—Te lo estás tomando muy en serio, ¿No?
—Me tomo en serio lo que hago. ¿Por qué?
—No, por nada.
Pedro esperó paciente. Sabía que había más.
—Bueno, lo cierto es que Paula acudió a mí porque soy la única persona que la conoce de verdad. Quería que fuera a su casa y le tirara a la basura todas las chucherías.
—Eso puedo hacerlo.
—No creo. Dodie esconde cosas por todas partes por si se siente mal y necesita comer. Siempre lo ha hecho, pero desde que trabaja en casa ha engordado mucho.
—¿Trabaja en casa? —preguntó Pedro indignado.
—Desde que dejó de enseñar hace un año. Lo pasó muy mal, se tomaba dos tabletas de chocolate al día. Sin embargo, le ha venido bien para trabajar en sus telas. Es una artista realmente excepcional. Solo le falta un poco de seguridad en sí misma, mirarse al espejo y gustarse.
Pedro entendía a las mil maravillas lo que era mirarse al espejo y odiarse.
—Cuando el estándar es Isabella Chaves, no es fácil —apuntó Jimena.
—Tampoco tan difícil. Isabella Chaves es una princesa fría e intocable. Debe de pasarse media vida manteniendo esa imagen.
—Media vida suya y de los demás —susurró Jimena.
—¿Cómo?
—No, nada. Mira, Paula trabaja en un estudio que tiene en el jardín. Parece la cueva de Aladino, pero yo sé dónde tiene las cosas. Hay una caja de galletas de chocolate en el arcón de la esquina, una bolsa de caramelos en el cajón de la mesa, una bolsa de…
Pedro no pudo evitar reírse.
—Así que es todo un reto —concluyó su amiga.
—Lo que más me gusta del mundo —contestó Pedro—. ¿Qué más tenía que hacer Nadia?
Aquella vez fue Jimena la que soltó una carcajada.
—¿He dicho algo gracioso?
—No, quieres saber si hay que tomársela en serio, ¿Verdad? La verdadera pregunta sería ¿hasta que punto estás tú dispuesto a tomártela en serio?
Diez minutos después, Pedro colgó el teléfono y descargó las fotografías. Además de las que él había hecho, había unas cuantas muy bonitas de Lake Spa. Estaba claro que la cámara no era un juguete para ella. Sabía usarla. También estaban las que le había hecho toda sudada, sonrojada y con el pelo pegado a la cara. El ejemplo perfecto del antes. Recordó lo que había pensado cuando la había tenido entre sus brazos, que era una mujer rolliza, voluptuoso y femenina. Tenía un cuerpo de otra época, como de los años cincuenta, cuando el canon de belleza femenina eran mujeres a lo Marilyn Monroe. Y, por alguna extraña razón, aquellas curvas hacían que a él se le acelerara el corazón, lo que no le hacía ninguna gracia.
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