jueves, 3 de febrero de 2022

A Mi Medida: Capítulo 16

Volvió a gemir al pensar que, para llegar al restaurante, tenía que subir las escaleras. Ni siquiera pensar en comer la animaba porque sabía que iba a ser comida sana. Fibra, lentejas y cosas por el estilo. ¿No habría un ascensor? No, claro que no. Qué estupidez. Se puso unos cómodos pantalones anchos y una camiseta de tirantes y se dejó el pelo suelto porque no tenía fuerzas ni para hacerse una coleta. Cuando la vió, Pedro le ofreció un vaso de agua.


—¿Tienes hambre?


—Por favor, no me atormentes —contestó bebiéndose el vaso de un trago y volviéndolo a llenar—. No tengo más opción que lentejas aquí o sopa de col en casa.


—¿Sopa de col?


—La dieta de mi madre.


—¿Tu madre es médico?


—No —confesó Paula.


Su madre no era nada más que la sombra de Isabella. Siempre lo había sido.


—Pero parece ser que la dieta de la sopa es lo último en regímenes y que adelgazas mucho en poco tiempo y…


—Tírala —la interrumpió Pedro pasándole la carta—. Te recomiendo la pasta.


—¿De verdad? —dijo Paula encantada—. ¿Y qué hago con la sopa? Me ha llevado a casa litros y litros.


—Tírala al contenedor de compost.


—No tengo. Mi jardín es pequeño y con pocas plantas, para que no me dé trabajo.


—Ocuparte del jardín te iría bien. Es un buen ejercicio.


—Sí, pero te salen callos en las manos —objetó Paula—. Olvídate. Mi madre me ha dicho que se ha pasado toda la noche cocinando, y ¿Qué me dices de los niños que se mueren de hambre?


—Si te remuerde la conciencia por tirar la sopa, haz una donación a alguna ONG. Para ponerse en forma hace falta voluntad y te puedo asegurar que no la vas a obtener de un plato de sopa.


¿Voluntad? No le gustaba cómo sonaba aquello. Además, ella no quería ponerse en forma, sino adelgazar. Por una vez, sin embargo, mantuvo su gran boca cerrada.


—Si tu madre te da la lata, ya hablaré yo con ella.


—Me encantaría ver un encuentro entre ustedes —contestó Paula pensando en el choque entre aquellas dos fuertes personalidades.


Pedro sonrió, haciendo que a Paula se le acelerara el corazón.


—Muy bien, pasta entonces —dijo devolviéndole la carta—, pero te advierto que a lo mejor me van a tener que llevar al coche entre cuatro.


—Si quieres caber en el vestido, vas a tener que hacer ejercicio prácticamente todos los días y, en cuanto a la dieta, léete esto para que sepas qué es bueno comer —dijo Pedro señalándole unas hojas que había sobre la mesa.


—Gracias —contestó Paula—, pero, después de vivir tres años con Jimena, sé perfectamente qué es bueno y qué es malo. El problema es que me gusta todo lo que engorda.


—Pues tendrás que prescindir de ello unas semanas. El que algo quiere, algo le cuesta.


—Hoy ya he hecho bastante. He debido de andar veinte kilómetros.


—No has andado ni tres y, además, el esfuerzo merecerá la pena cuando veas que cabes en el vestido y que el hombre de tus sueños se fija en tí. Ya comerás toda la comida basura que quieras después de la boda, cuando vuelvas a la realidad.


A Paula no le estaba gustando el tono que Pedro estaba empleando. No le estaba gustando nada de nada. Estaba claro que la había tomado por una tonta superficial. Pues que se fastidiara porque iba a tener que soportarla durante tres semanas.


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