—¿Cómo? —dijo Paula horrorizada.
—Sí, con Lake Spa al fondo.
—Muy bonito.
Pedro la miró y sonrió. Aquello hizo que Paula acelerara el paso para alcanzarlo. ¿Por qué estaba haciendo aquello? ¿Para impresionar a un hombre al que, seguramente, no iba a volver a ver? ¿Para impresionar a otro que le había dejado muy claro que no quería nada con ella? ¿Estaba loca? Seguramente. Sin embargo, apretó los dientes y siguió andando unos diez minutos más, hasta que sintió un terrible dolor en el lateral.
—No puedo más —anunció poniéndose la mano en las costillas—. Te has salido con la tuya. Estoy hecha un asco. Tengo que parar.
—¿Por qué no lo has dicho antes?
—¿No te has dado cuenta?
—No, no se te notaba —contestó Pedro—. Está claro que eres tan buena actriz como tu hermana. Vamos, no te pares. Sigue andando en el sitio para que los músculos no se enfríen —dijo tomándole el pulso.
Paula le miró las manos mientras lo hacía. Eran grandes y fuertes, y se las imaginó agarrando un balón de rugby con fuerza.
—Está bastante mal, pero ya mejoraremos —dijo Pedro.
—¿Qué?
—Tu tasa de recuperación —contestó soltándola.
—Ah —dijo ella con el corazón latiéndole aceleradamente.
¿Solo por el esfuerzo físico o también por él?
—Muy bien, ahora podemos seguir, pero si un paseo por el campo puede contigo, vas a tener que trabajar duro, Paula.
—¿Cómo de duro?
—Por ejemplo, tendrías que ser capaz de hablar y andar a la vez.
¿Hablar? Ningún problema.
—Entonces, ¿Cuánto tiempo llevas trabajando aquí, Pedro?
—Es mi primer día en Lake Spa. Por eso me tienes sólito para tí.
—Qué suerte la mía. ¿Y qué hacías antes?
—Tienes que ir más rápido —le advirtió.
—Si voy más rápido, no puedo hablar.
—Si vas así, vamos a tardar todo el día en dar la vuelta al lago. Y, cuando te he dicho lo de hablar y andar a la vez, me refería a la semana que viene.
—Sí, sigue soñando.
—Te recuerdo que la que tiene un sueño aquí eres tú. Yo solo te voy a ayudar a hacerlo realidad —dijo acelerando y dejándola con la impresión de que no quería contestar a sus preguntas.
Paula sintió las gotas calientes sobre la piel y gimió. Hacía un año que no andaba más allá de la tienda de la esquina para comprar pan, leche y chocolate. Lo podría haber comprado junto con todo lo demás en el supermercado, pero era su forma de forzarse a salir de casa de vez en cuando. Cuando tenía un proyecto entre manos, lo único que la animaba a dejar de trabajar era el chocolate. Sin embargo, sus incursiones a la tienda tres veces por semana no la habían preparado para aquello. Había vuelto al club de salud casi a rastras. Pedro, que le había asegurado que iría mejorando, apenas sudaba. De hecho, apenas se le notaba la cojera. Le había indicado que se duchara y que se reuniera con él en el restaurante para hablar del programa mientras comían.
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