jueves, 13 de junio de 2024

Inesperado Amor: Capítulo 41

 —Un mes... De acuerdo.


—Bueno, quizá sea un poco más. Depende de que los decoradores hayan terminado con la casa.


—¿Decoradores?


—Va a aparecer en una revista este año, así que los diseñadores de interiores se están desviviendo por conseguir la publicidad. Se suponía que tenía que estar acabada para Pascua, pero ya sabes cómo son esas cosas.


—Sí, me hago una idea —afirmó él, comprendiendo por fin por qué Valentina no podía quedarse en casa, atendida por el séquito de Bianca, como normalmente hacía—. ¿Te gustaría hablar con Valentina?


—Estoy muy cansada, Pedro. Si no duermo esta noche, mañana no habrá maquillaje que pueda borrar mis ojeras.


—¿Con Paula, entonces?


—¿Quién?


—La niñera que trajo a Valentina.


—¿Qué? Pero si yo creía que... ¿No se iba de vacaciones?


—Sí. Perdió su vuelo por culpa de tu incompetencia, y ahora ha tenido que renunciar a sus vacaciones para quedarse a cuidar de la niña.


—Por amor de Dios, Pedro, ¿Cómo has dejado que haga eso? Eres perfectamente capaz de cuidar de una niña pequeña, ¿No?


—Yo no le he dejado hacer nada. Fue ella quien insistió. Supongo que quiere obtener unos beneficios extras por cuidar a Valentina —dijo, respondiendo a la primera pregunta e ignorando la segunda, pues ambos sabían cuál era la respuesta.


—Sandra Campbell dijo que era una joya, y confía en poder persuadirla para que acepte el trabajo a tiempo completo.


—¿Ah, sí? Bueno, pues por el bien de Valentina espero que logreconvencerla.


Tras colgar, pensó en llamar a su tía, pero decidió no hacerlo. Llamar a Bianca en mitad de la noche había sido una estrategia deliberada para pillarla desprevenida, pero asustar a Dora era algo muy distinto. Y además, ¿Qué podía hacer ella? ¿Abandonar las primeras vacaciones de verdad que había tenido en años sólo porque él quería preservar su soledad? Dora tomaría el primer vuelo si él se lo pedía, de eso no había duda, pero ya era bastante malo que su hija la tratara como a una criada. Ese era el problema de la moralidad. Que impedía desentenderse de las situaciones difíciles. Paula iba a quedarse. Valentina era feliz. Y en cuanto a él... Bueno, en esos momentos lo que más necesitaba era un baño caliente y relajante. Con suerte, tal vez Paula le hubiera dejado las sobras de la cena para que se las recalentara, ya que parecía haberse empeñado en que comiera correctamente. Subió sonriente las escaleras, pero al llegar arriba se quedó paralizado al escuchar unos ruidos. Gritos, risas y chapoteos. Unos ruidos tan alegres y tan... Normales que Pedro no pudo evitar acercarse.


—Uno, dos, tres... —el chorro salió a través de los dedos de Valentina, que soltó un alegre chillido mientras el agua se desbordaba por el borde de la bañera.


Paula agarró una toalla para contener la inundación, pero cuando la extendió en el suelo, se encontró con un par de pies enfundados en unos calcetines empapados.


—Oh... —levantó la mirada—. Lo siento. Estábamos teniendo una guerra de agua. ¿Quieres jugar?


—¿Quieres inundar toda la casa?


—No se habrá filtrado por el techo, ¿Verdad? —preguntó ella, levantándose.


—No, no pasa nada. No era mi intención fastidiarles la diversión. Sólo he venido para devolverte esto —sacó el brazalete del bolsillo—. Lo encontré en la biblioteca. Pensé que lo echarías de menos.


Paula se miró la muñeca, sin poder creerse que se le hubiera caído sin darse cuenta.


—Gracias.


—Una inscripción muy interesante.


—¿La has leído? Hace falta una lupa para hacerlo.


—Tengo muy buena vista.


—Pregúntaselo ahora —le susurró Valentina a Paula.


—¿Qué tienes que preguntarme?


Paula se dispuso a decírselo, pero él la hizo callar con un dedo.


—¿Valentina?


La niña empezó a jugar con un pato de plástico, hundiéndolo en el agua. De repente no parecía tan segura de sí misma.


—Sobre lo que Alicia ha dicho esta mañana.

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