jueves, 24 de febrero de 2022

A Mi Medida: Capítulo 39

 —Sí, son unos cinco kilómetros —contestó Pedro—. Al volver, ví que seguías trabajando y no quise molestarte. Además, estaba sudado y quería ducharme. Parece que tú quieres hacer lo mismo. Menos mal que no he gastado todo el agua.


—Gracias.


—Gracias a tí —contestó él enarcando ambas cejas.


Paula se dió cuenta entonces de que estaba en ropa interior ante él y deseó haberse desnudado en el baño aunque hubiera empapado la casa. Sonrojada, se dijo que podría salir airosa de la situación. No estaba desnuda y no llevaba ropa interior provocativa de encaje ni nada parecido sino de algodón blanco normal y corriente.


—Como sueles decir, nada de secretos entre un entrenador personal y su cliente, ¿No? —dijo encogiéndose de hombros.


—Creía recordar que no te hacía mucha gracia esa frase.


—Por todos los santos —dijo yendo hacia la escalera—, somos adultos, ¿Verdad?


En ese momento, se vió de reojo en el espejo que había situado en el vestíbulo. Tenía la ropa interior calada y eso la hacía totalmente transparente, como si estuviera completamente desnuda. Deseó haber llevado encajes. Por lo menos, así Pedro se hubiera fijado en ellos y no en la celulitis. Emitió un gemido que, probablemente, Gina oiría en Estados Unidos y corrió hacia el cuarto de baño pensándose seriamente si volver a salir en su vida. Intentó ver lo positivo de la situación. Después de verla así, seguro que Pedro no seguiría interesado en meterse en su cama. La luz de neón blanco de la cocina no tenía piedad. Se veía absolutamente todo. Mejor. Se metió en la ducha, y al ver el bote de gel de Pedro junto al suyo se sintió mucho mejor. Al darse cuenta de que minutos antes él había estado en el mismo lugar en el que ella estaba, se imaginó duchándose juntos. Lo peor era que habría dado cualquier cosa porque hubiera sido así. Un golpe en la puerta antes del amanecer la sacó de sus dulces sueños. Nunca le había gustado madrugar, pero aquel día había una razón para que le apeteciera menos que ninguno.


—¡Paual!


Pedro Alfonso. Él era la razón. Un hombre que la iba a obligar a hacer esfuerzos físicos que seguro que no eran sanos.


—He cambiado de opinión —murmuró metiendo la cabeza bajo la almohada.


Craso error. Se dió cuenta en cuanto sintió que le quitaba las sábanas y la dejaba expuesta al frío de marzo.


—Bonito pijama —comentó Pedro—. Siempre me ha parecido que los conejos eran de lo más… Sexys.


Paula sintió ganas de gritar, pero le pareció demasiado pronto. Se levantó y se puso sus zapatillas en forma de conejo, con orejas, bigotes y rabo, por supuesto. ¿No se suponía que había que ir siempre coordinada? Otra sonrisa nueva. Aquel hombre tenía muchas y esa no se la había visto antes. ¿Era regocijo? Sí, sin duda, pero mezclado con algo más. ¿Regocijo con afecto? No, seguramente no.


—No tienes ni idea del frío que hace en esta habitación —dijo a la defensiva antes de que Pedro pudiera hacer más comentarios.


—Eso lo arreglo yo rápido.


¡Qué original!

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