pregunta es qué quiero para tí. Sé que te tienes que marchar. Lo sé porque eso es lo yo haría. Yo me sacrificaría para cumplir una promesa.


—Ya lo estás haciendo —reconoció Paula. Estaba completamente aturdida.


—Sí, lo estoy haciendo. Y no me arrepiento, no. Adoro este rancho, adoro a mi padre y nunca ha supuesto una carga para mí. Son las decisiones y la responsabilidad lo que me pesa. Pero eso es solo cuestión mía.


—Lo sé, Pedro. Y me encantaría poder hacer algo para ayudarte…


—Ya lo has hecho, Pauli —dijo cortándola—. Mucho más de lo que imaginas. No tienes ni idea de lo que has hecho por mí. Y te deseo. Te deseo esta noche y creo que tienes que saberlo antes de marcharte. Debes saber que eres deseada.


Paula sintió un nudo en la garganta. Cada palabra era un arma de doble filo, hería y curaba a la vez.


—Pedro, no.


—Si no lo digo ahora, no lo diré nunca. Me has hecho hablar y ahora no puedo parar. Necesito decirte ahora todo lo que tendría que decirte el lunes antes de que te vayas, pero sé que entonces no voy a ser capaz — reconoció, y le acarició la mejilla. Aquel lado tan tierno de Pedro desarmaba a Paula—. Quiero que seas feliz y que alcances tus sueños, sean los que sean y te lleven adonde te lleven.


—Hace ya mucho tiempo que dejé a un lado mis sueños.


—Lo sé, pero no deberías haberlo hecho. Y me encantaría poder ayudarte a soltar la carga que llevas encima. Ya has sufrido bastante, Pau, con la muerte de tu madre. No quiero que recuerdes tus días aquí con arrepentimiento, sino con una sonrisa, porque me has dado tanto. Quiero que… —dijo con la voz casi rota. Lucy sintió cómo se le rompía el corazón—. La vida está llena de elecciones, Pau. El secreto está en elegir el camino que es más importante para tí.


—¿Y qué pasa si no sabes cuál es? —susurró—. ¿Qué pasa?


—Entonces tienes que buscar una respuesta. 


Paula esperó. Si le hubiera pedido que se quedara en ese momento, le hubiera dicho que sí. Pero no lo hizo, por lo tanto no había decisión que tomar. No podía quedarse y querer a un hombre que no la amaba.


—Vale —contestó finalmente, y dió un paso atrás. 


Pero Pedro la agarró por la cintura.


—No te vayas. Al menos ahora.


—Tengo frío.


—Entonces baila conmigo. Baila conmigo una última vez —le pidió mientras sonaba el vals final de fondo.


Paula cerró los ojos y accedió. Sabía que miles de estrellas estaban brillando sobre ellos mientras bailaban abrazados. Al menos una vez en su vida había vivido un momento completamente perfecto. La música dejó de sonar, pero ellos siguieron bailando abrazados. Escucharon cómo la gente se iba marchando, sin embargo ninguno de los dos hizo nada por separarse. Porque Paula sabía que aquélla sería la última vez que estaría entre los brazos de Pedro. 

La Princesa: Capítulo 47

Paula se quedó paralizada al ver a Pedro subir al escenario y agarrar la guitarra que le estaban ofreciendo. Cuando se sentó, la miró y sintió un escalofrío. La miraba tan fijamente que tuvo la sensación de que le estaba leyendo el pensamiento. Comenzó a tocar los primeros acordes de "Let me call you Sweetheart", una canción tranquila y embriagadora. Todo el mundo observaba al anfitrión, quien sin dejar de mirar a Paula comenzó a cantar. «Esto no me puede estar pasando a mí», pensó ella dando un paso atrás. Aquel hombre no podía ser tan perfecto. Un hombre que prefería morir antes que romper su código de honor. Y que encima sabía cantar. Llevaban semanas negando lo que ocurría entre ellos. Paula sabía que debía salir huyendo del establo en vez de estar mirando como una idiota al sexy vaquero. Sin embargo, se dió cuenta de que ya conocía lo suficientemente bien a Pedro como para saber que, si salía corriendo, él la seguiría hasta encontrarla. Se estremeció al pensar en aquella posibilidad. ¿Qué pasaría si la encontraba en el otro establo… En la casa… Junto al estanque? ¿Acaso era eso lo que estaba deseando? ¿Quería que Pedro la encontrara? ¿Qué sucedería entonces? Ya no podían negar por más tiempo los sentimientos que albergaban el uno por el otro. No en una noche como aquélla. Habían sucedido demasiadas cosas y ambos eran conscientes de que se estaban quedando sin tiempo. Entonces ¿Qué era lo que Paula quería de Pedro? ¿Un revolcón rápido en el heno? Pensar en algo más estaba fuera de lugar. Y menos no sería suficiente. Los ojos de él seguían clavados en los suyos a medida que la canción avanzaba. Cada palabra se fue grabando en el corazón de Paula. En solo unas semanas aquel hombre se había convertido en todo para ella. Tenía que detener aquel sentimiento y tenía que hacerlo en aquel momento. Se iba a marchar. Tenía que regresar. Era su obligación y la aceptaba, pero también reconocía lo que estaba sintiendo: Estaba completamente enamorada de Pedro. Aquella voz aterciopelada se estaba colando en su alma. Volver a Marazur. Lejos de él. Lejos de Prairie Rose. Lejos. La voz de él se apagó con el último acorde. Siguieron mirándose, estaban juntos, pero a la vez separados. Entonces entendió las palabras de su madre sobre Miguel. A veces no había elección. Aquel pensamiento le provocó mucho miedo. No podía negar que se sentía vinculada a Prairie Rose, sin embargo no iba a permitir que se le rompiera el corazón. Había visto a su madre sola porque había entregado su corazón a un hombre que no lo había valorado. Ya había habido suficiente dolor. Tenía que marcharse. Salir del baile y preparar las maletas, seguro que Pedro no iría a buscarla. Ya se había entretenido bastante. La banda comenzó a tocar una canción rápida y aprovechó para irse. El cuento de hadas, si es que se podía llamar así, había terminado. Estaba comenzando a bajar las escaleras cuando escuchó su nombre.


—¡Pau! Espera…


Siguió adelante. Necesitaba salir.


—Pau… —insistió Pedro, y la agarró suavemente del brazo. 


Paula cerró los ojos.


—No. Por Dios, Pedro, no —suplicó exhausta.


—Salgamos de aquí —le susurró al oído.


—¿Estás de broma? No puedo… No podemos… Qué dirán…


—Deja de tartamudear. La gente nos está mirando. ¿Es eso lo que quieres? —preguntó. Avanzaron hasta llegar al pasillo. Pedro se detuvo y la miró fijamente—. Ayúdame, señor. Pau, tenemos que hablar y no quiero hacerlo con público, pero descuida que lo haré si no me dejas otra opción.


Ella asintió, se dejó agarrar la mano y permitió que la guiara. Brody se detuvo junto a la orilla del estanque. Los patos estaba en el agua, la música sonaba de fondo así como el alboroto de la gente. 


—Pedro, yo…


—Calla.


Paula lo miró, lívida ante aquel tono tan cortante. Se acababa de quedar sin palabras.


—Yo solo…


—Dios, Pau, ¿Es que nunca me vas a escuchar?


Ella abrió la boca para contestar, pero cuando se quiso dar cuenta, un beso se la estaba tapando. El beso más intenso que se habían dado hasta aquel momento. Lucy no intentó resistirse. No hubiera tenido sentido. Lo deseaba tanto como él a ella. 

La Princesa: Capítulo 46

Paula estaba un poco enfadada, pero al ver a Pedro tan sonriente bailando con todo el mundo, le dieron ganas de perdonarlo. Los músicos tocaron una polca y él la bailó con la señora Polcyk, mientras que un invitado sacó a Paula. Después la banda anunció un descanso y todo el mundo fue a tomar algo. Ella abrió una botella de agua mientras buscaba con la mirada a Pedro entre la gente, pero no estaba. Se había ido. Se dió cuenta de que había luz en los establos y se preguntó si habría ido a comprobar que los caballos estaban bien. De repente se sintió sola, en realidad no conocía a nadie y le entraron ganas de ir a ver a los caballos. Ellos nunca la habían fallado. Cuando estuvo junto a la puerta, se sorprendió al oír unos sollozos. Se asomó y vió que Pedro estaba abrazando a una chica.


—Todo irá bien, Ludmi. Es un buen chico. Los dos son buenos. Pero la historia no ha funcionado —le decía calmadamente.


—Pero yo lo quiero —contestó la chiquilla entrecortadamente.


—Lo sé.


La chica no tenía más de diecisiete años y Pedro le estaba ofreciendo un hombro donde llorar. Paula suspiró. Ojalá ella hubiera tenido alguien que la escuchara de esa manera cuando había sido adolescente. Él alzó la vista al escuchar el suspiro. Se puso en tensión y la chica se giró para ver qué pasaba.


—Lo siento. No quería interrumpir —aclaró Paula.


—No pasa nada —contestó la chica mirando al suelo. Estaba avergonzada.


—Pau, ella es Ludmila —dijo Pedro abrazando aún a la chica en un gesto protector.


—Hola, Ludmila. Soy Pau —añadió tendiéndole la mano. 


Estaba impresionada por la actitud de Pedro. Era como un padre o un hermano mayor, figuras de las que ella había carecido. No pudo evitar pensar que él iba a ser muy buen padre. La música comenzó a sonar de nuevo.


—¿Has venido con Ezequiel? —le preguntó Pedro a Ludmila, quien asintió—. Pero tu padre y tu madre están también aquí y te pueden llevar a casa —la chica volvió a asentir. 


Pedro miró a Paula como pidiéndole ayuda, no sabía qué más decir para consolarla.


—Bueno, Ludmil, no puedes volver al baile así, ¿Verdad? Sube conmigo a casa y yo te ayudaré a arreglarte —propuso Paula.


—¿De verdad?


—Claro. Bajamos en un rato —añadió mirando a Brody.


—Gracias, Pauli —repuso él agradecido.


Paula se volvió a estremecer al oír ese apelativo. Salió con la joven y agradeció la fresca brisa nocturna. Media hora después estuvieron de regreso en la fiesta. Ludmila se había tranquilizado y se había puesto una buena capa de maquillaje. Ella tenía muchas ganas de volver a ver a Pedro. Quizás pudiera volver a bailar con él, la fiesta estaba en pleno apogeo. Se estuvieron mirando mientras ambos bailaban las diferentes canciones con distintas parejas. Hasta que anunciaron el «Baile del granero» y se formó una fila de hombres y una de mujeres. Una pareja mostró los pasos a los novatos y Paula no tardó en pillarlos. Un hombre mayor y sonriente fue su primera pareja, después pasó por un par de parejas más. Hasta que le tocó el turno a Pedro. Ninguno de los dos sonrió. Él tomo su mano y ella sintió una oleada de calor. No sabía cómo decirle lo que estaba pensando sin que sonara ridículo.


—Gracias por acompañar a Ludmila —dijo Pedro cuando la canción estaba a punto de terminar.


—No ha sido nada —repuso ella. Sus talones se rozaron, después las rodillas. Iba a llegar el momento de cambiar de nuevo de pareja y Paula tenía que decírselo—. Has sido muy bueno con ella, Pedro.


La mirada de él se clavó en los ojos de Paula. Aquellos ojos oscuros e imantados, sin embargo el baile los obligó a separarse. Pasó otra media hora más. La música cada vez era más rápida y las risas más altas. La banda paró de repente y los músicos llamaron a Brody al escenario.


—Te habías pensado que podías escapar toda la noche, pero ha llegado el momento de que nos amenices con una canción. Alfonso, sube ahora mismo al escenario.