martes, 18 de junio de 2024

Inesperado Amor: Capítulo 47

En la cocina, echó al perro del sofá, hizo sentarse a Paula y preparó un chocolate caliente con unas gotas de brandy. Ella aceptó la taza, tomó un sorbo y sonrió.


—Oh, sienta bien.


—Es lo que mi niñera me hacía cuando necesitaba consuelo —explicó él.


— ¿Te daba brandy?


—Sólo un poco. Vamos, arrímate —le ordenó, levantando el brazo—. Tienes que recibir el consuelo completo.


— ¿Sabes? Cuando te ví por primera vez. pensé que eras el gigante que me asustaba en mis pesadillas infantiles.


—Sí, oí cómo me describías a Sandra Campbell —ladeó la cabeza y sonrió, y ella se acurrucó contra él. Permanecieron en silencio durante un rato bebiendo el chocolate, y Pedro sintió cómo Paula se iba relajando poco a poco. Pensó que podría ser feliz sólo estando sentado allí con ella, abrazándola, pero había demonios que afrontar, y cuanto antes, mejor—. Háblame de Emma, Paula —le pidió, quitándole la taza y dejándola en el suelo. Ella debía de estar lista para hablar, porque no dudó ni un segundo.


—Siempre me han gustado los niños. Mis hermanas eran mayores que yo, y ya tenían hijos cuando entré en la Universidad. Sandra Campbell las conocía, me vió cuidando a los niños y me ofreció la posibilidad de trabajar temporalmente de niñera para ella, durante las vacaciones. Mi trabajo consistía en llevar a los niños de un sitio para otro, como se suponía que debía hacer con Valentina. y suplir alguna baja imprevista, cuando una niñera se declaraba en huelga o cuando una madre tenía que ir al hospital —bajó la vista hacia la taza—. O cuando moría.


— ¿Eso fue lo que sucedió con Emma? ¿Su madre murió?


Ella asintió.


—Un accidente de coche. Una tragedia horrible. Su marido no pudo superarlo. Emma era muy joven, y estaba muy enfadada. No entendía por qué su madre la había dejado. Estuve con ellos todo el verano, y ella estaba empezando a abrirse y a confiar en mí cuando llegó el momento de volver a la Universidad. ¿Qué iba a hacer? Si la dejaba. Emma perdería por segunda vez en su vida a la única persona en quien confiaba y nunca volvería a creer en nadie.


—Sé que nunca dejarías a una persona que te necesitara —dijo él, pensando en cómo la había visto con Valentina.


—Nunca intenté que olvidara a su madre, ni tampoco ocupar su lugar. Pero su madre sólo era una cara en una fotografía, tan insustancial como un ángel. En los aspectos prácticos, yo era su madre. Y también su padre. porque el verdadero apenas le hacía caso. Le prometí que siempre estaría a su lado, que jamás la abandonaría.


— ¿Qué ocurrió?


—David Gilchrist era banquero. Un hombre guapo y muy rico. Yo había sido la niñera de Emma durante casi cuatro años. cuando un buen día trajo a casa a una mujer que había conocido en sus viajes y, con mucha calma, me comunicó que se habían casado. Y con la misma calma le dijo a Emma que tenía una nueva madre. Emma, enfrentada a una perfecta desconocida, declaró rotundamente que yo era la única madre a la que ella quería. En un abrir y cerrar de ojos, me pusieron de patitas en la calle y se mudaron a Hong Kong.


— ¿Y la pulsera?


—Me la devolvieron con una breve nota recordándome que sólo había sido una empleada y pidiéndome que no volviera a ponerme en contacto con Emma. Nada de regalos de cumpleaños ni de Navidad. Ni tampoco tarjetas. Nada. La nueva señora Gilchrist envió la pulsera a la agencia, en vez de mandármela directamente a mí, para dejarlo aún más claro.


—Tuvo que ser muy duro.


—Sí, lo fue, pero supongo que temía que, si no borraba el recuerdo que Emma tenía de mí, nunca podría disfrutar de su amor, y tal vez tuviese razón. Me impliqué tanto emocionalmente que olvidé la primera regla de una niñera. El niño que cuidas no es tuyo. Tienes que estar preparada para dejarlo...


Parpadeó y no pudo evitar que se le escapara una lágrima, que él le quitó con el pulgar.


—No hay reglas en lo que respecta a los niños, Paula. Los quieres porque no puedes evitarlo, y cuando los pierdes, sufres.


—Tienes otra oportunidad con Valentina. No la desaproveches.


—Gracias a tí.


—Creo que ha sido cosa de ambos, Pedro.


—Pero el mérito es tuyo. ¿Cuántas mujeres se habrían quedado?


—Fue Valentina la que quiso quedarse.


— ¿Entonces estás preparándote para marcharte, ahora que has acabado tu labor de Mary Poppins? —preguntó él, intentando mantener la voz serena.

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