Cuando una vivía sola era fácil olvidar el deseo, el calor entre las piernas, el despertarse junto a otro ser humano… aunque ese otro se pareciera más a una rata que a un homo sapiens.
—No lo volveré a hacer —le aseguró.
—¡No, por favor! —exclamó sonrojándose al momento—. Quiero decir… —se sentó—. La verdad es que no sé lo quiero decir. Creo que me voy a callar antes de decir más estupideces.
Pedro le soltó la mano, agarró la cuchara y le sirvió el pollo con guarnición de champiñones y salsa de tomate y cebolla.
—¿Te importa pasarme las patatas?
Al levantarse, Paula se golpeó la rodilla contra la pata de la mesa, pero ni se enteró.
—Qué buena pinta tiene todo —comentó—. ¿Qué tal si nos olvidamos de cocinar y traes tú la comida del Lake Spa?
—¿Seguro que solo era tres veces por semana?
Paula lo miró asustada.
—Tranquila —le dijo Pedro sirviéndose—. Háblame de tu trabajo. Jimena me ha dicho que antes eras profesora.
—¿Qué te ha dicho? —preguntó Paula con el corazón acelerado.
—Del trabajo, nada, pero sí que comenzaste a engordar cuando lo dejaste porque ya no ibas andando a la universidad. Por lo visto, eso coincidió con tu afición desmesurada al chocolate. ¿Qué pasó? —le preguntó mirándola fijamente.
—¿Qué pasó? —repitió Paula intentando ganar tiempo para controlar las inesperadas ganas de contarle todo lo que había pasado.
—¿Por qué dejaste de dar clase? Obviamente lo pasaste mal. De lo contrario, no habrías necesitado comprar chocolate al por mayor.
—¡Eso solo lo he hecho una vez! —exclamó acalorada—. Jimena no tendría que haberte dicho nada… —se interrumpió al darse cuenta de que acababa de hacer el ridículo—. No te lo ha contado, ¿Verdad? Pues sí, una vez me compré una caja entera de tabletas de chocolate con pasas, caramelo y trozos de galleta. Y otra caja de huevos de Pascua —confesó.
Había sido justo después de dejar el trabajo y todavía seguiría comiendo chocolate si Jimena no hubiera acudido en su auxilio y la hubiera salvado de una muerte segura por sobredosis de dulce.
—No, no me había dicho nada —contestó Pedro.
Más le valía no reírse. Más le valía no reírse. No se rió. Se levantó, abrió la nevera y sacó un frasco.
—¿Quieres salsa para la ensalada? —le preguntó poniéndose una mano en la boca y tosiendo—. Es light.
—¿Para qué la voy a querer entonces? —contestó Paula más por llevar la contraria que por otra cosa.
—Pruébala y ya verás qué rica está.
Paula se encogió de hombros y Pedro sirvió salsa sobre la ensalada, la revolvió y le sirvió.
—Dejé la universidad porque quería dedicarme por entero al diseño. Fue un paso arriesgado, tuve mucho estrés y por eso me dió por el chocolate.
—Pero ahora eres una artista independiente a la que le va muy bien.
—Sí. Una artista independiente a la que le va muy bien y que tiene un gran pandero porque no va andando al trabajo.
«Hay algo más», pensó Pedro mientras comían. Estaba seguro de que había algo más, de lo que Paula no quería hablar, que había propiciado el cambio de actividad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario