Aunque agradecida por la distracción, Paula contuvo la respiración cuando Valentina le ofreció un polluelo a Pedro al regresar éste con la caja. Parecía tan grande al lado de la niña... Y ella parecía tan vulnerable que Paula temió que pudiera destrozarla con una palabra cruel. Pero, tras unos momentos de duda, él se agachó, dejó la caja en el suelo y dejó que la niña le pusiera el polluelo en las manos, esperando con inquietud su aprobación.
—Bueno, ¿A qué estás esperando? —preguntó él—. Ve por más.
No era precisamente una alabanza, pero Valentina salió corriendo, ansiosa por complacerlo, y se tropezó con sus propias botas. Pedro alargó una mano para sujetarla, pero el impulso de la niña lo llevó fuera de su alcance. Ella recuperó rápidamente el equilibro y volvió a toda prisa al seto, llena de entusiasmo. Sólo duró un segundo, pero la expresión de Pedro delató sus emociones internas. Tras la máscara de hielo había exasperación. Regocijo. Pero sobre todo amor. Cuando volvió a mirar a Paula, las emociones se habían borrado, pero ella no se dejó volver a engañar.
—¡Ay! —exclamó, al recibir en el tobillo el picotazo de la gallina, que no parecía estar de acuerdo con la operación de rescate—. Oye, sólo estamos cuidando de tus hijitos, ¿De acuerdo?
—Te dije que te pusieras botas —le dijo Valentina en tono de reproche.
Paula miró a Pedro por el rabillo del ojo.
—Será mejor que eso no sea una sonrisa —le advirtió.
—En absoluto —le aseguró él.
—Mmm...
Diez minutos más tarde, Valentina dejó al último polluelo en la caja.
—Parece que ya están todos —dijo Paula—. ¿Dónde los ponemos?
—En el establo. Toma, lleva tú la caja —le dijo Pedro, poniéndole la caja en los brazos—. Iré a colocar unas tablas para que no se escapen.
—Necesitan agua y comida —le recordó Valentina, aún frenética por el entusiasmo.
—Tienes razón. ¿Quieres ocuparte de eso?
A Valentina se le iluminó el rostro ante la posibilidad de hacer algo importante para Pedro y salió corriendo.
—¿Por qué estás tan contenta? —le preguntó él a Paula, pillándola con una sonrisa.
—¿Yo? —preguntó ella.
—Sí, tú. Pareces el gato de Cheshire.
No era la imagen que quería dar, pero Paula mantuvo la sonrisa.
—Tengo un carácter alegre, Pedro. Será mejor que te acostumbres.
—¿Es tu manera de decirme que vas a quedarte un tiempo?
—Sí. Ésas son las malas noticias. Tu prima no ha respondido a los mensajes de la agencia. Así que, a menos que tengas un plan mejor, vas a tener que aguantamos.
Él no le dijo que agradecía su sacrificio. No dijo nada.
—Puede que haya decidido contactar contigo directamente —siguió ella—. Es posible que te haya dejado un mensaje en el contestador, o que haya tomado un vuelo para volver a casa nada más enterarse de todo...
—¿Te quedarás? —preguntó él finalmente.
Paula se quedó momentáneamente desconcertada. ¿Le había pedido que se quedara?
—¿Puedes quedarte? —insistió al no recibir respuesta—. Ya sé que todos lo estamos dando por hecho, pero...
—No.
—¿No?
—Sí... No lo estás dando por hecho. Ese honor pertenece a otra persona. Y, sí, naturalmente que me quedaré el tiempo que haga falta — dijo, y se sorprendió a sí misma sonriendo de nuevo.
—Gracias —dijo él—. Yo mismo me encargaré de reservarte unas vacaciones en cuanto las cosas vuelvan a la normalidad.
Ella se encogió de hombros.
—Valentina dijo que éste es un buen lugar para pasar las vacaciones y, a pesar del mal tiempo y de las gallinas, entiendo por qué le gusta tanto. Además, el sol es muy malo para la piel.
—No siempre es así —dijo él, dirigiéndose hacia la verja del prado. La abrió y dejó que Paula pasara primero. Pero ella se detuvo y lo encaró, bloqueándole la salida. Lo que tenía que decir podía esperar, pero entonces él seguiría comportándose exactamente igual.
—Ahora que estás aquí, ¿Puedo dejar algunas cosas claras?
No hay comentarios:
Publicar un comentario