jueves, 24 de febrero de 2022

A Mi Medida: Capítulo 38

Paula se quedó mirando la pantalla. Sí, lo que tenía que hacer era trabajar. El trabajo la había ayudado en aquellos terribles momentos después de haber terminado con Damián y la ayudaría ahora a ignorar el deseo y el placer al recordar los besos y las caricias de Pedro. No debía ni podía ser débil. Seguro que para él no habían significado nada. Nada de nada. Volvió a mirar la pantalla y se preguntó por qué algo que hacía dos horas le había parecido una composición invernal de lo más lograda se le antojaba en aquellos momentos un cliché manido. El invierno, la lluvia. Sí, estaba lloviendo, oía las gotas y recordó a Pedro en la puerta de su casa. Al instante, sus dedos comenzaron a moverse y a crear algo nuevo, innovador, fresco. Se le pasaron las horas sin darse cuenta. Se frotó los ojos, agotada, acarició la pantalla y apagó el ordenador. Estaba cansada, pero contenta. Cerró el estudio, recogió el chocolate, lo tiró a la basura y se paró en seco. El todoterreno de Pedro ya no estaba. Se quedó mirando el vacío sin darse cuenta de que la lluvia la estaba empapando. Se había ido. Y ella muriéndose por contarle los cambios que había realizado en los paneles, las ideas que había tenido para la conferencia, deseando compartir con él la calidez de la cocina, una última taza de té y los planes para el día siguiente. Sintió un inmenso vacío en el estómago. Ni siquiera se había despedido. Entró empapada en casa y vió que todo estaba limpio y recogido, como si Pedro jamás hubiera estado allí. Pero lo cierto era que había estado y no había dejado tras de sí nada que la pudiera hacer sentir bien. Tampoco lo necesitaba. Tampoco le habría servido de nada. Ni siquiera una trufa belga tamaño gigante la habría hecho sentir mejor. Una ducha caliente, sin embargo, tal vez evitara que pillara una neumonía. Se quitó las zapatillas, los pantalones y la camiseta y abrió la lavadora para echarlos a lavar. Al hacerlo, descubrió la camiseta que Pedro había dejado allí. Se le debía de haber olvidado con las prisas, pero también había unos pantalones de deporte sudados. Entonces… En ese momento, oyó el último escalón y se dió cuenta de que Pedro seguía allí. Se irguió y lo vió entrando en la cocina secándose el pelo.


—Ya veo que lo de desnudarse en la cocina es una costumbre de la casa —dijo ataviado con un albornoz blanco.


—Eh… Creía que te habías ido —contestó Paula sin poder moverse del sitio.


—¿Yo?


—Sí, como no he visto tu coche…


—¿Has creído que había decidido que no merecía la pena quedarme?


Paula tragó saliva.


—Si Damián Jackson te trataba así, Paula, no vuelvas a mezclarte con hombres como él. Mi coche no está porque quería deshacerme del camembert antes de que apestara y me he ido al club. He vuelto corriendo desde allí.


—¿Desde allí?

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