martes, 1 de febrero de 2022

A Mi Medida: Capítulo 12

¿Qué había sido de la sonrisa? Hacía poco que lo conocía, pero aquel hombre las tenía para todos los gustos. Estaba la sonrisa educada de «Dios mío qué horror» de cuando la había agarrado para que no se cayera, aunque habría deseado no haberlo hecho. La sonrisa pensativa de «Dios nos pille confesados» de un hombre que creía que la mujer que tenía ante sí necesitaba realmente ayuda. Y la momentánea sonrisa que se había convertido en algo mucho más intenso cuando se había apartado de ella. Para terminar, la de hacía un segundo, era la sonrisa de no me creo una palabra de lo que has escrito aquí.


—Eso no es muy amable de tu parte, señor Alfonso. ¿Me estás diciendo que no me crees?


—Pedro —le recordó—. No, te estoy diciendo que no se te dan bien las matemáticas. ¿Te importaría subirte a la báscula, por favor?


Obviamente, iba a tener que ser así. Paula se quitó los zapatos y obedeció. Pedro deslizó el peso por la barra y, qué vergüenza, dos kilos y pico más de lo que ella había puesto.


—Madre mía —intentó disimular Paula—. Pues la báscula que tengo en casa es nueva. La voy a llevar a la tienda.


—Sí, más te vale.


—Claro que…


—¿Qué?


—No sé si estaba desnuda cuando me pesé.


—¿Ah, sí?


—¿Hay mucha diferencia de pesarse con ropa a hacerlo sin ella?


—¿Por qué no te la quitas y lo comprobamos? —sonrió Pedro con una nueva e impenetrable sonrisa—. No hay secretos entre una clienta y su entrenador personal.


¿Se creía que era tonta o era él el que era demasiado listo?


—No, gracias.


—Bien, entonces, vamos a medirte.


¡Estupendo! También se había puesto un par de centímetros de más. Aquella mujer era un caso perdido.


—No me digas nada —apuntó Pedro—. La última vez que te mediste, llevabas zapatos de tacón, ¿Verdad?


—Como todo el mundo, ¿No?


Paula creyó verlo sonreír de nuevo. ¿Cuándo conseguiría hacerlo reír?


—Muy bien, arriba las manos —dijo Pedro abriendo un cajón.


—No va a hacer falta. Ya me he rendido… —se interrumpió al ver que sacaba un metro—. ¿Eso para qué es?


Pedro enarcó las cejas.


—¿Me vas a medir? ¿Las caderas?


—Las caderas y todo lo demás. Para hacerte una tabla de ejercicio, tengo que saber exactamente de dónde tienes que perder.


—Pero, ¿No se ve a simple vista?


—Caderas, muslos, cintura —contestó Pedro.


—Sí, ya sé que tengo que adelgazar de todas partes.


—Bueno, sería una pena reducir tus encantos naturales —sonrió—. Si te pusieras un vestido con un buen escote, estoy seguro de que el señor Gray no podría mirarte otras zonas del cuerpo.


Paula gimió de horror. Había sido la primera chica de la clase en desarrollar y siempre le había dado vergüenza, pero nada comparado con que Pedro Alfonso le midiera los pechos.


—Lo volveremos a repetir dentro de una semana para ver el progreso —le informó.


—No creo que sea necesario, de verdad. Se ve muy fácil si has adelgazado. Yo lo sé por los vaqueros.


—Muy bien, pero yo prefiero un método un poco más científico. Por si tus vaqueros son tan flexibles como la báscula de tu casa, ¿Sabes?


—Te prometo no hacer trampas. Confía en mí.


—Primero, tienes que confiar tú en mí, Paula. Esto es trabajo en equipo. Si lo quieres dejar, no tienes más que decirlo. Todo lo que vamos a hacer es por tí, para que te sientas mejor y puedas disfrutar de la boda de tu hermana… Para que hagas realidad tu sueño.


Lo que Pedro le estaba preguntando era si estaba seguro de querer ser la guapa del baile. Obviamente, la estrella de la boda iba a ser su hermana, que para eso se casaba. Ella solo quería estar decente y presentable.

No hay comentarios:

Publicar un comentario