¿Hacer las cosas por ella? Aquello era nuevo. No quería ir a la casa principal, así que se entretuvo en descargar las fotografías. Al ver las que Pedro le había hecho sudada y acalorada, se dijo que era mejor hacer las cosas por los demás. Amplió la peor de todas y decidió ponerla en la nevera cuanto antes. Se entretuvo un rato más apagando el ordenador, recogiendo las tazas e ignorando los cañonazos de su corazón. Una cosa era cierta. Pedro Alfonso no se parecía en nada a Marcos Gray. Para empezar, era de verdad. Algo desagradable, pero de verdad. No un ser aparentemente perfecto que se pasaba más horas en la peluquería que ella. Empezó a pensar que no tendría que haber dicho nada de Marcos Gray. Ni a Jimena ni a nadie. Por eso, antes de salir y cerrar el estudio, agarró una última cosa y corrió bajo la lluvia en dirección a su casa. Paula entró por la puerta de la cocina y se quitó las gotas del pelo.
—¿Ya has terminado? —le preguntó al verlo apoyado en la mesa.
—En la cocina, sí. Estaba esperando a que llegaras para seguir con el resto de la casa. Prefiero que estés delante.
—Todo un caballero —dijo Paula dejando sobre la mesa un paquete sin abrir de bombones—. Al menos, te he ahorrado otro viaje al estudio.
Pedro lo miró y consiguió no sonreír. Un gesto bonito, pero sabía perfectamente con qué intención lo había hecho, creyendo que así evitaría otra incursión en su estudio. Jimena le había advertido que, cuando se rendía, era porque había escondido otra cosa para un momento malo.
—Gracias —contestó Pedro sin embargo—. ¿Qué tal Jimena?
—Enfadada —dijo Paula colgando la terrible foto en la nevera—. No le ha hecho gracia que la despertara.
—Ah —dijo Pedro preguntándose qué le habría dicho Jimena de él a Paula.
—Me ha dejado muy claro que ya puedo ir dando gracias por que me vayas a ayudar —confesó sin mirarlo—, que deje de quejarme y que coopere.
—Es agradable que lo aprecien a uno, pero no es esencial. Siempre y cuando me obedezcas, me da igual caerte bien o mal.
—Bien. ¿Has encontrado la habitación de invitados?
—Arriba a la derecha.
—Me temo que es un poco básica.
La casa entera lo era. Paredes blancas, vigas negras y suelos sin alfombras. La única nota de color la daban los lirios que había en un florero de acero arañado situado sobre la vieja mesa de pino de la cocina. Ni siquiera su dormitorio parecía demasiado femenino. Era difícil seguir el rastro de Paula Chaves en aquella casa que no tenía nada que ver con el colorido de su trabajo.
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