— ¿Cómo voy a marcharme? Has hecho que se lleven mi coche. Y Valentina me prometió que me lo pasaría muy bien si pasaba aquí mis vacaciones.
— ¿Y qué le prometiste tú a ella?
—Sólo que me quedaría mientras me necesite, Pedro. He aprendido la lección. Se acabaron las promesas para siempre.
— ¿Todas?
Ella estaba apretada contra él, con el rostro levantado. Él levantó la mano, inseguro, muerto de miedo, pero había estado huyendo demasiado tiempo. Era el momento de decir lo que quería. A Valentina de vuelta en su vida. Una nueva vida. Y a Paula.
— ¿Y si te dijera que te necesito?
—No me conoces, Pedro.
Él le tocó la mejilla, apartándole el pelo del rostro. Se sentía como un chico a punto de dar su primer beso. Ella le clavó la mirada serena de una mujer preparada para esperar.
—Tu personalidad brilla en todo lo que haces. Yo soy el único riesgo aquí, pero te pido que te arriesgues. ¿Te quedarás?
— ¿Qué me estás pidiendo?
Él le respondió rozándole ligeramente los labios con los suyos.
—Ya lo sabes.
Se produjo un silencio que pareció interminable. Hasta que se abrió la puerta de la cocina.
—He estado pidiendo un vaso de agua desde... —empezó a decir Valentina, pero se detuvo al verlos abrazados—. Ups.
Eso fue todo. El momento había pasado, y Paula se apresuró a llenar un vaso de agua y dárselo a la niña.
—Vamos, cariño, te acompaño a la cama —le dijo—.Mañana hay que levantarse muy temprano.
Pero Valentina se negó a que le metieran prisa. Bebió lentamente, y al acabar miró a Pedro con el ceño fruncido.
— ¿Hay algún problema? —preguntó él, y rezó por que no le dijera que había cambiado de opinión y que no quería ir a la escuela. Ya había empezado a imaginársela traspasando las puertas del colegio en su primer día.
—Tú eres mi papá, ¿Verdad?
—Sí —respondió, luchando contra el nudo que se le había formado en la garganta—. Lo soy.
—Entonces, si estás besando a Paula. ¿Eso significa que ella va a ser mi mamá?
—Ya tienes una mamá —se apresuró a decir Paula intentando evitarle a Pedro la vergüenza de responder.
—No —dijo Valentina—, Yo tengo una madre. No es lo mismo.
-¿Cual es la diferencia, Valentina? —preguntó Pedro, antes de que Paula pudiera llevarse a la niña.
Paula sintió que estaba al borde de un precipicio. Un paso en falso significaría el desastre total. Había estado mintiéndose a sí misma si fingía no haber deseado que Pedro la besara. Lo había deseado desde aquel instante de conexión en el establo, cuando él examinaba su coche. Y aquella conexión la había obligado a admitir que deseaba mucho más que un beso. Pero sabía que si se dejaba llevar por la pasión, no podría controlar sus sentimientos. Qué fácil le resultaba imaginar que lo que sentía, lo que Pedro sentía, era algo más que una atracción fugaz, un efímero deseo... Y qué fácil sería confundir su responsabilidad con Valentina con lo que sentía por él... En cuanto a Pedro... Debía de estar más confuso que nunca. La niña a la que amaba y a la que había perdido estaba de vuelta en su vida. Sería muy fácil si no estuviera implicado el bienestar de Valentina, pero Paula no estaba dispuesta a confundir de nuevo su papel. De ningún modo heriría a otra niña con promesas que no podían cumplirse. Valentina, quien naturalmente no tenía ese problema. se limitó a encogerse de hombros.
—Las mamas hacen cosas. Buscan polluelos, cocinan, tienen tiempo para jugar... Mi madre siempre está ocupada. Siempre está de viaje. Paula es como la mamá de un cuento.
Paula vió cómo Pedro se quedaba boquiabierto.
—Bueno, pues Paula cree que ahora deberías estar en la cama — levantó la mirada—. ¿Verdad, papi?
—Así es —respondió él, y levantó a Valentina en brazos—. Hay que acostarse temprano para levantarse temprano y así poder ir de compras. Tenemos que conseguirte el uniforme para el colegio, ¿Verdad? ¿Estás segura de que quieres ir?
Valentina respondió con una risita, y Paula, cuyo primer impulso fue seguirlos arriba, se detuvo en la puerta de la cocina y aprovechó que no se percataban de su ausencia para recoger la bandeja de la biblioteca y lavar las tazas. Después, se dedicó a ordenar las botas por número. Pero cuando acabó, Pedro aún no había vuelto, de modo que subió las escaleras y miró en la habitación de Valentina. La niña se había quedado dormida mientras Pedro le leí un cuento, pero él no se había movido, incapaz de apartar los ojos de ella. Había dicho de sí mismo que era un riesgo, pero no había nada malo en que un hombre contemplase a una niña con tanta ternura y amor, y Paula se avergonzó por haber dudado del buen gusto de sus hormonas. Obviamente reconocían a un buen hombre cuando lo veían. Tras unos segundos, se sintió como una intrusa y se dió la vuelta. Había cumplido con la tarea que le habían asignado: Dejar a Valentina en un lugar seguro. Era el momento de marcharse.
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