martes, 25 de junio de 2024

Secreto: Capítulo 3

Nunca le había gustado el sexo ocasional, pero tampoco era un monje. Las pocas mujeres con las que había tenido relaciones en aquellos años vivían en otras ciudades, donde el cotilleo y las especulaciones no podían alcanzar ni a él ni a su familia. Las mujeres con las que había salido sabían y aceptaban desde el principio que él no estaba buscando nada serio. No tenía la menor intención de permitir que ninguna mujer volviera a manipular sus emociones. Respiró hondo y se sentó enfrente de la mujer, en lugar de permanecer de pie junto a la mesa. El apartado les dada un mínimo de intimidad, a salvo de ojos y oídos curiosos. Lo último que quería era avergonzarla o proporcionar diversión a la gente. Ella había estado mirando fijamente el líquido oscuro de su copa, parecía perdida y confusa, pero, tan pronto como las piernas de él rozaron el raso que se amontonaba bajo la mesa, ella alzó la mirada sorprendida. Él abrió la boca para hablar, pero se sintió sobrepasado por el color de sus ojos. Desde lejos había podido apreciar que eran azules, pero vistos de cerca eran sorprendentes. Eran de un tono claro, rodeados de un azul zafiro y con radios dorados en el centro. Sus pestañas eran largas y espesas, las cejas delicadas, con un arco perfecto. Un lunar que estaba sobre el labio, a la izquierda, atrajo su atención hacia su boca llena y suave. Una boca que incitaba una docena de pensamientos provocativos. A pesar del símbolo de inocencia y pureza de su vestido de novia, había un aire de sensualidad natural en ella. Una mezcla contradictoria de candor y atractivo que excitaban el interés de cualquier hombre. Y sin embargo él tenía la clara sensación de que ella no era consciente de su atractivo, que no sabía el efecto hipnótico que ejercía en los hombres. No hacía nada para atraer la atención. No le hacía falta. De pronto él se sintió ridículamente incapaz de decir una palabra. Ella sonrió con dulzura pero sus ojos siguieron tristes. Se apoyó en la palma de la mano y lo miró de una forma un tanto soñolienta que él atribuyó al alcohol que había consumido. 


—Hola —la voz era como una caricia.


—¿Está usted bien, señora?


—Si… Bien —acabó de un trago lo que le quedaba en la copa—. Estoy… bien.


—¿Qué le parecería que la invitase a una taza de café?


—Sí, creo que me vendría bien un poco de café. Con mucho azúcar. Ya no quiero más amaretto. Me está dando sueño —dijo trabándose la lengua en las palabras.


Él se dirigió a la barra y pidió una taza de café solo y fuerte. Cuando volvió con ella la encontró mirándose un rizo que se le iba hacia la cara.


—Odio mi pelo rizado. Estos estúpidos rizos no se quedan nunca donde los pongo. ¿Sabes que cuando era pequeña quería tener el pelo liso?


—Oh, no —¿Cómo podía haber sabido algo tan personal si la acababa de conocer? 


Ella cerró los ojos y cuando Garrett pensó que se había quedado dormida habló con voz suave.


—Todos los cumpleaños soplaba las velas de mi tarta deseando tener el pelo liso como mi amiga Florencia. Nunca se hizo realidad —él no sabía cómo responder a su extraña conversación, se sentía fuera de su elemento y prefirió quedarse callado—. Mis otros deseos tampoco se hicieron realidad. Yo tenía que casarme con un príncipe encantador y ser felices y comer perdices. Me temo que no soy muy buena formulando deseos.


Sofía llegó con el café salvándolo de dar alguna clase de respuesta. Él sabía que el licor era parcialmente responsable de que a ella se le hubiera soltado la lengua, pero también sentía que aquella cháchara acerca de príncipes encantadores y deseos estaba relacionada con la razón por la que había salido huyendo el día de su boda.


—Se suponía que hoy iba a ser el día más feliz de mi vida —dijo ella cuando volvieron a quedarse solos, con la voz un poco temblorosa por la emoción—. Eso fue lo que me dijo mi madre antes de morir, pero ha sido el peor día de mi vida. Yo todo lo que quería era una chispita de respetabilidad, pero yo no seré respetable en toda mi vida.


Demonios, ¿Qué delito tan terrible habría cometido para pensar que no era digna de respeto? Sintió compasión mezclada con una gran dosis de curiosidad. Aplacó ambas negándose a involucrarse en el caos emocional de aquella mujer. En cuanto obtuviera alguna información sobre ella para que Cristian pudiera llamar a alguien para que fuera a buscarla, su tarea habría terminado y podría volver a la cerveza fría que le habían prometido. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario