—Pero estás aquí —dijo Yanina, confusa—. La señora Campbell dijo que sólo era un trabajo temporal. Nosotros te ofrecemos un buen empleo...
—Ya la ha oído, señora Gilchrist. Paula no está disponible. Y, a pesar de lo que les haya dicho la señora Campbell, no es la niñera de Valentina.
Los tres se giraron y vieron a Pedro en la puerta, con una bandeja en las manos.
—¿Entonces, qué es? —preguntó David.
—Para Valentina, es su verdadera madre. Para mí... —hizo una pausa y miró directamente a Paula—. Es la luz que brilla al final de un largo túnel. El calor en una fría noche de invierno. El consuelo. La alegría. Lo que hace que mi vida esté completa.
Paula apenas fue consciente de la conversación que siguió.
—Entiendo —dijo David.
—No, señor Gilchrist, no tiene ni la menor idea.
—Estamos perdiendo el tiempo aquí, Yanina. Hay cientos de niñeras buscando el trabajo que ofrecemos.
—¿Es que no han aprendido nada? —preguntó Pedro con mucha calma—. Cuidar a un niño no es sólo un trabajo...
David Gilchrist se levantó y agarró a su esposa del brazo.
—Vámonos.
—¡No! —exclamó Paula, poniéndose en pie—. Esperen... —se volvió hacia Pedro, suplicándole en silencio que lo entendiera.
Y Pedro Alfonso, que había expuesto su desprotegido corazón para mantenerla a su lado, supo que iban a destrozárselo otra vez.
—Pedro —dijo ella—, ¿Te importa ir con David a ver qué hacen las niñas? Tengo que hablar con Yanina.
—Pensaba que ibas a irte con ellos.
—¿Porque lo prometí? —preguntó Paula, apoyándose en la verja mientras veía alejarse el coche de los Gilchrist y se despedía con la mano por última vez de Emma.
—Porque lo prometiste —respondió él fríamente.
—Emma no me necesita. Tiene una madre. Alguien que cuidará de ella porque la quiere, no porque reciba un cheque cada mes.
—Oh, claro..
—David Gilchrist es millonario, guapo y todavía joven. Era inevitable que volviera a casarse.
—Contigo en su casa, no me explico por qué se buscó a otra mujer.
Paula se echó a reír.
—Oh, vamos. Sólo era una empleada. Seguramente cree que he encontrado mi lugar junto a... ¿Cómo te llamó?
—Un caballero granjero.
—No lo corregiste.
—Por él no merece la pena malgastar el aliento. ¿Emma se ha quedado satisfecha? ¿El brazalete la compensó por tu pérdida?
—No me ha perdido. Ahora lo entiende. Sólo tenía que saber que yo no la abandoné, Pedro. La pobre Yanina pensó que tenía que echarme de sus vidas por completo para que Emma la quisiera. No comprendía que el amor de un niño es ilimitado.
—¿Y ya está?
—No. Llevará su tiempo, pero creo que podrá llamarme de vez en cuando.
—¿Desde Hong Kong?
—Pueden permitírselo.
—¿Y qué le has dicho a Emma?
—Que siempre la querré. Y que siempre estará ahí cuando me necesite. No tengo que vivir en la misma casa ni en el mismo país para cumplir esa promesa. Todo lo que tiene que hacer es llamarme por teléfono.
—¿También le dijiste que puede llamarte a cualquier hora?
—La verdad, Pedro, es que le dije algo más. Le dije que podía venir a pasar aquí el verano. ¿Te importa?
¿Importarle? Si Emma iba a pasar allí el verano, eso significaba que Paula estaría allí.
—Lo único que me importa es saber si vas a quedarte. Antes pensé que te había perdido.
—¿Eso pensaste? —preguntó ella, mirándolo a los ojos—. ¿Y habrías dejado que me fuera, igual que hiciste con Valentina?
—No, amor mío. Los Gilchrist te ofrecían un trabajo, yo te ofrezco mi vida. Todo lo que tengo.
—Háblame del futuro, Pedro —le pidió ella con un hilo de voz—. Háblame de nuestras vidas.
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