jueves, 24 de febrero de 2022

A Mi Medida: Capítulo 37

Lo último que esperaba de él era amabilidad. Además, él le había dicho que no era una persona amable. Paula tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no abrazarse a él.


—Te equivocas, Paula —le aseguró Pedro con dulzura—. No creo que utilices el chocolate como sustituto del sexo. Si fueras tan fácil de satisfacer no necesitarías el chocolate.


Se inclinó y le dió un beso en la frente que hizo que Paula, por alguna estúpida razón, sintiera ganas de llorar, se giró y salió del estudio. 


Quería correr tras él y preguntarle qué había querido decir con eso y por qué era tan amable con ella, pero el sentido común le aconsejó no hacerlo. No, lo que tenía que hacer era seguir trabajando, tal y como había dicho. Enfadada consigo misma por ser tan crédula, se secó las lágrimas, encendió las luces y fue a cerrar la puerta. Al hacerlo, vió el chocolate que Pedro había tirado. No sintió deseos de comérselo. Lo dejó allí y se apoyó en la puerta cerrada. Miró a su alrededor. El estudio seguía igual que como lo había dejado una hora antes para ir a cenar con Pedro Alfonso y haber recibido la inesperada visita de Damián. Entonces, ¿Por qué se sentía ella tan diferente? ¿Porque Pedro la había besado? ¿Porque la había tocado? Sí, ya. No era ninguna virgen inocente e ingenua. Exclamó disgustada y se lavó las manos para quitarse los restos de chocolate que tenía entre los dedos intentando no pensar en la lengua de Pedro que los había recorrido. Se metió el pulgar en la boca para probar la sensación y tuvo que agarrarse al fregadero.


Pedro se agarró a la mesa de la cocina con ambas manos y tomó aire varias veces. ¿Qué tenía Paula Chaves que no podía parar de pensar en tocarla? No iba bien peinada ni se maquillaba en absoluto, olía a suavizante, le sobraban kilos y no estaba en forma. No era su tipo. Pero tenía labios suaves, piel sedosa y un cuerpo cálido que él deseaba como hacía mucho tiempo que no deseaba a una mujer. Golpeó la mesa con la mano abierta. No solía comportarse así. No solía fijarse en nadie porque ya lo había hecho y estaba de vuelta de ello. Ahora era un hombre que controlaba su vida. Se sentó, se frotó los ojos y se pasó las manos por el pelo. Había tenido su vida bajo control hasta que Paula Chaves había tropezado y había caído en sus brazos. Desde entonces, todo estaba patas arriba. Tampoco era un problema, ¿No? Podría irse en cualquier momento. De hecho, Paula llevaba diciéndole que lo hiciera desde el principio. Solo tendría que hacer una llamada para que otra persona se ocupara de convertirla en un cisne para su cita con Marcos Gray. Él solo tendría que olvidar su sabor, su mirada clara y limpia en los segundos en los que se había dejado llevar, antes de que la voz del sentido común hubiera hecho acto de presencia y lo hubiera aconsejado parar, no apostar para no resultar herida. Lo sabía porque a él le llevaba dando resultado muchos años. Hasta aquel día.

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