jueves, 17 de febrero de 2022

A Mi Medida: Capítulo 30

 —Sí, mamá. Ya sé que la boda es mucho más importante que mis cosas… Claro que quiero que todo salga bien… Sí, ya sé que soy su madrina… Claro que quiero serlo, es mi hermana…


—A las diez —insistió Pedro al verla flojear.


Paula lo miró desesperada.


—No, no hay nadie conmigo… Será la radio lo que oyes. Mira, dame el número del modisto y ya hablo yo con él. Así quedamos cuando a los dos nos venga bien. Estupendo —dijo garabateando un teléfono—. No, de verdad, no hace falta que vengas otra vez a explicarme cómo es el régimen de la sopa. No, no, tú concéntrate en Isabella.


Colgó y se apoyó en la nevera respirando con dificultad, como si acabara de llegar de correr.


—Qué horror —murmuró.


—Si no hubiera estado yo aquí habrías cedido.


—Seguramente —admitió—, pero solo porque, aunque ir al modisto va a ser una tortura, seguro que es mejor que lo que tú me debes de tener preparado.


—Muchas gracias —contestó Pedro—. ¿Quieres café?


—Sí, por favor.


Pedro preparó la cafetera y la puso al fuego.


—Ha sido una pena que no te hayas rebelado por completo y le hayas contado lo que has hecho con la sopa.


—Es que no he hecho nada con la sopa. Ah, ya. Lo dices porque no me la he tomado.


—No, me refiero a que la has tirado al inodoro.


—Es que no la he tirado, así que habría sido una mentira.


—¿Y no decirle que no te la has tomado es decirle la verdad?


Paula lo miró cabizbaja.


—Además, que sepas que aunque tú no la habías tirado, la he tirado yo. ¿No te has dado cuenta cuando has abierto la nevera?


—No, pero gracias.


—De nada. No sé si es meterme donde no me llaman, pero, ¿Por qué le has dicho que estabas sola?


—Porque mi madre está ansiosa por emparejarme para que no me convierta en una solterona.


—¿Solterona? —sonrió Pedro—. Esas son vírgenes, ¿No? —añadió viéndola enrojecer—. Tu madre es una mujer chapada a la antigua, ¿Eh?


—No es eso. Es que no confía mucho en que pueda ser independiente económicamente, en que pueda ganarme la vida yo sola como artista.


—No parece que te vaya mal. Tienes una casa preciosa, muchos encargos…


—La casa es alquilada y desaproveché la posibilidad de casarme con un hombre que tenía un buen trabajo y un jugoso plan de pensiones privado. Mi madre no lo ha superado. Por eso no quiero que malinterprete la relación que tengo contigo —añadió fijándose en los vaqueros desgastados y con agujeros de Pedro—. No creo que le parecieras un nombre que cumpliera esas condiciones, pero prefiero que no contestes el teléfono cuando yo no esté.


—Perdona mi intromisión una vez más, pero ¿No eres un poco mayorcita para que te importe lo que piense tu madre?


—Cómo se nota que no la conoces —sonrió Paula—. ¡Dios mío, es ella! —exclamó al oír que llamaban a la puerta—. Suele hacerme estas cosas. Me llama por teléfono y, si le parece que no me he enterado de lo que me ha dicho, se presenta aquí y me lo repite.


—Tienes veintisiete años, Paula.


—¿Cómo lo sabes? —preguntó con el ceño fruncido.


—Porque es la edad que tiene Jimena. Cumple veintiocho el mes que viene. Estaba esperando a que me lo dijeras.


—Creo que te voy a acabar odiando.


—Seguramente con el tiempo así será.


Volvieron a llamar a la puerta.


—¿Vas tú o voy yo?


Paula se irguió, se pasó las manos por el pelo, tomó aire y fue a abrir. Pero no era su madre, sino un hombre. Un hombre bien vestido.


—Damián.

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