jueves, 13 de junio de 2024

Inesperado Amor: Capítulo 42

Él se arrodilló junto a la bañera, ignorando el agua que le calaba los pantalones, y le arrebató el pato para obligarla a mirarlo.


—Alicia ha dicho muchas cosas esta mañana.


Valentina murmuró algo incomprensible. Pedro esperó en silencio.


—Sobre lo de ir al colegio del pueblo —repitió con enfado.


—¿De verdad te gustaría ir? —le preguntó Pedro, aunque el rostro de la niña lo decía todo—. Pero ¿qué ropa te pondrías? No puedes ir al colegio con un vestido de fiesta.


—¿Por qué no?


—Porque las otras niñas se pondrían muy tristes al ver un vestido tan bonito que nunca podrán tener.


—Oh, está bien. Entonces me pondré esa ropa vieja que encontraste — dijo con voz temblorosa, y miró a Pedro con ojos muy abiertos—. Por favor, por favor...


Pedro no respondió inmediatamente, sino que se volvió hacia Paula.


—¿A tí qué te parece, Paula?


Paula sintió un cosquilleo en el estómago ante aquella muestra de confianza. Pero la realidad era más prosaica. Al dejar la elección en sus manos, Pedro podría eximirse de cualquier responsabilidad si el experimento acababa en un desastre. Y ella temía que así fuera. Para una niña de seis años que nunca había ido al colegio la situación podía ser muy difícil. Especialmente para una princesita como Valentina. Pero si iba a la escuela, no molestaría a Pedro durante el día. y entonces a él no le importaría que se quedaran. Lo que significaba que ella tendría que hacer lo que fuera para asegurarse de que todo saliera bien.


—Si a la directora no le importa aceptarla para las dos últimas semanas del trimestre, estoy segura de que Valentina disfrutará de la compañía. Sólo hay un problema: Cuando pasé por el pueblo, vi que todas las niñas llevaban el mismo uniforme. Falda gris, camisa blanca y jersey rojo. Y zapatos prácticos —añadió, para no dejar lugar a dudas.


—¿Negros?


—O marrones.


—¿Zapatos prácticos negros o marrones? —preguntó Pedro, y sacudió la cabeza con incredulidad—. ¿Y una horrible falda gris? Bueno, supongo que eso lo cambia todo. Valentina jamás querrá ponerse esa ropa.


Se levantó, poniendo fin a la discusión, y por un momento Paula pensó en probar una táctica más dramática. Anticipándose a ella, Valentina se puso de pie, extendió los brazos y derramó agua en todas direcciones.


—¡Sí quiero! —exclamó—. Quiero un uniforme. Me gusta el gris.


Pedro estaba a punto de salir del cuarto de baño. Se detuvo y se giró.


—¿Estás segura? No servirá de nada que Paula te lleve al pueblo para comprarte ropa si vas a cambiar de opinión.


—¡Por favor! ¡Por favor! ¡Por favor!


Paula se volvió hacia él para añadir sus propios ruegos, pero entonces vió las pequeñas y delatoras arrugas en las comisuras de sus labios. Ya había hecho que Valentina aceptara llevar ropa normal, y no estaba segura de si se sentía furiosa con él... O abrumada por la admiración ante semejante muestra de habilidad psicológica. Tal vez Pedro pensara que iba a decir algo, porque levantó una mano para que no hablara.


—De acuerdo, si eso es lo que quieres, llamaré a la directora para pedirle que te acepte. Pero tienes que estar completamente segura. Una vez que empieces, no podrás echarte atrás.


—¡No lo haré! ¡No lo haré!


Pedro la miró y Paula se dió cuenta de que su máscara había vuelto a caer. Una sonrisa que combinaba la ternura, el afecto y la autosatisfacción iluminaba su rostro. Sin pensar en lo que hacía, Paula le puso una mano en el brazo, se puso de puntillas y lo besó en la mejilla. Por un momento el tiempo pareció detenerse. No se oyó ni se movió nada, ni siquiera Valentina. Fuecomo si un instante se alargara hasta el infinito, mientras la sonrisa de Pedro se transformaba en algo mucho más profundo. Fue un momento de pura magia, en el que ella pudo ver a través de su escudo de protección y sentir una inmensa alegría. Y entonces se estremeció, al enfrentarse con la fuente oscura del verdadero dolor. Fue una fuerza tan negativa que le hizo perder el equilibrio y casi caer hacia atrás, pero él la sujetó enseguida, rodeándole la cintura con un fuerte brazo. La sonrisa había desaparecido por completo de su rostro.


—Corres riesgos muy serios, Paula Chaves—le dijo con una voz suave y casi inaudible.


Ella tragó saliva, consciente de los riesgos que estaba corriendo su frágil corazón.


—Hay que arriesgarse por lo que merece la pena tener.


—Lo sé —dijo él—. Pero una vez que asumes el riesgo, tienes que aceptar las consecuencias.

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