—Tienes razón, Pedro —dijo con una sonrisa radiante—. En cuanto pase la boda, me voy a comprar medio supermercado.
—¿Qué hora te viene bien? —preguntó él muy serio.
—¿Para qué?
—Para hacer deporte. ¿Tienes un horario flexible?
—Sí, pero me gustaría quitármelo de en medio cuanto antes, así que por la mañana a primera hora me va bien. ¿Qué tal a las ocho?
Pedro la miró con una ceja enarcada.
—¿A las siete mejor?
—Bien. Mañana empezaremos con poco peso. Desayuna bien, es decir, cereales integrales, leche semidesnatada y un huevo pasado por agua.
—Y nada de sopa de col —apuntó Paula intentando sin suerte hacerlo sonreír.
Había sido un intento para experimentar, solo para saber si la sensación rara en el estómago era hambre.
—Tómatela si quieres, pero después de los cereales y el huevo. A la menor sospecha de que estás comiendo mal, es decir, haciendo esa estúpida dieta, te abandono —le advirtió justo antes de que llegara una de las recepcionistas—. Dime, Laura.
—Los de mantenimiento te andan buscando, Pedro. Se ha roto una cañería en un baño y…
—Ahora mismo voy.
—¿También eres fontanero? —preguntó Paula cuando la chica se hubo ido—. ¿O es que en realidad eres fontanero y haces de entrenador personal en tus ratos libres?
Pedro la miró y tomó aire.
—Solo soy un hombre normal y corriente que lo mismo vale para un roto que para un descosido —contestó poniéndose en pie—. Disfruta de la comida —añadió dándole un número de cuenta a la camarera y pidiéndole perdón por no poder quedarse a comer.
Sin embargo, a ella no le pidió perdón.
—¿Alguna indicación para la cena? —le preguntó.
Era un hombre irritante, pero no quería que se fuera. Ojalá se quedara a comer con ella.
—Pollo sin piel, una patata asada sin mantequilla y ensalada.
—Pero si, cuando no estoy a régimen, no como tanto.
—No es la cantidad, Paula, sino lo que comes. Hasta mañana.
Lo observó alejarse. Nada de Marcos Gray. Aquel entrenador personal tenía el trasero más impresionante del mundo.
Pedro fue a ver el problema de las cañerías y un par de cosas más. No era nada grave, pero, como tenía la cámara de Paula en el bolsillo, hizo un par de fotos para enseñárselas al constructor. Después se fue a su habitación y pidió un sándwich mientras esperaba a que su ordenador arrancara para descargar las imágenes. Entretanto, llamó a Jimena.
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