martes, 25 de junio de 2024

Secreto: Capítulo 1

La novia tenía cara de ángel, y su cuerpo de diosa se envolvía en metros de tela blanca y brillante que se derramaba como raso líquido a su alrededor. La incongruencia de tanto tejido de un blanco de lirio en un local de copas hizo dar un pequeño respingo a Pedro Alfonso cuando se sentaba en un taburete vacío junto a la barra. No era el único que miraba atónito a la solitaria novia que estaba sentada en un apartado al otro extremo del bar y bebía, o más bien tragaba, un líquido oscuro. Leisure Pointe atronaba con la música, las conversaciones y las risas, pero la principal atracción parecía ser la dama de blanco. Las mujeres la miraban con curiosidad y algunos de los hombres parecían deseosos de ocupar el lugar del novio inexistente. No podía culparlos por ello. Ella era una de esas mujeres que hacen que vuelvas la cabeza a su paso, el tipo de mujer por el que un hombre puede llegar a hacer auténticas estupideces. Enormes ojos azules, labios llenos que estaban pidiendo que los besaran, y una piel de raso que parecía resplandecer de calidez. El cabello, del color del trigo al sol, estaba recogido en lo alto de su cabeza aunque la mitad se le había soltado y caía en rizos alborotados sobre su cara y su espalda. El escote del vestido, bordeado de perlas, permitía intuir unos pechos bien redondeados y su cintura parecía ser muy estrecha. Él imaginó que tenía también piernas largas y delgadas que hicieran juego e interrumpió sus pensamientos antes de que empezaran a viajar por territorio prohibido. La lencería que llevase debajo del vestido no era asunto suyo.


—Es guapa, ¿Verdad?


Pedro se giró en el taburete y miró a Cristian, el fornido hombre que atendía la barra y era dueño del establecimiento.


—Parece que fuera alguien que se hubiera equivocado de salida en la Interestatal 44 al salir de San Luis —ninguna persona tan elegante y con ese aspecto de ciudad podría haber ido voluntariamente a la pequeña ciudad de Danby, Missouri, a no ser que se hubiera perdido—. ¿Quién es?


—Maldito si lo sé. No parece que nadie sepa quién es ni de dónde vino. Nunca la habíamos visto por Danby hasta hoy, y tiene una cara que ningún hombre que tenga sangre en las venas podría olvidar. Ya sabes a qué me refiero. 


Pedro sabía perfectamente a qué se refería. No necesitaba darse la vuelta para recordar aquel cabello en el que un hombre podría esconder sus manos, aquellos pechos y aquella cintura, ni para volver a experimentar aquel deseo. Se arrellanó bien en el asiento y se llevó a los labios la botella de cerveza para intentar distraerse de sus pensamientos.


—¿Dónde está el novio?


—Yo no he visto a ninguno, aunque ha tenido unas cuantas propuestas de matrimonio de los chicos que estaban aquí esta noche. Han estado zumbando a su alrededor como moscas y dando mucho la lata —Cristian sacudió la cabeza. Su mirada tenía un brillo protector, como el que cabe esperar en el padre de tres niñas adolescentes que han empezado a salir con chicos—. Al final tuve que decirles que se apartaran y la dejasen en paz. Ella no parece estar interesada en el tipo de compañía que ellos tenían en mente, aunque eso no ha evitado que algunos de ellos sigan enviándole copas. Cinco amarettos. Acabo de decirle a Sofía que no le pase más invitaciones de admiradores a no ser que sean de café.


Pedro esbozó una sonrisa. Harían parecía y actuaba como si fuera un oso pardo gruñón, pero un hombre amable y bueno. Dirigía bien su establecimiento y no le molestaba que la gente lo pasara bien, pero todos los que frecuentaban el lugar sabían que a Harían no le gustaba que hubiera problemas en su bar, no permitía que las discusiones se convirtieran en peleas y siempre vigilaba a los clientes que habían bebido más allá del límite. Como la novia sin novio. Cristian se fue al otro extremo de la barra para atender a los clientes y él se encontró otra vez mirándola. Era una criatura femenina fascinante, y las misteriosas circunstancias que la habían llevado a Danby la hacían más intrigante. Su presencia en Leisure Pointe resultaba fuera de lugar; vestida como una princesa de cuento de hadas y con aquella belleza que era tan asombrosa como excitante, parecía un diamante entre guijarros. Ella no encajaba allí, tenía la sofisticación de la ciudad escrita en todos sus poros. Cuando Cristian volvió, manifestó sus pensamientos en voz alta.


—¿Qué persona en su sano juicio pudo haberla dejado tirada aquí?


—El conductor de su limusina.


—Yo no he visto ninguna limusina estacionada en la puerta. 

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