—¿Acaso puedo impedírtelo?
Ella ignoró su grosería, ahora que ya la identificaba como un mecanismo de defensa, y sonrió como si él hubiera dicho algo divertido.
—Puesto que me quedaré una temporada, tengo que pedirte que me avises cuando vayas a desparecer como has hecho hoy a la hora del almuerzo.
—Creía que eras la niñera de Valentina, no la mía.
—¿Eso creías? —replicó ella irónicamente—. Te lo pido sólo como medida de precaución, en caso de un accidente o una enfermedad. También necesito una lista con los números de teléfono esenciales, un vehículo para usar en caso de emergencia y un juego de llaves de dicho vehículo y de la casa.
—¿Algo más?
—Sí. Te has saltado el almuerzo. Encontrarás unos sándwiches en el frigorífico cuando hayas acabado.
Sin decir más, se dió la vuelta y se alejó.
—Paula... —la llamó él. Ella se detuvo, esperando la explosión, y lo miró por encima del hombro—. ¿Cómo está tu cabeza?
Paula se sintió tentada de poner una mueca de dolor y hacer que él la mirara de cerca.
—Hiciste un buen trabajo, doctor —dijo con voz ronca, y tuvo que carraspear antes de añadir—: Te recomendaré a todos mis amigos.
Y luego, temiendo volver a parecerse al gato de Cheshire, levantó la caja de los polluelos, indicando que tenía que moverse. Su radiante sonrisa había hecho estremecerse a Pedro. Sólo la mano aferrada al brazalete en su bolsillo lo había mantenido con los pies en la tierra. Su intención había sido devolvérsela cuando la encontrara, pero el lío de los teléfonos había hecho que se le olvidara, y luego se había ido a lo alto de la colina, como si con la altura pudiera alejarse de todo lo que no podía controlar. Salvo que aquel día se había sorprendido cediendo terreno. No sólo ante Valentina, sino también ante Paula. Había metido las manos en los bolsillos para no intentar detenerla y había encontrado la pulsera. Por eso la había llamado. Para devolvérsela. Con los dedos frotó la cadena y el diminuto corazón. Lo sacó y volvió a leer la inscripción. «Olvida y sonríe». ¿A quién quería olvidar? ¿Habría conseguido olvidarlo? ¿Cómo lo habría hecho? Lo mejor sería no hacerse esas preguntas y dejar la pulsera en alguna parte para que ella la encontrara. Más tarde, cuando los polluelos estuvieron instalados y él se hubo tomado los sándwiches que ella le había preparado, intentó ponerse en contacto con su prima. A pesar de que Paula había manifestado su disposición para quedarse, no podía aprovecharse de su buen corazón. Aun así, cuando se acercó el teléfono a la oreja, deseó que la línea hubiera vuelto a cortarse. No tuvo suerte.
—¿Pedro? —espetó Bianca—. ¿Tienes idea de qué hora es aquí?
—¿Las dos, las tres de la mañana? ¿Estabas durmiendo?
—¡Pues claro que estaba durmiendo!
—Llamo por Valentina.
—Oh.
—La agencia y la niñera encargada pensaban que iba a quedarse con tía Dora, Bianca.
—¿En serio? ¿Por qué? Yo sólo les pedí que la dejaran en casa de su abuela. Ya lo habían hecho antes.
—No lo entiendes, Bianca. Ésta es gente responsable que se toma su trabajo muy en serio. No pueden dejarla con cualquiera.
—Tú no eres cualquiera.
—Ella es tu responsabilidad, Bianca —dijo él, negándose a que lo llevara a su terreno—. Es una niña pequeña. No puedes tratarla como a uno de tus animales. Tendrás que mandar un fax a la agencia, dándoles permiso para que puedan dejarla aquí.
—¡De acuerdo! Eso está hecho —exclamó ella—. ¿Algo más? Quiero decir, ¿Está enferma o tiene algún problema?
—¿Y si lo estuviera? ¿Lo dejarías todo y volverías a casa enseguida?
—No digas tonterías, cariño. Yo no le hago falta. Además, ya sabes lo inútil que soy para esas cosas.
Pedro se contuvo para no decirle unas cuantas cosas más.
—¿Cuándo volverás?
—No hasta dentro de un mes, como mínimo. Desde aquí voy a Japón, y luego a Estados Unidos para algunos anuncios. Después quiero pasar un tiempo en el yate de un amigo. Necesito unas vacaciones.
—¿Y qué pasa con Valentina? ¿No crees que le gustaría acompañarte?
—¿Valentina? ¿Qué demonios iba a hacer ella en un yate?
Pedro no le preguntó por qué se iba a un yate. Su idilio con un playboy millonario era bien conocido por todos, y su prima no quería que una niña precoz se interpusiera.
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