martes, 11 de junio de 2024

Inesperado Amor: Capítulo 38

Estuvo a punto de añadir «Y que la ames», pero pensó que sería un golpe emocional demasiado fuerte. Pedro frunció el ceño.


—¿Un color distinto al mío?


Paula tragó saliva, arrepintiéndose por haber elegido aquel momento para hablar. Pero ya no podía echarse atrás.


—Me lo dijo ella.


—¿Qué? —preguntó él. perplejo—. ¿Qué te dijo?


—Cuando intenté explicarle que no podía quedarme aquí, ella me preguntó si se debía a que fuera adoptada. A su color...


Miró a Valentina. que les estaba cantando una cancioncilla a los conejos. Parecía tan feliz, tan tranquila, tan distinta a la niña del día anterior...


—¿Qué dijo, Paula?


Ella levantó una mano, incapaz de hablar.


—De acuerdo —dijo él—. Puedo imaginármelo. Dijo que yo no la quería porque era adoptada o diferente, ¿Es eso?


Ella asintió.


—¿Es un problema para tí? —consiguió preguntar.


Él permaneció callado durante un rato, con la mirada perdida en el vacío.


—Sí, es un problema —respondió finalmente, mirándola a los ojos.


Paula no dijo nada, pero su expresión delató su espanto.


—Cuando la miro —siguió él—, todo lo que siento es...


—No, no digas más —lo interrumpió ella, separándose unos pasos—. Aquí estoy, muriéndome de vergüenza por hablar mal de tí, ¿Y tú me dices que es cierto?


—Yo...


—¡Mira, Paula! —exclamó Valentina, corriendo hacia ellos con el rostro iluminado y algo en las manos.


Paula se recompuso a toda prisa, se dió la vuelta y se agachó con una sonrisa forzada.


—¿Qué tienes ahí, cariño?


Valentina abrió las manos para enseñar un polluelo amarillo.


—Oh, se ha hecho... Eso en mis manos.


—Justo lo que necesitábamos —murmuró Pedro por encima de ellas—. Pollos sueltos por ahí...


—¿Dónde lo has encontrado, Valentina? —le preguntó Paula, antes de que Pedro pudiera decir algo más que disgustara a la niña. Sacó un pañuelo del bolsillo y le limpió las manos a Valentina, recibiendo un picotazo del animal. Incluso los polluelos de peluche tenían picos...


—Detrás del seto. Hay muchos. Ven y verás —sin esperar respuesta, echó a correr por la explanada con sus grandes botas de agua.


—¡Espera! Ten cuidado, Valentina, no vayas a pisarlos.


No le gustaban los pollos, pero tampoco quería verlos pisoteados. La niña se quedó inmóvil, con una pierna cómicamente suspendida en el aire. Estaba contenta, muy contenta, y Paula sintió que se le encogía el corazón por ella...


—Vamos a necesitar una caja de cartón para meterlos. Creo que he visto una en la cocina —se giró hacia Pedro, que seguía apoyado en el muro—. ¿Quieres ir por ella?


—Mejor no preguntes lo que quiero —espetó él.


—Ya lo he hecho, pero tranquilo. Eso no va a suceder todavía.


—Hablas como si supieras algo que yo ignoro.


—Primero los polluelos —dijo ella—. Y luego las malas noticias.

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