jueves, 27 de junio de 2024

Secreto: Capítulo 7

Gracias a Camila la cama de él estaba perfectamente hecha y el cuarto daba una impresión de orden. Su hija solo tenía ocho años, pero se tomaba muy en serio sus tareas desde que había decidido ser la «mujer» de la casa, aunque eso no impedía que le recordase que él necesitaba una mujer y ella quería una mamá. Desgraciadamente él no tenía intención de casarse de nuevo. Con una esposa había tenido de sobra y además le había enseñado una lección que no pensaba repetir con ninguna mujer, ni siquiera con aquella, por atractiva que fuera. Su hermana Carolina era un buen sustituto para Camila de la influencia maternal. Paula se sentó en la cama y él puso la maleta sobre la cómoda, pensando que ella se podría manejar sola.


—El cuarto de baño está en esta puerta. Si necesitas algo llámame. Estaré en la habitación de al lado —se dió la vuelta para irse.


—¿Pedro?


—¿Sí?


—Yo… No puedo desabrocharme sola el vestido.


Se puso en pie, apartó su pelo y le mostró una fila de dos docenas de botones que empezaban en sus omóplatos y bajaban hasta la curva de su trasero. Él se quedó paralizado. Su primera idea fue decirle que durmiera con el vestido, pero se dió cuenta de que aquello era ridículo. Tenía que estar muy incómoda y, además, antes o después tendría que quitárselo. Resignado a lo inevitable, fue hacia ella. Con manos poco firmes empezó a trastear con aquellos botones pequeños y resbaladizos, incapaz de no ver la piel que iba apareciendo poco a poco. Al irse aflojando el vestido, ella cruzó los brazos sobre el pecho para que no se resbalara. Ella llevaba una especie de corsé blanco de raso y se lo soltó también sabiendo que ella sería incapaz de hacerlo sola. Terminó la tarea cuando apareció la línea de encaje de las bragas, dió un paso atrás y quiso salir corriendo para huir de su reacción ante aquella mujer, pero se dió cuenta de que ella no parecía muy segura de lo que tenía que hacer después o cómo salir del vestido sin enredarse en los metros y metros de tela. Lo miró pidiendo ayuda. El siguiente paso fue buscar algo para que pudiera dormir con ello. No quiso perder el tiempo buscando en la maleta de ella para encontrar alguna prenda propia de una noche de bodas, así que tomó una camisa de su armario y se la tendió. Los ojos de ella se llenaron de gratitud, él se dió la vuelta para que pudiera cambiarse. Un minuto más tarde ella dijo en voz baja:


—Ya estoy.


Se dió la vuelta y se sintió aliviado al ver que ella estaba decentemente cubierta, aunque no pudo evitar observar lo bien que rellenaba su camisa. Sus muslos eran largos y delgados y llevaba las piernas cubiertas con unas medias de color marfil que le provocaban fantasías que no venían a cuento. Para distraerse de sus pensamientos, la ayudó a deshacerse del vestido y luego apartó las sábanas y le dió una palmada al colchón.


—A la cama —dijo con un tono de voz parecido al que usaba todas las noches con su hija.


Ella se sentó en la cama, pero antes de que él pudiera taparla ella miró sus piernas y dijo:


—Las medias y el liguero. No puedo dormir con ellas, tengo que quitármelas.


Él esperaba que ella no se hubiera dado cuenta y que se durmiera. Pero había una terquedad en su mirada que le hizo saber que su tortura no había terminado. Dió un paso atrás y cruzó los brazos para no sentirse tentado de ayudarla. Ella se levantó el borde de la camisa y se inclinó hacia delante, perdiendo el equilibrio, pero consiguió mantenerse en pie a duras penas. La tenacidad de ella lo habría divertido si no le estuviera excitando tanto. Si hubiera estado sobria la tarea habría sido sencilla, pero tenía las manos torpes y se le escapaban de los dedos los enganches de las medias. Cuando levantó los ojos tenía lágrimas de desesperación. Se mordió el labio inferior intentando contenerse.


—Hoy no puedo hacer nada bien.


Si ella no hubiera estado tan abatida, él habría resistido el ruego silencioso que había en su mirada. No había ningún intento de seducirlo, sino una auténtica necesidad de ayuda. Rompiendo su promesa de no tocarla, rozó el encaje del liguero con tanta indiferencia como fue capaz de reunir. Acabó la tarea rápidamente, irritado consigo mismo por su reacción ante aquella mujer. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario