martes, 1 de febrero de 2022

A Mi Medida: Capítulo 11

 —No entiendo…


—¿Me sigues?


Pedro se encogió de hombros. Paula lo tomó como un sí.


—Bien. Tú eres el padrino y te acabas de enterar de que mi hermana, la encantadora y deseable Isabella Chaves, es la madrina —le explicó enarcando una ceja—. Piénsalo.


Pedro lo pensó. Según los medios de comunicación, Isabella Chaves se había convertido en el sueño de muchos hombres desde la primera película que había interpretado. No solo era guapa sino que, además, tenía talento. Lo que Paula le estaba intentando hacer comprender era que, si él fuera el padrino e Isabella la madrina, nadie pensaría mal de él por querer ligársela. De hecho, todos querrían estar en su pellejo aunque solo fuera para besarle la mano. Entonces comprendió lo duro que debía de resultar ser la hermana mayor y gorda de Isabella Chaves y tener que oír una y otra vez el tono incrédulo de la gente al enterarse del parentesco. Era normal que Paula quisiera un cuarto de hora de fama. ¿Quién podía criticarla por ello? Además, Lake Spa se iba a beneficiar de ello.


—¿Me estás diciendo que hombres y mujeres son iguales incluso a la hora de soñar?


La vió sonreír ampliamente.


—Era más fácil de entender de lo que parecía, ¿Eh?


—Perdón, me temo que estoy un poco chapado a la antigua.


—No me lo creo. ¿Nunca te ha perseguido una mujer para besarte? Perdón, se me olvidaba que los hombres chapados a la antigua no hablan de esas cosas —sonrió.


—Efectivamente —dijo Pedro deseando besarla.


Hacía mucho tiempo que no sentía que se le paraba el corazón al mirar a una mujer. Se apartó de ella algo incómodo, pues no había sido su corazón la única parte de su anatomía que se había animado.


—Vamos a tener que trabajar duro para averiguar si Marcos Gray sabe mantener la boca cerrada también —dijo más cortante de lo que quería.


Paula dejó de sonreír y él aprovechó para ir hacia la zona de entrenadores personales. Que lo siguiera o no era su problema. Se quedó mirándolo mientras se reponía. Por un momento, había estado segura de que la iba a besar. Por un momento, había deseado que lo hiciera. Eso demostraba lo peligroso que resultaba no desayunar más que sopa de col. Para que el cerebro funcionara bien había que tomar, por lo menos, una napolitana de chocolate. Agarró su bolso y fue tras él. Al entrar en la pequeña habitación, se lo encontró de espaldas, leyendo el informe que Jimena había dejado sobre sus debilidades. Como no la veía, aprovechó para fijarse en su pelo, que se rizaba levemente en la nuca, en sus increíbles hombros, en su espalda fuerte y poderosa y en su cintura que se prolongaba hasta formar un formidable…


—¿Lista? —le preguntó girándose.


—No, pero qué se le va a hacer. ¿Qué hay que hacer?


—Pesarte.


Paula miró las básculas sin entusiasmo. De momento no pensaba subirse en una.


—No hace falta —le dijo cruzando los dedos a la espalda—. Ya he puesto lo que peso en el formulario —añadió con una gran sonrisa para convencerlo de que era una persona de fiar.


—Sí, ya lo he visto, y tu edad también —sonrió él.


Cuando lo hacía, se le formaban unas arruguitas alrededor de los ojos de lo más interesantes. Otro ejemplo de la desigualdad entre hombres y mujeres, porque eso mismo en las féminas se llamaba patas de gallo y había que eliminarlas a toda costa.


—¿Te importa que comprobemos cuánto pesas en realidad? —le preguntó muy serio.

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