—Pero, ¿Cómo es que no estás durmiendo? —le preguntó cuando su empleada contestó al teléfono.
—Por desgracia todavía no me he habituado al horario de aquí —contestó Jimena—. Te iba a llamar.
—¿Algún problema?
—No, todo perfecto.
—Estupendo. Quiero que te lo pases bien y que vengas con ideas nuevas.
—Por supuesto. ¿Qué tal por allí?
—Muy bien. Lo único ha sido que Nadia está en el hospital.
—¡Pobre! —exclamó Jimena—. Eh…
—No te preocupes por Paula Chaves. Ya me he ocupado de ella.
—¿De verdad? Te quería hablar de ella antes de irme, pero no estabas en tu despacho. No le he cobrado porque me pareció que era un negocio. Admito que sería capaz de pagarle yo la estancia con tal de verla haciendo deporte.
—¿Es muy amiga tuya?
—Mi mejor amiga. Nos conocemos desde el primer día de guardería.
—No te preocupes por ella. Está en buenas manos. Me estoy ocupando yo personalmente de ella.
Jimena no pudo articular palabra.
—¿No te parece bien? —preguntó Pedro.
—No, no es eso, es que supongo que tendrás cosas más importantes que hacer, ¿No?
—No te creas. La empresa la llevan las personas que contrato para hacerlo. Además, me parecía la mejor solución dadas las circunstancias. La boda de su hermana tiene a los periodistas revolucionados, así que hay que ser discretos.
—Ya veo que sabes quién es.
—Lo supe cuando me dijo que quería adelgazar para una boda muy importante. Mejor dicho, que quería adelgazar para el padrino…
—¿Te ha dicho eso?
—Yo creo que se le escapó —sonrió Pedro.
—Le suele pasar. Muchas gracias por ocuparte de ella. Paula se merece lo mejor, pero hay que tener paciencia con ella… —bostezó Jimena—. Perdón. ¿Te vas a quedar en Lake Spa todo el tiempo que yo esté fuera?
—Mi secretaria dice que me vendrían bien unas vacaciones.
—¿Qué te estaba diciendo?
—Algo de tener paciencia con tu amiga.
—Ah, sí. Le dejé a Nadia por escrito algunas cosas sobre Paula. Come para consolarse y me temo que, aunque está encantada con la boda de su hermana, le va a resultar difícil soportar la presión de ser la madrina.
—¿Me estás diciendo que se me va a escapar a la pizzería en cuanto me dé la vuelta?
—No puede evitarlo. Hay que vigilarla.
—Ya me he dado cuenta. Hasta el momento, me ha mentido sobre su peso, su altura y su edad.
—¿Y se lo has dicho? Le debes de caer fatal.
—Vamos a dejarlo en que yo le he dejado claro que entiendo que tiene un problema con los números y ella entiende que no he nacido ayer. ¿Hay algo más que deba saber sobre ella?
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