—Sergio... ¿Vas a llevarte el coche al taller?
—Es mejor examinarlo a fondo. No hay nada peor que un trabajo a medio hacer.
—No.
—¿Quiere que espere hasta que su visita se marche? Supongo que esa mujer no querrá destrozar un tubo de escape nuevo por bajar otra vez por el camino, verdad?
Pedro no había dicho que tuviera una visita en casa ni que el VW perteneciera a una mujer. Pero Paula había preguntado la dirección en la tienda del pueblo, lo que era igual que pregonarlo a los cuatro vientos.
—¿Cuándo estará listo?
Cuanto antes fuera, antes podría echar a Jacqui de su vida y volver a la normalidad.
—Oh, bueno... Intenté llamarlo antes. ¿Sabe que no tiene línea telefónica? Ya me he encargado de avisar a los operarios.
—Pues tu llamada ha debido de surtir efecto, porque vuelvo a tener línea.
—Estupendo —dijo Sergio, y señaló el coche—. El problema es que este vehículo es un modelo viejo. Harán falta un día o dos para conseguir las piezas, pero como tenía que venir a decírselo en persona, pensé en ahorrarme un viaje y llevarme el coche conmigo. ¿Va a suponer algún problema el retraso?
—¿Supondrá alguna diferencia si te digo que sí?
—No, pero podría conseguir un coche de alquiler mientras tanto, si la señora necesita ir a alguna parte.
Pedro resistió la tentación. Aunque le ofreciera a Paula un medio de transporte alternativo, ¿Adónde iría? Él había pensado sugerirle que se llevara a Valentina a su casa. Si se negaba, no podría insistirle. Además, tal vez no tuviera espacio en casa.
—Nos las arreglaremos. Tú limítate a arreglarlo lo más rápido que puedas. Y, Sergio, deberías pedirle a tu hermano que hiciera algo con los baches del camino, aunque sólo sea como una medida temporal. Hablaré con él para una solución definitiva en cuanto el tiempo mejore.
—No espere mucho tiempo. Después de Pascua empezará a trabajar en las nuevas casas.
—¿Las nuevas casas?
—Su tía Dora es una mujer muy astuta. Ha conseguido que se apruebe el permiso de construcción para ese campo que hay junto a la carretera, gracias a que insistió en viviendas de bajo coste. Eso hará que los jóvenes se queden a vivir en el pueblo y que se salve la escuela. Y supondrá trabajo para todos nosotros —asintió hacia la casa—. ¿Enviará allí a su chica?
Las palabras de Sergio traspasaron como un cuchillo el corazón de Pedro.
—No, no va a quedarse aquí. Avísame cuando el coche esté listo —sin esperar respuesta, se dió la vuelta y se alejó, pero no hacia la casa, sino colina arriba, perdiéndose en la niebla.
Paula colgó el auricular y vio que su precioso coche estaba siendo cargado en una grúa. Como no veía a Pedro por ninguna parte, salió a averiguar qué estaba pasando. El mecánico acabó de asegurar el coche y levantó la mirada.
—Buenos días. señorita. ¿Esta es su pequeña belleza?
—Sí —respondió ella con una sonrisa— Es precioso, ¿Verdad?
—Sí que lo es. Lástima que haya tenido que subirlo hasta aquí.
—¿Adonde se lo lleva?
—A mi taller. Por cierto, me llamo Sergio —extendió la mano, pero la retiró al ver que no estaba muy limpia—. El taller está detrás de la tienda del pueblo. Le he dicho al doctor Alfonso que pasarán un par de días hasta que pueda conseguir las piezas. Es por la antigüedad del modelo, ¿Sabe? Le he sugerido un coche de alquiler mientas tanto, pero lo ha rechazado.
—¿En serio?
El corazón le dió un vuelco. Tal vez fuera la emoción de saber que Pedro no quería que se marchara enseguida. Después de lo que había pasado con los teléfonos, Paula había temido que la echara de su casa a la menor oportunidad.
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